LA CAPILLA DEL ESPÍRITU SANTO, SIEMPRE ABIERTA

Sobre la catedral de Cuenca se han escrito ya miles de páginas, la mayoría en términos de acierto y alguna acercándose al disparate, como es cosa común en las cuestiones que tratamos los seres humanos y por ello tampoco hay que rasgarse las vestiduras. El que es nuestro primer monumento (digo nuestro, en sentido colectivo, abarcando al conjunto de la ciudadanía, aunque la Iglesia prefiere considerar que es sólo de ella) ha estado sometido a los confusos avatares que los siglos han traído a este país y por supuesto a esta ciudad, pero me da la impresión de que los tiempos recientes, tan agitados en otros aspectos, han aportado a la catedral una especie de bonanza que, además, en los últimos años, ha encontrado un positivo impacto visual. Atrás quedan los recuerdos de aquel recinto oscuro, siempre apagado, con la práctica totalidad de sus capillas cerradas, un espacio frío, helador casi, que no invitaba a estar mucho tiempo dentro de él y cuyas bellezas, si las tenía, se apreciaban mej