20 04 2018 UN MONSTRUO DE VORACIDAD INSACIABLE
Un monstruo de voracidad insaciable
Como
cada año, cuando llegan estas fechas, se nos viene encima el trámite engorroso
de la declaración de la Renta, algo que para muchos ciudadanos representa un
singular combate con los confusos mecanismos burocráticos que la Administración
española tiene establecidos cómo fórmula adecuada para entretenernos y hacer
que durante un tiempo nos ocupemos en algo más que ver la TV. Hacienda, dice,
viene realizando un notable esfuerzo por simplificar los trámites y hacerlo
todo asequible y fácil de digerir, lo cual puede ser relativamente cierto en
aquellos casos de vida absolutamente sencilla, la nómina y nada más, sin ningún
otro aditamento, pero basta que en el horizonte personal se dibuje una escueta
complicación (un ingreso extra, una acción bancaria, una herencia, una
subvención, una anomalía funcional) para que el aparente sencillo trámite se
transforme en una extraordinaria complicación de la que siempre resulta difícil
salir airoso. Es una batalla singular, en que el ganador está predestinado de
antemano y en la que, por ello mismo, se producen cada año incontables
víctimas.
Lo de
Hacienda no es, con mucho, y aunque parezca mentira, lo peor con que nos puede
castigar el conjunto de la Administración pública española, esa hidra de
variadas cabezas, que desde distintas ópticas (la estatal, la autonómica, la
municipal, la de incontable organismos funcionales) cae sobre nosotros con una
severidad pasmosa, como martillo pilón inasequible e insensible, dispuesta a
agotar la paciencia y constancia del más sistemático de los ciudadanos.
Recuerdo ahora que, cuando apareció en nuestras vidas el procedimiento
informático, sus promotores y profetas, seguramente convencidos de la bondad
que anunciaban intentaron convencernos (y, por un tiempo, casi lo lograron) de
que se abría ante nosotros una nueva época marcada por la desaparición total
del papel que se acumulaba en las mesas de los despachos y que engordaban todos
los trámites administrativos hasta formar gruesos cartapacios. Fue un sueño que
quizá apenas duró un soplo, el tiempo necesario para evaporarse.
Personalmente,
lo que más me fastidia no es solo que la burocracia en vez de reducirse y
simplificarse se haya complicado y engordado de manera monstruosa, sino que
periódicamente aparezca un político, de cualquier signo (lo hacen todos)
empeñado en convencernos de que, en adelante, todo va a ser muy sencillo. Ya
sabemos que quienes se dedican a ese oficio no tienen ningún empacho en mentir
con el mayor de los descaros y con cualquier motivo, pero esto, como digo, me
produce una especial irritación. Hay trámites, documentos o certificados que lo
piden por puro vicio, de manera innecesaria, porque les basta con darle a una
tecla para tenerlo a la vista o nos exigen una vez sobre otra la presentación
del mismo papel que ya nos pidieron la semana pasada, solo por el gusto de
seguir acumulando material, exigiendo una fotocopia tras otra, a pesar de que,
en el colmo del cinismo, ellos mismos nos recomiendan ahorrar en el gasto de papel.
La
burocracia es un organismo vivo, que se retroalimenta a sí misma, alentada por
los funcionarios que la manejan y que temen perder sus puestos de trabajo si
hacen las cosas fáciles. Pese a esta realidad poderosa, quienes manejan el
cotarro insisten en que, de ahora en adelante, todo va a ser más sencillo, más
cómodo, más asequible, incluso para un niño, dicen en el colmo del cinismo,
mientras las impresoras no paran de reproducir uno tras otro siempre los mismos
inútiles documentos y sobre las mesas de los despachos se acumulan los mismos
papeles cien veces repetidos.
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