CUANDO CUENCA EMPEZÓ A SER MODERNA

En Europa estaban viviendo los felices años 20, en cuyos brazos se lanzaron todos tan pronto sonaron las alegres campanas que proclamaban el final de la I Guerra Mundial, tan terrible que, pensaron (incautos), nunca más podría ocurrir algo tan espantoso. En Cuenca no había habido guerra, pero sí crisis, como en todas partes, pero también esa década venía marcada por el carácter que podría calificarse como el de una ciudad alegre y confiada. Con muchos problemas, desde luego, pero por entonces, hace ahora cien años, surgía en el horizonte una perspectiva totalmente diferente. Un ente, llamado modernidad, estaba llamando a las puertas. Detrás habían quedado ya los siglos en que Cuenca era une urbe arracimada, amontonada, sobre las estrechas callejas y plazuelas de su casco original, ese que hoy llamamos antiguo. Hacía décadas que había comenzado la huida de ese ámbito para desparramarse por la llanura, prolongándose las viviendas hacia la zona de levante y el sur, que