31 08 2019 UN ESPECTÁCULO POCO EDIFICANTE
Un espectáculo poco edificante
Es
fácil suponer que cuando alguien llega de nuevas a ocupar un cargo importante,
el de alcalde de una ciudad, por ejemplo, tiene preparada una lista de
actuaciones a desarrollar con toda la urgencia posible. Como no parece viable
acometerlas todas de golpe, tendrá que aplicar un orden de preferencia que
probablemente no coincidirá con las que tenemos los demás ciudadanos, pero
alcalde solo hay uno y a él le corresponde decidir por dónde se empieza.
Seguramente
hay un consenso generalizado en que no es posible soportar por más tiempo el
detestable servicio de autobuses urbanos con que estamos siendo castigados y
que este verano ha alcanzado el no va más de los despropósitos: como hay más
gente que nunca se reducen los servicios y así todo el mundo se amontona y se
cabrea. No creo que haya en todo el universo un caso similar a éste, que se
agrava teniendo en cuenta las peculiaridades del casco antiguo, donde los
turistas no pueden circular ni aparcar en las calles; para ellos, el autobús es
remedio y solución. Daba gusto oír en las paradas el repertorio de improperios con
que han obsequiado a la ciudad y a sus regidores.
Dejando aparte
este asunto sobre el que, como digo, creo que hay unanimidad colectiva, si yo
tuviera capacidad de decisión sobre cuestiones municipales acometería, como una
de las primerísimas decisiones, solucionar, de un modo o de otro, el caso de la
casa número 10 de la calle Obispo Valero, de propiedad municipal por más señas,
cuyo avanzadísimo estado de amenazante ruina debería quitar el sueño a los
concejales y a los funcionarios responsables, sobre cuyas cabezas caerá la
responsabilidad de lo que puede suceder en cualquier momento y que se está
gestando a la vista de todos.
Hay, por supuesto,
una consideración de tipo estético. Ese inmueble ocupa un amplio espacio en la
plaza de la Ciudad de Ronda, a un paso del Museo de Arte Abstracto de modo que
tal cochambroso espectáculo, vallado, eso sí, se encuentra a la vista del
circuito turístico que pasa por allí de manera constante. Si ese inmueble fuese
de propiedad privada, el Ayuntamiento habría montado en cólera hace muchos años
y con las ordenanzas en la mano hubiera obligado a los presuntos dueños a
actuar y solucionar el problema, rigor que el municipio no es capaz de
aplicarse a sí mismo.
Pero hay algo más,
que me parece de especialísima gravedad: los okupas, que saltando cerraduras y
vallas viven en el interior. A mí me da pavor contemplar, en uno de los
balcones del piso superior, una niña pequeña que se entretiene en otear el paso
de los viandantes e imagino en qué terribles condiciones de higiene y
salubridad deben estar viviendo quienes están dentro de ese lugar. No puede,
creo yo, seguir mirando para otro lado el Ayuntamiento mientras ante las
miradas de todos se escenifica este espectáculo. Naturalmente, la respuesta
inmediata será que se está esperando una solución a la prevista ampliación del
Museo de Cuenca, gestión que se inició hace veinte años y que se puede
prolongar un siglo más. Y mientras, la casa sin barrer.
Creo, ya lo digo
al principio, que el alcalde, en su derecho, tendrá su propio listado de
cuestiones preferentes sobre las que empezar a actuar y desconozco si entre
ellas ha considerado la urgencia de intervenir cuanto antes en este asunto. A
mí, desde luego, me parece muy necesario, por la estética que se debe cuidar en
una ciudad como la nuestra, por humanidad para que esas personas vivan en
condiciones dignas, por seguridad en evitación de que se produzca un desastre
que todo el mundo espera y nadie acierta a prevenir. Y luego, ya saben,
apelaciones a Santa Bárbara.
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