06 07 2019 UNA BICICLETA PATAFÍSICA
Una bicicleta patafísica y otras invenciones
Nuestro
pequeño mundo local, el que se teje diariamente en esta diminuta ciudad
provinciana, donde parece que nunca pasa nada y, cuando pasa algo, se magnifica
como si fuera la cosa más grande ocurrida jamás en el mundo, hay espacio para
que por él transiten personajes que parecen extraídos de otra dimensión, como
si fuera imposible que pudieran arraigar aquí y permanecer, aunque desde el
resto del planeta le lleguen otras insinuaciones y aunque él mismo sienta la
tentación, el deseo, la necesidad, de ir por ahí a buscar los argumentos
necesarios para seguir arraigado en su ciudad.
De Juan
Carlos Valera conservo una imagen lejana, la de un joven inquieto que pululaba
alrededor del universo personal de Carlos de la Rica (otro personaje digno de
estudio), a cuyo amparo publicó el que, creo yo, es su primer libro de poemas, Con un cheiw en la boca, título
rompedor, como corresponde a alguien que quiere llamar la atención. En ese pequeño
librito pensaba yo el otro día, mientras Juan Carlos Valera estaba en lo alto
de la Bicicleta Patafísica, que José Luis Martínez (ya saben, el herrero de San
Antón) ha elaborado manualmente siguiendo las instrucciones y el diseño de
Fernando Arrabal que allí mismo, abajo, contemplaba extasiado el espectáculo,
entre visual, poético, onírico, trasgresor pero desde luego apasionante además
de divertido.
Alrededor,
rodeando el escenario, adosado a las paredes, un amplísimo despliegue de Menú, esa extraordinaria, abrumadora ya,
después de tantos años (desde 1985) experiencia personal que Juan Carlos Valera
viene desarrollando con una perseverancia que es digna de la sorpresa
maravillada. Entre esos ejemplares únicos, los muchos que ha dedicado a
Fernando Arrabal, pretexto fundamental para el montaje de esta exposición que
puede verse en la Sala Acua para sorpresa, alegría y placer de quienes tengan
el buen gusto de acercarse a contemplarla. Y que no lo hagan, diría yo, con el
ánimo proclive a la burla fácil sino a la comprensión abierta que se merecen
todas las audacias imaginativas de quienes tienen la mente y el ánimo
predispuesto a romper los esquemas cuadriculados en que se desenvuelve el mundo
de los seres normales y, escapando de él, vuelan hacia las alturas dejándose
llevar por la fantasía que, sin embargo, suele tener firmes raíces en la
tierra.
Ese día, el
inaugural de la exposición, el protagonista era Fernando Arrabal, haciendo de
sí mismo, interpretándose una vez más, histriónico como siempre aunque me
pareció algo más moderado que en otras ocasiones. Él es todo un personaje, lo
sabe y lo sabíamos también los espectadores. A su lado, Juan Carlos Valera
hacía de anfitrión, quizá sin aprehender todavía cual es la exacta, enorme
dimensión que para el conjunto de la cultura, también la de esta ciudad, tiene
la obra portentosa que está llevando a cabo desde hace ya tantos años, la
edición de Menú, una muy especial,
delicada propuesta gastronómica, en la que se combinan muy variados
ingredientes, versos, palabras sueltas, imágenes que hacen de esta selección de
platos cocinados en frío un sabroso, siempre original e inesperado alimento
para el espíritu. Allí, en la Sala Acua (calle del Colmillo, frente al Museo de
Arte Abstracto, por si alguien todavía no lo sabe), esta singular exposición
que yo no se si calificar de bibliográfica, de arte, de cocina o de qué, ofrece
un inmenso espacio para la imaginación. En el centro, la Bicicleta Patafísica
inventada por Arrabal, es el símbolo de este riquísimo menú. No explico lo que
significa. En la pared hay un texto aclaratorio en el que se desmenuzan todos
los ingredientes de este singular y estimulante alimento patafísico.
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