04 09 2016 LA CASA DEL CORREGIDOR
Parece llegar la hora de la Casa del
Corregidor
Las cosas de palacio van despacio. Y
si el palacio está en Cuenca, las cosas van extraordinariamente más despacio
todavía. Viene a cuento este latiguillo tópico al hilo de algunas operaciones,
más o menos latentes, aún muy tenues, que se vienen realizando a través de los
entresijos de nuestra complicada administración para, al parecer, ahora sí,
poner en marcha los mecanismos necesarios para llevar a cabo la restauración de
la Casa del Corregidor, el más noble, importante y valioso arquitectónicamente
edificio civil de cuantos se encuentran en la calle Alfonso VIII, para mayor
inri, de propiedad municipal. Para que se pueda adquirir de un breve plumazo
conciencia real de a qué me refiero cuando hablo de lentitud en los
procedimientos, daré solo algunos leves datos, con el fin de no cansar al
amable lector, que bastante tiene sin necesidad de que venga nadie a martirizar
sus sentidos. Por eso, para ir derecho al grano, me limitaré a recordar, a
quien no lo sepa o lo haya olvidado, que fue el 7 de agosto de 1992 cuando el
Ayuntamiento aprobó el proyecto de restauración del inmueble y aún debieron
pasar cinco años más, hasta 1997, cuando se adjudicó a un equipo de arquitectos
el concurso de ideas para llevar adelante tal proyecto, que al año siguiente
fue aprobado, entonces con un presupuesto de 214 millones de pesetas. Vaya el
paciente lector haciendo restas, desde el 2016 en que nos encontramos hasta las
cifras citadas y así tendrá cabal idea de con qué alegría y desparpajo pasan
los años en los pasillos de los palacios conquenses.
La
Casa del Corregidor es -ya está dicho- el más noble edificio de cuantos orlan
la calle Alfonso VIII. Ordenó su construcción el corregidor Juan Núñez del
Nero, utilizando el solar que había ocupado la antigua Cárcel Real y en 1769
llegó la autorización concedida por Carlos III para situar en él la residencia
de aquella autoridad y las oficinas de su administración, junto con la nueva
cárcel. El proyecto lleva la firma de José Martín de Aldehuela, quien diseñó un
edificio de superficie rectangular y tres plantas de altura en la fachada
principal que son siete en la posterior sobre el Huécar, según la costumbre
constructiva de esa zona. La portada, de magnífica sillería labrada, culmina en
un alfiz moldurado y sobre el gran balcón central campea un escudo real. Las
ventanas se cubren con rejas de forja tradicional conquense, de gran calidad.
Los
avatares del proyecto de reconstrucción dan para escribir una novela, porque es
evidente que aquellas primeras intenciones y acuerdos, con presupuestos
incluidos, pasaron bonitamente a mejor vida. Eso sí, para entretener al
personal, de vez en cuando se fueron tomando decisiones que parecían ir en
serio y duraban más o menos lo que se tarda en contarlo. Así, en 2002 se
hicieron obras de mantenimiento en la cubierta para poner coto a las goteras y
en 2011 empezaron a desescombrar el interior, como paso previo a los futuros
trabajos de reconstrucción, sin olvidar la actividad de los arqueólogos,
siempre presentes con prolijo detenimiento cuando de estas intervenciones se
habla. Entre unas cosas y otras, el asunto del dinero, siempre importante, ha
ido yendo y viniendo del Consorcio al ministerio de Fomento (ya saben, el
famoso 1% cultural) hasta que finalmente parece que se ha quedado en el primero
de ellos, a quien toca emprender de una vez las obras que, con un poco de
suerte, ahora sí vamos a ver empezar.
Desde
el inicio de este procedimiento, el objetivo ha sido destinar la Casa del
Corregidor a sede del maltratado Archivo Municipal conquense y a implantar una
institución de nuevo cuño, el Museo de la Ciudad. No se si por olvido,
ignorancia o por omisión deliberada, en las últimas decisiones ya no se
menciona el Museo, sino que en su lugar aparecen las oficinas del Consorcio que
también tendrán su sede en este edificio. Convendría que, quienes pueden
hacerlo, dijeran claramente si se mantiene la idea, valiosísima, vigente en
todas las ciudades históricas, de habilitar un Museo de la Ciudad o si por el
contrario han decidido eliminarlo con cualquier pretexto de los que siempre hay
a mano, sobre todo por ahorrar gastos, que es el concepto más querido en el
ánimo de quienes se dedican a gestionar las cosas públicas municipales. Frente
a esa afición restrictiva, quiero reivindicar desde aquí (y ojalá hubiera más
apoyos) la importancia y significación de una entidad de esa naturaleza que,
por abreviar y resumir, sirve para decirnos, con pelos y señales, quienes
somos, de dónde venimos y en qué lugar estamos. Y eso, las cosas como son, no
tiene precio.
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