25 12 2016 DÍAS DE SUAVE SATÉN
Días de suave satén
Es inevitable, creo yo, caer en la
rueda atractiva que genera la llegada de estos días y en la que, también de
forma inevitable, entramos quienes nos dedicamos a escribir artículos en los
periódicos. Cada uno tiene su propio código temático pero cuando llega la hora
de afrontar la pálida desnudez de la pantalla del ordenador las propuestas se
van eliminando porque, quizá incluso inconscientemente, uno piensa que no es
cosa de alterar la pacífica tranquilidad ciudadana con cuñas o comentarios que
puedan venir a introducir pensamientos innecesarios.
Si eso lo pensaran también quienes
se dedican -curiosa ocupación- a poner bombas en los mercados, lanzar camiones
desbocados contra muchedumbres de descuidados paseantes o pegar tiros por la
espalda a un embajador, por no hablar de quienes encuentran que es cosa
razonable matar a puñaladas a la mujer propia (tres de una tacada, el último
fin de semana), las cosas nos irían mucho mejor. Antes, un antes todavía muy
cercano, las guerras y los crímenes parecían conceder unos días de tregua
cuando llegaban fechas señaladas, pero me parece que esa costumbre también se
ha evaporado de los códigos humanos de conducta.
Hasta este plácido rincón de la
España interior nos llegan esos ecos que, a pesar de la lejanía, siempre
conmueven a cualquier espíritu medianamente sensato y culto y nos decimos, unos
a otros, o cada cual en su interior, que esas cosas no deberían pasar. Por
aquí, los problemas más cercanos son los que sabemos afectan a muchas familias
en serias dificultades para poder solventar las necesidades de cada día y eso
se traduce en el incremento colectivo hacia las ONGs o en operaciones
solidarias para acudir en ayuda de casos concretos. Y lo hacemos, también, a
pesar de que aparezca un desaprensivo que, bajo el pretexto de recaudar fondos
para curar a su hija enferma, haya desarrollado una descomunal estafa que nos
hace dudar, siquiera de forma pasajera, sobre la conveniencia de acudir a estos
llamamientos. La realidad, sin embargo, es que si bien han aumentado las
necesidades sociales, también lo han hecho, y en mayor intensidad, las
aportaciones a los grupos y entidades que se aplican generosamente (y con alto
índice de voluntariedad) a intentar resolver tales problemas. Siempre nos
quedará la duda (y es una duda razonable) sobre quienes se sitúan en las
aceras, en ocasiones en actitudes de franca y desagradable autohumillación,
pidiendo una limosna. La conciencia de cada cual decide sobre la marcha si esa
parece una petición que responde verdaderamente a una necesidad o se trata de
una engañifa más.
Ajenas a estas cuestiones humanas
que se desarrollan a nivel de calle, los escaparates despliegan ante nuestros
ojos toda la variedad de ofertas que la sociedad consumista es capaz de
proporcionar mientras desde lo alto, las pantallas luminosas que cruzan de
parte a parte las calles céntricas pretenden simbolizar una especie de alegría
colectiva. Hay quienes reniegan de este despliegue municipal en luces de fogueo
pero creo que la mayoría pensamos que bien está un poco de refuerzo luminoso a
la ciudad seguramente peor iluminada de este país, inmersa de manera permanente
en una brumosa semioscuridad que potencia las sombras nocturnas sin aportar
apenas claridad.
No es sólo esa la alteración del
ritmo cotidiano. Carretería, que parece ya definitivamente ganada para la causa
de los peatones, pues se han bajado del burro hasta los más acérrimos
defensores de lo contrario (o, al menos, ya no se les oye), cambia su habitual
aspecto de decadentismo decimonónico para cubrirse con ese mercadillo en el que
puede encontrarse de casi todo y que compite con el comercio tradicional en el
empeño común de hacernos comprar y consumir que, si bien se mira, es la base
más simple y directa de la economía, desde que los fenicios la pusieron en
práctica. Al fondo de todo, también siguiendo la rutina tradicional, el belén o
nacimiento cumple su ritual acto de presencia para recordarnos a todos,
incluidos los descreídos, qué se celebra en estos días.
Por la calle, a diestra y siniestra,
nos felicitamos las fiestas dicho así, en general. Algunos, fieles, añaden la
palabra “pascuas” pero son los menos. Como si todos fuéramos gentes de orden y
paz, nos transmitimos los mejores sentimientos, convencidos, seguramente con
sinceridad, de que eso es lo deseable y educado. Por estos días, vale. Cuando
pasen, ya veremos lo que nos trae el destino.
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