11 05 2019 REPERTORIO DE IDEAS, CATÁLOGO DE PROBLEMAS
Repertorio de ideas, catálogo de
problemas
Si yo fuera más joven y
tuviera otro ánimo acorde con esa circunstancia me entretendría en hacer un
detallado recuento de todas las ideas que los candidatos van desgranando en sus
comparecencias previas a las elecciones para, con todas ellas, reunidas, hacer
una especie de gran fresco visual en el que se pudiera contemplar, de un solo
vistazo, cual es el nivel de carencias y necesidades que encuentran quienes
aspiran a dirigir la vida ciudadana durante los próximos cuatro años. A ojo de
buen cubero calculo que la mitad de esas propuestas, más o menos, se vienen
arrastrando, sin solución, desde hace ya muchos años, por lo que su reiterada
aparición en programas y declaraciones tiene que suscitar, como ocurre, un
natural escepticismo.
Esa
exposición de ideas nos permite obtener un retrato puntual de cómo ven la
ciudad los candidatos en este momento concreto y la impresión global, por lo
que vamos oyendo hasta ahora, viene a ratificar lo que la ciudadanía ha estado
manifestando, de manera más o menos estentórea, durante los últimos tiempos, en
abierta contradicción con la autocomplacencia con que la corporación cesante
valora una gestión que, desde luego, ha estado muy lejos de ser satisfactoria o
beneficiosa para el conjunto de la ciudad.
En el
repertorio de ideas que ahora brotan las hay de todos los colores, desde las
que entran directamente en la utopia irrealizable hasta las que son, al menos
desde mi óptica, tan ridículas como innecesarias, incluyendo en ellas las que
tienen el necesario barniz del oportunismo populista que algunos piensan hace
mella en la opinión pública. Sí hay una tendencia común, la de hacer propuestas
ambiciosas, de alto calado, descuidando la atención debida a cuestiones
domésticas muy simples, como la limpieza callejera, la regeneración de los
maltratados parques y jardines, la eliminación de los absurdos e inútiles
relojes-termómetros (ninguno funciona ya) o la reposición de rayas en el
asfalto, inexistente ya en muchas calles.
En esa
problemática surge, de pronto, y sin previo aviso, la acción colectiva de los
comerciantes locales, los de toda la vida, víctimas de una serie de
circunstancias que las estructuras modernas han ido encadenando: las grandes
superficies situadas en las afueras, la implantación masiva de franquicias de
marcas de postín, la invasión del comercio chino para el que no hay límites ni
horarios, sin olvidar el condicionamiento esencial, el estancamiento de una
población que no consigue salir de unos límites muy reducidos, sin que se
adivinen mejores perspectivas. No creo que ningún Ayuntamiento tenga la varita
mágica que pueda resolver de un plumazo cuestiones tan complejas. Otro es el
camino y pasa, necesariamente, por encontrar una fórmula que nos convenza a
todos de la conveniencia de comprar en el comercio local, destacando sus
ventajas, incluida la calidad de los productos frente a los detestables objetos
que llenan las estanterías en esos bazares orientales que entre bromas estamos ayudando a prosperar.
No lo
tienen fácil los comerciantes, pero es valiosa su actuación colectiva y merecen
nuestra simpatía. Sólo hay cosa que no consigo entender. Aprovechando el lío,
algunos piden a voces como remedio infalible que Carretería se vuelva a abrir
al tráfico. ¿De verdad, alguien piensa que volver a llenar la calle de coches y
expulsar de ella a los pacíficos transeúntes que van a pie servirá para vender
más camisas, perfumes o calcetines? ¿Alguien cree que volver al pasado es mejor
que avanzar hacia el futuro? Y el futuro es una ciudad sin coches. Aquí y en
cualquier lugar civilizado.
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