14 09 2019 EL ENCANTAMIENTO DE UN CAMINO SINGULAR
El encantamiento de un camino singular
Nada más
pasar el Arco de los Hermanos Bezudo (que, por cierto, no estuvieron en la
conquista de Cuenca por Alfonso VIII, como dice algún aficionado a la historia
local), al comienzo del barrio del Castillo, un cartel informa a los paseantes,
vayan a pie o en coche: Camino de los Jerónimos, dice. Nunca hubo en Cuenca
frailes jerónimos, de manera que malamente pudo haber un camino que llevase
hacia ellos. Sería más correcto decir Camino de San Jerónimo, que es como
tradicionalmente se ha llamado, en clara alusión a la ermita que hubo por esos
parajes y que continúa existiendo, modificada ahora para servir de residencia
familiar, como se puede apreciar con toda facilidad. Haría falta muy poco
esfuerzo para poner la denominación correcta, cosa que sería posible venciendo
un poco la pereza que es mal congénito institucional.
El camino
fue rebautizado hace ya mucho tiempo, cuando comenzaba la inmersión de la
ciudad en los vericuetos del turismo precisamente con una titulación alusiva a
ese hecho: Ruta Turística la llamó alguien y el apelativo hizo fortuna pasando
a integrarse en el vocabulario habitual de las gentes de esta tierra cosa que a
mí, la verdad, me parece una horterada, aparte de ser muy limitadora de las
posibilidades que ofrece un ámbito natural y paisajístico como el nuestro
porque, claro, si esa es la Ruta Turística, ¿qué significa? ¿Acaso no hay más,
muchas más, que pueden ser para los visitantes tan atractivas como ésta? Matices
y suspicacias aparte, el hecho cierto es que este sendero que bordea la hoz del
Huécar por su parte superior, para llegar al paraje de la Cueva del Fraile es
de una gran belleza; más aún, de una sorprendente originalidad, ofreciendo a la
contemplación de quien quiera acercarse un espectáculo en verdad admirable, en
el que la conocida conjunción de rocas y vegetación, con algún que otro hocino
entreverado, da forma a una sucesión de rincones de características singulares. Como las cosas del turismo han cambiado
tanto en los últimos años, yo no estoy totalmente seguro de que esta Ruta
Turística siga formando parte del repertorio de visitas que sugieren los guías
y las oficinas informativas. Lo cierto es que hace mucho tiempo que no veo por
ahí un autobús y solo de tarde en tarde pasa un coche, más o menos apresurado;
desde luego, los miradores que se abren de trecho en trecho para facilitar la
contemplación del rotundo paisaje no tienen precisamente multitudes agolpándose
para conseguir un hueco en cualquiera de los desvencijados bancos que aportan
una muy triste impresión de abandono.
Quizá ese
sea el sentimiento dominante, el que se deriva de todas las modas, cuando dejan
de serlo. El Camino de San Jerónimo gozó de las simpatías populares, de los
naturales del lugar y de los visitantes, cuando fue habilitado, alcanzando
entonces el nivel de reclamo, en una ciudad que no tenía muchos argumentos que
ofrecer. La situación hoy, desde luego, es completamente distinta y es tan
amplio el abanico de posibilidades para pasar el rato, que la cita con esta
enrevesada carretera que bordea casi mágicamente los festones de la hoz ya no
es considerada como un elemento primordial. Quienes la utilizan para practicar
senderismo andariego, en cualquiera de sus modalidades, sí saben apreciar los
matices de este juego casi interminable de curvas zigzagueantes que enlazan las
perspectivas abiertas a cada movimiento. Esta no es la Cuenca urbana, sino la
que la convierte en una de las más hermosas ciudades paisaje del mundo, con una
originalidad ambiental de esencias naturales siempre dispuesta a provocar el
encantamiento en quienes la contemplan.
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