14 01 2021 REMEDIOS PARA TIEMPOS CONVULSOS
Va para cinco siglos que Antonio de Guevara fijó un título que desde entonces ha hecho fortuna y que en estos tiempos de confusión y abatimiento viene como anillo al dedo: Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Por entonces, más o menos, alguien muy cercano a nosotros por múltiples motivos, fray Luis de León, escribió también unos versos no menos célebres a la par que socorridos: “Qué descansada vida, la del que huye del mundanal ruido”, aunque conviene advertir, por si alguien lo ignora, que el fraile belmonteño no se refería a cuestiones prosaicas, vinculadas con la dura tierra, sino a la huida espiritual en busca del sosiego que, según él, proporcionaría el encuentro con la divinidad.
La
obra del otro fraile, Guevara, sí que es de aplicación a lo que está
sucediendo, porque cuentan que, como consecuencia de la epidemia mortal que nos
acongoja, son muchos, o algunos por lo menos, los ciudadanos que, hartos de los
agobios multitudinarios de las grandes ciudades, están decididos, algunos
incluso buscando, una placentera residencia familiar en un tranquilo y poco
habitado pueblecito, en el que seguir viviendo sin la amenaza permanente de
atascos, prisas, ruidos, contaminación y demás lindezas propias del desasosiego
que va aparejado a las colmenas de las grandes metrópolis. No es mala fórmula,
desde luego. Otra cosa es que esas intenciones, tomadas en un tiempo de pánico
feroz ante la amenaza del virus, luego se convierta en algo real, una vez
alcanzada esa cosa que llaman de manera eufemística “la nueva normalidad”.
A lo mejor, miren por dónde, como no hay mal que por bien no venga,
resultaría que el dichoso microbio mortífero consigue que la España vacía lo
esté un poco menos. El tiempo lo dirá. Mientras, la Renfe, que va a lo suyo,
con el consentimiento y complicidad del ministerio de Transportes (y no se
cuántas cosas más, con lo sencillo que era antes decir Fomento) sigue dando
pasos conscientes y fríos para conseguir eliminar por completo el paso del
ferrocarril convencional por nuestra depauperada única línea. La realidad y la
experiencia nos dicen que es imposible oponerse a los designios del poder, por
muy malvados que sean, y este es de absoluta firmeza. Quizá sería conveniente
buscar un remedio positivo, como el que leí un día en el periódico Levante-El Mercantil Valenciano, con la
firma de Esteban Gonzalo Rangel: “Entre
Valencia, Utiel y Camporrobles, los trenes recorren
Ahí está el remedio. En vez de
lamentarnos y lloriquear por la pérdida del tren, más valdría utilizar la línea
y las estaciones abandonadas para trazar un bonito trayecto turístico, con
todos los ingredientes, a semejanza de lo que ya se hace en otros recorridos
similares, desde el famoso Orient Express hasta el que pasea agradablemente por
la cornisa cantábrica. Quien sabe si entre tantas calamidades, abandonos,
cierres de empresas, olvidos gubernamentales, apatía propia y otros
ingredientes que tenemos a la vista, se nos pueda dibujar un horizonte algo
optimista: nuestros pueblos vacíos podrían volver a llenarse de gente, sobre
todo de jóvenes con niños, y la decadente línea férrea podría ser un valioso y
bonito recurso turístico. Por soñar, que no quede.
Por lo pronto, como adelanto, ahí va una
imagen de la estación de La Melgosa, cuya recuperación se encuentra ya
prácticamente terminada. En espera de servir para algo.
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