18 05 2023 EL OLVIDADO HOCINO DEL CONDE DE TORENO
Hace unas semanas, en una de esas interesantes sesiones que nos ofrece cada martes la Real Academia Conquense de Artes y Letras, la profesora Yolanda Fernández Valverde nos abrió los ojos y la mente a unos episodios realmente dignos de ser conocidos, aunque hasta ahora permanecen en un discreto nivel, apenas reservado para quienes están inmersos en las cuestiones, a veces un tanto laberínticas, de la historia, pero lejos, desde luego, del común de los mortales, consumidos en exceso por las vicisitudes de la vida cotidiana e inmersos en cuestiones tópicas que, si bien se piensa, carecen del menor interés, aunque ocupen tiempo y espacio.
La conferencia en cuestión nos desveló un
amplísimo panorama de la historia de Cuenca (de la capital, pero también de
parte de la provincia), siguiendo la pista de una encumbrada familia, los
Enríquez, que aterrizan en estas tierras en el siglo XVI y aquí enraízan y
prosperan tanto en la economía como en el poder político y social, hasta
convertirse en un linaje capital que se prolonga durante los siglos siguientes,
en los que el apellido inicial va evolucionando mediante enlaces matrimoniales
hasta derivar en otro muy diferente, que es el que realmente quiero traer aquí,
el de los Queipo de Llano, condes de Toreno. Probablemente esta mención no dirá
absolutamente nada a las nuevas generaciones; algo, quizá sí, a los más
veteranos, que alguna vez han podido leer tal denominación aplicada a la última
casa de la calle de San Pedro, con vuelta a la Plaza del Trabuco. El apellido,
la dinastía familiar y el título nobiliario desaparecieron de Cuenca hace ya
mucho tiempo, pero permanecen en pie algunos excelentes ejemplos edificados y
visuales, uno de ellos en triste situación de abandono, al que me voy a referir
en detalle.
Antes citaré, aunque sea de manera escueta, los dos más vistosos
ejemplos que la ciudad, o sea, todos nosotros, hemos heredado de esta familia.
Por un lado, la ya citada casa palaciega que en las últimas décadas estuvo
habitada por César González-Ruano, Antonio Saura y Gerardo Rueda y que hoy
sigue estando perfectamente conservada por la familia que actualmente la ocupa.
Enfrente está la iglesia de San Pedro y en ella la espectacular capilla de San
Marcos, con un bellísimo techo de alfarjía de finales del siglo XVI, fundada
por Miguel Enríquez para que sirviera de enterramiento a la familia que, en
efecto, durante generaciones encontró en ella el acomodo definitivo. Podemos
seguir viendo y admirando este recinto, que se encuentra a la izquierda de la
iglesia, según se entra en el ella y en la que se cobija, durante todo el año,
el paso de San Pedro.
Como he indicado antes, el apellido
Enríquez desapareció cuando en el siglo XVIII la última titular contrajo
matrimonio con un Queipo de Llano, procedente de Asturias y titular del condado
de Toreno, saga que daría lugar a un extraordinario personaje posterior, el VII
conde, José María Queipo de Llano Ruiz de Saravia, regidor perpetuo de la
ciudad de Cuenca y procurador en Cortes, que desempeñó un destacado papel
durante la guerra de la Independencia, en la que brilló como parlamentario
audaz, contribuyendo de manera muy notable, como liberal convencido que era, a
la elaboración de la Constitución de Cádiz, pero además nos dejó para la
posteridad una obra ejemplar, la Historia del levantamiento, guerra y
revolución de España, documento imprescindible para cualquiera que desee
acercarse a lo que fue aquel periodo y en la que narra con sorprendente
detallismo el desarrollo de la Guerra de la Independencia.
Además de la casa de la calle de San
Pedro, de la capilla de San Marcos en la iglesia de San Pedro y de otras muchas
fincas en distintos puntos de la provincia, el conde de Toreno poseía un hocino
que en los inventarios familiares aparece citado como “hocino alto de la ribera
del río Huécar” y ahí sigue estando, abandonado y parcialmente ruinoso ya, pero
ofreciendo aún una espléndida estampa en el siempre admirable paisaje de la
hoz. Es fácil encontrarlo: pasado el aparcamiento del castillo, no hay más que
llegar al primer mirador y desde ese incomparable ventanal abierto al horizonte
se puede contemplar el hocino, situado a media ladera y que también es visible
desde abajo, siguiendo la carretera de Palomera, donde siempre llama la
atención por su serena presencia.
El edificio, como tal, seguramente es
irrecuperable, pero sin embargo podría prestar un servicio extraordinario desde
el punto de vista paisajístico o, al menos, así lo harían en otras ciudades que
suelen prestar atención a estos pequeños detalles llamados a crear belleza
natural. Probablemente al actual conde de Toreno, que hace el número XII de tal
título, no tendría mayores inconvenientes en ceder este paraje para que fuera
debidamente tratado e incorporado como un notable hito paisajístico de la Hoz
del Huécar. Bastaría, pienso yo, con acondicionar debidamente el actual mirador,
trazar una encantadora senda por la ladera con el fin de facilitar el paseo de
las personas y ajardinar el recinto propio del hocino destacándolo así en el
conjunto de un entorno natural que ya es bello en sí mismo pero que siempre
agradece estos pequeños detalles dirigidos a subrayar lo que es evidente a la
vista de todos: la serena belleza de un ámbito natural merecedor de ser
conservado siempre en perfectas condiciones.
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