27 06 2020 LOS MUSEOS NOS ESPERAN CON LOS BRAZOS ABIERTOS
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Los Museos nos esperan con los brazos abiertos
Durante los tres meses que acaban de
pasar (y esperemos que por la insensatez humana no vuelvan, aunque muchos lo
están intentando) se ha difundido de manera constante la idea de que, en el
nuevo tiempo en el que íbamos a entrar, deberíamos cuidar aspectos que se
estaban desatendiendo, como los pequeños comercios de proximidad que hay en
cada barrio o los establecimientos locales de cualquier especialidad y, por
supuesto, también productos originados en el propio territorio. Parecía que
había un convencimiento generalizado de que eso sería bueno para todos. Me temo
que tan beneméritas ideas se han esfumado en un pis pas tan pronto se ha
alejado (parece) el peligro y volvemos a las andadas de antes.
No diré más sobre este asunto, que me
parece del máximo interés, pero si de otro que va en una línea similar, en ese
propósito de volver la mirada hacia nosotros mismos, a lo que tenemos más cerca
y quizá por eso menos cuidado, olvidando que todo cuanto nos rodea necesita de
atenciones permanentes para que se pueda mantener activa la ilusión con que
nacieron y el esfuerzo con que cada jornada abren las puertas. Esas puertas han
estado cerradas durante tres meses y ahora que vuelven a dejarnos pasar sería
conveniente cruzarlas de nuevo para sumergirnos en la belleza y el interés que
hay tras ellas. Hablo de los museos que están localizados en Cuenca y que
suelen ser punto de referencia turística y menos para los propios habitantes
del territorio.
Hubo un tiempo en que algunos ciudadanos
mantenían la costumbre de acudir periódicamente a esos recintos donde se conservan
y exponen el arte, la historia y la cultura, como si fueran un familiar más, un
afecto cercano al que conviene visitar de vez en cuando. Yo mismo lo he hecho
siempre, redescubriendo en cada nueva ocasión momentos placenteros diferentes a
los ya conocidos de antes y que, a la vez, son distintos entre sí. El gusto de
pasear por las siempre atractivas salas del Museo de Arte Abstracto, la
sorpresa que suscita el encuentro con nuestro más remoto pasado a través de las
vitrinas del Museo Provincial, la admirable propuesta artística conservada en
el Museo Diocesano, las divertidas sugerencias con que siempre nos estimula
Antonio Pérez en su Fundación, el respeto que merece la obra de Gustavo Torner
en el espacio que lleva su nombre son inefables puntos de referencia en el
mundo del arte. A los que bien podrían añadirse, desde una óptica diferente
pero no menos interesante, los dos museos científicos, el de las Ciencias y el
Paleontológico.
Los ciudadanos (muchos quizá no han ido
nunca a alguno de ellos o a ninguno) deberíamos plantearnos con firmeza la
visita a nuestros museos. Por ejemplo, ir a uno cada semana, para el
reencuentro con viejos amigos o para el descubrimiento de lo que puede todavía
resultar desconocido. No hay ningún motivo para creer que estos lugares de
culto están aquí para uso exclusivo de los turistas, aunque esa es una idea que
se ha extendido erróneamente, cuando en realidad deberíamos pensar que son como
los comercios de proximidad, como las tiendas de barrio, algo que interesa de
manera principal y directa a los propios vecinos del lugar, a nosotros mismos.
Deberíamos conocerlos tan bien como si formaran parte de nuestra cotidianeidad,
siendo capaces de identificar, sin necesidad de acercarnos a leer la cartela,
cada uno de esos sujetos, cuadro, escultura, objeto, que descansan en tan
admirables recintos esperando con paciencia que nos acerquemos a su lado, para
verlos, mirarlos, admirarlos. Ir de Museos, en Cuenca, podría ser un buen
propósito para esta vuelta a la normalidad.
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