20 10 2018 UN PASEO POR LA SEÑORIAL CIUDAD DE PRIEGO
Un paseo por la señorial ciudad de Priego
Pocas veces, cuando se alude a Priego, se le antepone o añade el detalle
de que es una ciudad, sustituyéndolo por el menos comprometido de villa o
pueblo. Pues lo es, desde el año 1894, en que la regente María Cristina firmó
la Orden concediendo al lugar esa categoría, la primera en el escalafón, como
reconocimiento, decía el texto oficial, al "aumento
de su población y progreso de su agricultura y comercio", cuestiones que hoy, sin duda, quedan algo
en entredicho, sobre todo en el primer aspecto, porque Priego, como ocurre en
casi toda la provincia, sufre de manera muy acusada el problema de la
despoblación, para el que no parece haber fácil remedio.
Hay voces muy autorizadas empeñadas en mantener como esencial el carácter
alcarreño de estas tierras, de la misma manera que hay otras, no menos
convencidas en asegurar la condición serrana que corresponde al lugar. Lo
razonable es buscar un punto de equilibrio para encontrar que ambas teorías
tienen razón, pues una no debería impedir la vigencia de la otra. Priego se
encuentra en el arranque de la
Serranía de Cuenca, para la que es puerta y entrada, pero no
es menos cierto que gran parte del territorio circundante, tanto en paisaje como
en condiciones climáticas y ambientales, corresponde de manera inequívoca a lo
que entendemos como Alcarria. Y así, compartiendo características de una y otra
comarca, enlazándolas, el hermoso caserío sobrevive a la vera del Escabas, que
lo acaricia, ofreciendo a la vista del espectador esa impronta de melancólica
presencia que se abre paso a través de una edificación de profundo carácter
señorial, en la que no faltan también algunos ejemplos muy interesantes de
arquitectura popular.
Casi nada, muy poco, sobrevive de la estructura amurallada que hubo en
tiempos medievales y que encontraba el apoyo natural del poderoso roquedo que
se alza sobre el barranco enorme formado por el río. Solo el torreón de
Despeñaperros, solitario y orgulloso a la entrada de Priego, mantiene en pie el
recuerdo de aquellos tiempos definitivamente perdidos, convertido hoy apenas en
un elemento decorativo que compite con las brazadas de mimbre, artísticamente
organizadas en formas cónicas, alineadas ante el panel arquitectónico, mientras
las alfarerías del lugar ponen la pincelada costumbrista-turística.
En el interior de la ciudad, la Puerta de Molina es otro elemento que
recuerda la presencia de la línea amurallada y que hoy sirve para marcar la
tenue distinción existente entre el espacio urbano más antiguo y el más
reciente. La disposición original empezó a ser transformada cuando la todavía
villa alcanzó importancia política y administrativa al situar aquí su
residencia señorial los condes de Priego. La construcción de su palacio, el
trazado de una nueva plaza mayor, la actual, y la renovación de la iglesia
inmediata, trasladó a la parte baja el centro de interés comercial. Para
comunicar ambas zonas urbanas se trazó la calle Larga, precisamente a través del arco de la Puerta de Molina. Actuación que se vio complementada con las
construcciones de numerosas casas señoriales, bien por familias pudientes o por
familiares de la Inquisición. Fijar aquí la cabecera de un partido judicial fue
el hecho definitivo que consagró la importancia social, económica y
administrativa de Priego. Todo eso es el pasado. El presente se vincula a una
existencia sosegada que permite al visitante admirar el sentido armónico de la
edificación, pese a algunos desajustes entre lo antiguo y lo nuevo, que se transmite
a través de un sentido natural que tiene en la elegancia su mejor expresión.
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