20 05 2021 DESCUIDOS Y TEMBLORES EN LA BAJADA DE SAN PABLO


            No está bien hacer leña del árbol caído. Ya sé, de sobra, que esta benemérita afirmación no tiene nada que ver con la realidad, donde sucede exactamente lo contrario. Basta con que alguien de un tropezón para que de inmediato todos se lancen sobre él (o ella) para poner a la víctima a caer de un burro. Si hablamos de cuestiones políticas, los ejemplos van desde lo ridículo y bochornoso hasta el esperpento y la crueldad. Del comportamiento de los seres humanos parecen haberse borrado términos como comprensión, solidaridad, simpatía, apoyo, colaboración y otros de similar significado. Por supuesto, lo que ha sucedido hace unos días, es un asunto de enorme importancia y revela un singular descuido por parte de los actuales regidores municipales, pero también de los anteriores, que ya conocían el problema y también de todos, políticos, técnicos, ciudadanos, periodistas incluidos, que sabían o presentían la existencia de un problema que viene de atrás, de muchos años atrás, y que no se advirtió a tiempo ni se denunció con la fuerza necesaria para imponer el remedio adecuado.

            Aprovecho la ocasión para decir que en la calle de los Canónigos no ha ocurrido absolutamente nada, por más que múltiples voces, incluidas las municipales aludan a ella. La calle de los Canónigos es una breve escalinata, que empieza junto al Palacio Episcopal y termina en el punto en que llega a la plaza de la Ciudad de Ronda. Después de esta plaza se encuentra el Portillo de San Pablo, por debajo de las Casas Colgadas y a continuación comienza la Bajada de San Pablo, que es donde ha ocurrido el desastre. La calle de los Canónigos se ha quedado muchos metros atrás y es totalmente inocente en este escandaloso suceso que, por otro lado, es muy significativo de las circunstancias en que se encuentra y mantiene la ciudad de Cuenca.

            La nuestra es, por decirlo de forma suave, una arquitectura extraordinariamente frágil, inestable. El poderoso sustento rocoso en que se apoya induce a creer en la falsa impresión de que es una ciudad potente y segura, cuando en realidad es de una extraordinaria ductilidad formal, sensible a cualquier intervención, humana o natural, que pueda afectar la esencia de esas formas arquitectónicas que siempre parecen estar en un milagroso equilibrio. Sobre esto se ha escrito mucho, cientos de páginas, en libros y artículos, pero esas palabras quedan envueltas por la literatura, alguna bellísima, y con esos artilugios verbales se enmascara la certeza de la situación, que es mucho más prosaica de lo que dejan entrever versos o narraciones.

            Cuenca es una ciudad sumamente delicada, necesitada de atención permanente y cuidados constantes. Aquí no vale el pasotismo ni tampoco la ineficacia administrativa que todo lo deja para mañana. La obra en cuestión lleva años en parsimoniosa gestación, porque aquí nadie tiene prisa y todo puede esperar. Y es un ejemplo que tiene otras vertientes, en diferentes calles y edificios. Cualquiera diría que hemos caído en manos de uno de esos espíritus orientales que viven en permanente meditación, ajenos al paso del tiempo, absortos en la contemplación de su alma celestial, sin necesitar para nada comer ni beber. La ciudad antigua de Cuenca, el casco histórico, tiene una configuración estructural ahormada durante siglos y en permanente tensión de líneas y volúmenes, que pueden quebrarse en cualquier momento. Para evitar semejante peligrosa situación, los responsables deben estar no solo atentos sino preparados para tomar decisiones con más rapidez de la que permite la ya crónica torpeza administrativa que ha tomado carta de naturaleza por estas latitudes y que nos hace añorar antiguos tiempos de eficaz gestión. No creo que nadie tenga especial interés en ver cómo la ciudad se desmorona en fragmentos. Más bien estoy convencido de lo contrario. Quizá el trozo de la Bajada de San Pablo que se ha volatilizado en un santiamén haya sido oportuno para despejar desidias y activar una acción positiva y rápida en favor del mantenimiento de la ciudad que hemos conocido hasta ahora.

 José Luis Muñoz

 

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