28 08 2025 BARBALIMPIA, ENTRE LOS BELLOS MEANDROS DEL JÚCAR

 


Para llegar a Barbalimpia, hay que cruzar una magnifica puerta de entrada, el extraordinario Puente Palmero, que es sin duda una de las mejores obras de fábrica que se pueden encontrar en el recorrido por los ríos de nuestra provincia. Está sobre el Júcar, que aquí luce con todo su señorío, ennobleciendo el paisaje inmediato para dar lugar a una soberbia estampa y que fue tradicionalmente el punto de confluencia de las cañadas serranas; aquí se unían los grandes rebaños procedentes de las montañas, para marchar todos juntos hacia Andalucía, dando lugar a un espectáculo que hoy podemos recrear con la imaginación, sólo con la imaginación, porque esa es ya una estampa de un pasado cada vez más lejano. Madoz, siempre puntilloso, anota que el puente es “notable por los muchos robos que en aquel sitio se han cometido” y no dudo yo de que tal cosa fuera cierta, aunque el cronista no aporta ningún dato concreto, pero sí es evidente que este paraje ya no disfruta de tan mala fama. Al contrario, hoy es un ámbito de placidez, donde el puente muestra orgulloso su estructura, con tres ojos desiguales, disminuyendo de tamaño desde la ribera derecha del Júcar hacia la de la izquierda; su poderoso ojo mayor es suficiente para permitir el paso de un cauce que, en ocasiones, cambia su sosegado caminar por el ímpetu de la corriente furiosa.

Pasado el puente y entrando ya en el camino que nos lleva a nuestro destino, junto al asfalto, las riscas de caliza soportan la permanencia, en lo alto, de la Casa del Egidillo, un bello edificio rural de dos plantas, con cubierta a dos aguas, ya muy ruinoso, concepto que también se puede aplicar, con mayores motivos y un amplio sentimiento de tristeza a la que fue antigua villa de Hortizuela, de la que sobrevive en pie, uno de los más bellos y tristes ejemplos de la arquitectura medieval conquense, una temblorosa iglesia que los propietarios del lugar, hoy una finca agrícola, tienen el buen gusto de conservarla y es detalle que merece reconocimiento.    La iglesia es de planta reducida, con el cabecero orientado al este, como tenían cuidado de hacer los constructores medievales. No hay la menor duda de que este edificio se levantó inmediatamente después de la conquista de Cuenca, dentro de las tareas de repoblación que los nuevos dueños del territorio llevaron a cabo para volver a poner en actividad los campos.

Hortizuela fue villa de señorío, con alcalde y todo. Hoy es un despoblado que forma parte del término municipal de Barbalimpia y por eso he hecho esta parada en el camino que nos lleva hacia el objetivo principal, que avanza abriéndose entre bosquecillos descuidados, pinares mínimos, sombra aparente de sus hermanos serranos, con algunas parideras semiderruidas que conservan el olor de miles de cabezas de ganado que aquí encontraron refugio en algún momento. Las curvas permiten ir vislumbrando, no muy lejos, los meandros del Júcar, desperezándose por campos cada vez más abiertos.

Barbalimpia se adivina desde varios cientos de metros antes de llegar y es un buen ejemplo de la escasez de seres humanos que deshabita este territorio. La carretera, línea gris, cruza el pueblo por su mitad. Las casas se apiñan a un lado y otro del camino, mostrando despreocupadamente su desnudez vivencial. La primera impresión del viajero es que el lugar está totalmente abandonado; el humo de una chimenea y la presencia indiferente de un hombre sentado en un poyo, desmienten pronto aquella idea y explica de manera sencilla cuál es la realidad: "En verano somos muchos más, pero en invierno quedamos cuatro". Y, en efecto, en estos días de agosto, en plena canícula, el pueblo ha celebrado sus fiestas patronales en honor de San Esteban y las crónicas transmiten la algarabía producida por una auténtica multitud que se ha entregado con despreocupada alegría a festejar la ocasión. Ante este espectáculo, nadie podría decir que es un pueblo vacío.

El lugar, como tantos otros, ha experimentado un notable cambio en los últimos años, de acuerdo con ese fenómeno social vinculado al regreso a los orígenes. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que visitar Barbalimpia era pasear por entre las casi derruidas viviendas, pisando guijarros movedizos, sin encontrar a nadie más. La renovación de la estructura urbana es evidente y afecta a casi todo el pueblo. Permanecen todavía en pie notables ejemplos de arquitectura popular, alguna reja, tejas, una fuente romana, ciertamente espectacular, situada a la salida del pueblo por la calle que, con acierto, llaman de La Calzada, pues eso debió ser, una calzada romana, dos mil años atrás. Está a continuación del noble edificio que fue Ayuntamiento, cuando lo tuvo (ahora es una aldea de Villar de Olalla), una sólida pieza de severa textura pétrea..

Por calles empinadas avanzo hacia la parte más alta del lugar, donde está la iglesia. También aquí el tiempo se ha detenido en la lejanía del periodo románico, visible sin contención en el ábside semicircular y la portada de arco de medio punto enmarcada por un alfiz como único adorno de la severa fachada. La espadaña es más moderna, del siglo XVI y tiene dos huecos. Dicen que en el interior hay una bella pila bautismal, también románica. Al lado, el mínimo cementerio, adosado al cabecero del templo, dormita de manera permanente.

Desde la elevación eclesial volvemos a desandar caminos por la calle interior, que parece la más larga y mejor dotada del pueblo, sin nombre a la vista. Es un buen espacio para comprobar la coexistencia de ruinas con nuevas construcciones. Nadie hay por estas calles. Un silencio total acompaña los pasos, inadvertidamente prudentes, del viajero. Junto al coche, un perro dormita mostrando absoluta indiferencia hacia las idas y venidas.

Barbalimpia ostenta, desde luego, un nombre  ciertamente curioso y por ello se presta a las más variadas interpretaciones, ninguna de ellas con fundamento. Entre las que se suelen citar figura una que tiene ciertos visos de verosimilitud: habla de un caballero que formaba parte del ejército de Alfonso VIII, con el que participó en la conquista y repoblación de Cuenca, conocido en el ambiente militar con el apodo de Barbalimpia y que al terminar las operaciones bélicas recibió como recompensa tierras en estos parajes. Por supuesto, de tal hecho no existe el menor dato histórico, pero en ocasiones las leyendas también pueden tener algún valor, sobre todo si caen en manos de alguien que las cuenta con gracia imaginativa.

 

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