27 11 2016 IMÁGENES BELLÍSIMAS DE UN MOMENTO ENCANTADO
Imágenes bellísimas de un momento
encantado
Entre los variados temas recurrentes
que hacen referencia a cuestiones vinculadas a la ciudad de Cuenca, uno de los
más socorridos es el de los rodajes cinematográficos, sobre los que siempre,
sin excepciones, gira la misma duda o pregunta: ¿por qué no se hacen, no se han
hecho, más películas ambientadas en Cuenca? Hay una evidencia indiscutible: la
ciudad es fotogénica, como atestiguan millones de fotografías que han recogido
hasta sus más escondidos rincones y eso mismo es aplicable al cine. Las escasas
películas rodadas aquí, incluidas algunas series de TV, ofrecen plásticamente
una visión muy agradecida de Cuenca, merecedora de servir de escenario o
soporte visual a cualquier tipo de historia, pero no ha sido así, en buena
parte de culpa (si en este asunto se debe hablar de culpables) por las
estructuras productivas internas del cine español pero en parte también, sin
duda, porque desde aquí no se ha hecho un esfuerzo (ningún esfuerzo) por
explicar que existimos y dar las
facilidades necesarias para que un asunto tan complejo (y molesto) como es un
rodaje cinematográfico en exteriores se pueda realizar en nuestras calles.
Estos días, en el Centro Cultural
Aguirre, se puede contemplar una sorprendente a la vez que bellísima exposición
que resume gráficamente lo que fue el rodaje en Cuenca de Calle Mayor incluyendo algunos fotogramas de la película, elementos
documentales valiosísimos, libros y el proyecto de guión inédito que hubiera
servido para dar forma a una continuación, a un regreso de los protagonistas, a
los mismos escenarios que habían pisado años atrás. Sobre todo ello sobrevuela
la personalidad de Juan Antonio Bardem, el verdadero artífice de aquel pequeño
milagro que fue la construcción fílmica de un relato que encaja como el guante
en la mano en las características de una pequeña ciudad provinciana en los años
amargos de la mitad del siglo XX. Esa ciudad provinciana, tópica quizá, propia
de la España interior, cuyos perfiles se van difuminando a medida que se
extiende la progresiva centralización de un país para el que, cada vez con
mayor insistencia, solo parece importar lo que sucede en las grandes ciudades,
las únicas con presencia constante, repetitiva, en los medios de comunicación,
mientras esa otra España, quizá más real, más auténtica, va apagándose en aras
de la globalización y del imperio poderoso de los intereses mercantiles.
Un rodaje cinematográfico, en vivo,
en las calles y plazas de un lugar, representa siempre un extraordinario movimiento
de agitación popular, porque las cámaras, y el montaje que llevan consigo,
vienen a alterar durante algunas horas o días la habitual monotonía de la
existencia cotidiana que se desarrolla siempre al compás de un ritmo
preestablecido. Durante un rodaje, el tráfico se interrumpe e incluso la libre
circulación de las personas se ve condicionada a las necesidades de ese espacio
acotado en que se ejecuta la filmación, pero eso, generalmente, nadie lo
considera negativo, antes al contrario, todo el mundo queda encantado de ese
trajín, la contemplación de la parafernalia tecnológica desplegada, la cercanía
de los actores, el agitado ir y venir de los técnicos, por no hablar del
encantamiento colectivo si hay que recurrir a unos cuantos extras elegidos en el
mismo lugar para formar parte del grupo de figurantes precisos en determinada
escena. De hecho, estos días, durante la exposición en el Centro Aguirre,
resulta muy estimulante oír a veces la expresión “yo estuve allí” o “mi padre
estuvo allí”. Todo ello sin mencionar, y no es el menor de los capítulos, los
beneficios económicos que un rodaje cinematográfico repercute en la ciudad
elegida.
En
esta exposición, la ciudad, la nuestra, resurge ante las miradas de los
espectadores con una fuerza inusitada que viene a reafirmar el reconocimiento
hacia la inmensa labor realizada entonces por Juan Antonio Bardem. Conmueve a
la vez que maravilla la visión de nuestra vieja (y torpemente desaparecida)
estación de tren, la belleza profunda de la plaza de Santo Domingo, la
espectacularidad del conjunto urbano sirviendo de telón de fondo a Betsy Blair
y José Suárez, la encantadora presencia de las gentes arropando el rodaje en la
Plaza Mayor… tantos momentos felices que aquella experiencia provocó entre
quienes la vivieron y que sería maravilloso poder revivir, de vez en cuando,
con nuevos rodajes, nuevas películas con soporte fílmico y plasmación visual en
el paisaje urbano de Cuenca
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