BASCUÑANA DE SAN PEDRO, AL AMPARO DE UN MAGNÍFICO PAISAJE


 A Bascuñana de San Pedro hay que ir a propósito, porque no se encuentra en uno de los infinitos caminos que cruzan el territorio provincial. La carretera viene desde Cuenca y continúa hacia Guadalajara, pero el pueblo se queda al lado, no muy lejos, pero sí algo distante de esa ruta principal, que es preciso abandonar para llegar hasta el pequeño recinto urbano, uno de los que compiten por ostentar el título de menor población de cuantos en estas tierras de la Alcarria se encuentran en similar situación demográfica. Esa pequeñez humana se acompaña de otra similar en cuanto al papel que le ha correspondido en el devenir de los hechos históricos, en el que este nombre, Bascuñana sólo, como se tituló hasta la reforma de 1916, apenas si aparece mencionado de manera esporádica y tangencial, como si nada hubiera pasado por aquí desde que este lugar nació a la vida, en los ya lejanos tiempos de la Repoblación tras la conquista cristiana por parte de las tropas de Alfonso VIII, proceso en el que tuvo lugar el asentamiento de una pequeña población humana, establecida con fines agrícolas, para dar vida y trabajo a estas tierras y así nació el pueblo, una aldea de la ciudad de Cuenca. Desde entonces, los habitantes del pueblo han mantenido con dignidad su condición independiente, con su propio Ayuntamiento, sin que le hayan convencido algunos cantos de sirena que de vez en cuando intentan promover su incorporación a otro municipio de mayor entidad.

Caminando por estos senderos, ahora bastante inhóspitos, extendidos a los pies de la hermosa sierra de Bascuñana, uno piensa si lo que hay a la vista se va a ver afectado, y en qué manera, por ese fantástico proyecto que lleva ya cuatro años dando vueltas por los vericuetos de las promesas políticas, sin que nunca encuentre el momento de pasar a la realidad, a pesar de que las fechas anunciadas van llegando y pasando de largo. Ya saben, me refiero al parque de aventuras y ecoturismo que pretenden construir, espero que para bien, en estos parajes por los que ahora estamos caminando y que afectará, no se en qué medida, a estos pequeños pueblos plácidamente acomodados en las laderas y las faldas de la sierra de Bascuñana.

La cosa puede ser tan fantástica como los sueños mineros que en tiempo ya remoto airearon algunos cronistas, como Mateo López, al asegurar la existencia de un hipotético yacimiento de plata y añade: "En estos años pasados se han hecho algunos ensayos de dicho mineral y efectivamente dicen ser de plata". De tal cosa no queda ya en el pueblo ni el recuerdo, situación en la que acompañan las antiguas canteras de mármol. Lo que sí hay es lo que se ve, lo que está al alcance de la mirada, una vez que se cubren esos pocos kilómetros que salen desde la carretera nacional y se observa el perfil del pueblo levemente encaramado en la falda de un suave cerro, al amparo de la poderosa Sierra de Bascuñana que enmarca el valle. Un amplio espacio agrícola dedicado al cereal y el girasol, cubre las inmediaciones del recinto urbano, bordeados por los pinares que definen el paisaje.

Bascuñana se encuentra perfectamente conservado. Del espacio central, que cumple las funciones de plaza pública, sin serlo formalmente, han desaparecido dos de los tres magníficos olmos que hubo, pero queda en pie uno de ellos. Sí permanece la fuente abrevadero, esa instalación tan útil en casi todos los pueblos, preparada para que seres humanos y caballerías pudieran compartir amistosamente la necesidad de beber. Las calles del lugar, bien pavimentadas, aceptan la convivencia de varias casonas antiguas restauradas junto a otras de moderna construcción. Tuvo un Pósito Pío, algo infrecuente en un pueblo tan pequeño, con el que se regulaba el mercado del trigo y se conservan, como ocurre en todos estos pueblos alcarreños, algunas en estado cuevas de vino, en situación un poco mediocre, me ha parecido observar. El edificio municipal, sede del Ayuntamiento, es de discreta arquitectura pero de presencia muy digna, acorde con el carácter sencillo del pueblo.

            Casi parece innecesario decir, porque es cosa obvia, que el edificio más destacado es la iglesia parroquial, dedicada a san Pedro y situada en una pequeña meseta, desde la que se domina la plaza del pueblo y cuya humilde apariencia exterior es engañosa, porque dentro hay varias joyas muy notables. Es fábrica de arquitectura popular de formas bien proporcionadas y con una interesante ornamentación interior. El comienzo de su construcción está fechado en 1671, sin que haya noticias de cómo pudo ser el templo precedente, seguramente románico. Al exterior destaca la torre campanario en situación lateral, alzándose sobre el coro, de configuración rural; en esta fachada principal se aprecia la existencia de un hueco de aspecto románico, aunque seguramente fue abierto en época posterior. Hay un atrio exterior, por el que se accede al templo, de una sola nave cubierta por bóveda de media naranja.

En el interior hay un elemento artístico muy valioso, el retablo del altar mayor que, aunque de dimensiones reducidas, resulta muy atractivo por su configuración, en la que domina la fantasía rococó. Tiene una estructura vertical, con tres calles, mientras que en la distribución horizontal se aprecia un zócalo de obra en el que está adosada la mesa del altar, un banco con cuatro ménsulas que corresponden una a cada columna vertical, con decoración de querubines y casetones en las calles laterales; en el cuerpo central hay una hornacina en la que se ubica la imagen de San Pedro, que es la figura dominante en este precioso conjunto, una excelente pieza escultórica que lleva la firma genial de Pedro de Villadiego y que es, sin duda, una de las joyas artísticas de la provincia. A sus lados están las imágenes de San Antonio y el Resucitado. Restaurado recientemente, ha podido recuperar toda su prestancia.

Adosados a las paredes del templo hay dos retablos, uno dedicado a la Inmaculada, obra que se atribuye a Giraldo de Flugo y, frente a él, un San Sebastián, también de excelente factura y ambos enmarcados en delirantes conjuntos barrocos. Junto al altar mayor hay otra talla de la Inmaculada, moderna, cedida a comienzos de siglo por Mariano Catalina que sustituyó a otra, posiblemente románica, muy deteriorada.

No es san Pedro el único santo con representación icónica en estas calles. Hay también una ermita de san Isidro, situada en un pequeño altozano, en la parte superior del pueblo, y que es un pequeñísimo recinto de planta rectangular. Tiene una diminuta portada exterior, con remate de bolas, según la costumbre popular, para enmarcar un campanil. En el interior hay un pequeño retablo del siglo XVII, de sólo 107x162 centímetros, realizado en madera dorada y policromada al temple, al que se le ha incorporado una escultura del santo y que fue restaurado hace años por Mar Brox. Y aún hay otra ermita, a la entrada del pueblo, dedicada a su patrona, la Inmaculada Concepción, cuya fecha, ya saben todos, es el 8 de diciembre, pero que aquí festejan a mediados de agosto por aquello de satisfacer a los emigrantes.

Poco más hay que ver en el paseo por las calles de Bascuñana de San Pedro, salvo ese elemento vivencial tan extraño en el mundo agitado que vivimos: tranquilidad, sosiego, calma. Y la envoltura generosa de un ambiente natural que favorece el mantenimiento de tan saludables principios.

 

 

 

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