02 02 2019 PAISAJES DESDE EL TREN




Paisajes desde el tren

      La llegada a Cuenca, hace unos días, de un tren calificado de histórico aunque, en realidad, no tiene tantos años de vida (apenas medio siglo) ha servido para recuperar del olvido, al menos durante unas horas, la existencia y virtualidad de una línea que su propietaria, la Renfe antes, Adif ahora, el gobierno de turno siempre, quisieran cancelar y enviar al cajón de los recuerdos como cosa inútil del pasado. Esta breve recuperación al terreno noticiable se ha producido gracias a la inteligente iniciativa de un club de viajeros ingleses que dedican su tiempo libre a viajar por Europa a bordo, precisamente, de estos convoys ya desplazados del uso convencional porque sobre ellos cae una maldición incomprensible desde la óptica de la vida moderna: no tienen prisa, más aún, viajan amistosamente tranquilos, sin precipitaciones ni combates permanentes con el objetivo de conseguir ir a 200 o 300 kilómetros por hora.
       La anécdota viajera de estos ingleses sirve no solo para poner en primer plano la existencia de esa línea férrea que aún siguen usando cientos de viajeros sino también para reivindicar la conveniencia de que la empresa desarrolle sobre ella otras iniciativas que no sean las meramente derivadas del tráfico ordinario, porque sobre todo en el tramo Cuenca-Utiel ofrece unas inmensas posibilidades vinculadas, precisamente, a su utilidad turística. Algo de eso presiente la Diputación Provincial con el plan elaborado para recuperar algunas de las antiguas estaciones ya en desuso y destinarlas a otros usos vinculados con diversas modalidades de ocio y turismo. Son excelentes y preciosos ejemplares de arquitectura tradicional e industrial, diseñados por el arquitecto Secundino Zuazo (uno de los nombres señeros de la construcción española del siglo pasado) a los que se pueden añadir otros elementos, en este caso verdaderamente espectaculares, que forman un llamativo ramillete de propuestas a lo largo de la línea. Me refiero a la magnífica colección de viaductos que durante todo el recorrido fue preciso levantar para salvar el cauce de los ríos que el tren cruza en su camino a lo largo de su recorrido por la Serranía de Cuenca, como el de San Jorge, que he elegido para ilustrar este comentario. Los diseñó inicialmente el ingeniero Gonzalo Torres-Quevedo pero antes de la guerra solo pudieron construirse algunos de ellos, quedando pendientes los tres más complicados y costosos, que solo fue posible terminar una vez que el conflicto civil concluyó y la línea pudo igualmente llegar a su finalización.
        Cuentan las crónicas que, en el viaje inaugural de esta línea, en 1947, el tren se detuvo para que Franco pudiera bajar y acercarse a admirar la espectacularidad del viaducto del río Narboneta (que luego, por cierto, recibiría el nombre de Torres-Quevedo). Es un sano ejercicio, campestre y deportivo, que podría aplicarse también a ese uso presuntamente turístico que serviría para dar utilidad lúdica a este trayecto. Como se supone que en ese hipotético tren irían gentes sin prisa, podrían hacerse paradas puntuales para bajar, caminar, hacer ejercicio y fotos e incluso para almorzar o merendar, cosas igualmente útiles y recomendables. Y para admirar de cerca el grandioso paisaje de estos parajes generalmente alejados de la fácil contemplación.
         Las preciosas estaciones, los grandiosos viaductos de la línea férrea Cuenca-Utiel, a través de las montañas y los valles formados en la cuenca del Cabriel son una posibilidad, fácilmente realizable, que ayudaría no poco a mejorar el conocimiento popular de nuestra provincia sin hablar de las incontables ventajas que podrían obtener los pueblos implicados en el trayecto.


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