14 08 2025 ATALAYA DEL CAÑAVATE, ENTRE EL FRAGOR DE LAS AUTOVÍAS


Tenía yo la secreta esperanza de que cuando en esta serie de viajes por los pueblos de la provincia le llegase el turno a Atalaya del Cañavate, ya se habría producido el cambio de nombre que acordaron nada menos que en el pleno municipal celebrado el 19 de agosto de 2021, pero como los organismos burocráticos que actúan en este país cada vez son más lentos e ineficaces, el que tiene que resolver esta cuestión no ha tenido tiempo ¡en cuatro años! para adoptar una decisión tan simple y directa como la que se le propone: un pueblo quiere cambiar, en este caso simplificar, su nombre y todo lo que tiene que hacer el funcionario de turno es decir amén y ratificar el acuerdo. Eso, que es lo que opina un ciudadano normal, no es tan sencillo cuando el tema cae en manos del aparato administrativo y en consecuencia hay que seguir escribiendo Atalaya del Cañavate en vez de solamente Atalaya, que es lo que quieren los vecinos. Y la verdad es que tienen razón, porque ese fue el nombre del pueblo desde sus orígenes medievales y que alude, como es obvio deducir, a un elemento de vigilancia, del que no queda ningún resto, aunque modernamente ha sido reproducido en otro que, por lo menos, ayuda a visualizar el concepto.

También es verdad que siempre ha existido una buena relación entre Atalaya y su vecino El Cañavate, como pueblos ambos vinculados al señorío que sobre toda la comarca ejercía Alarcón, pero convivencia no significa dependencia y eso es lo que parece deducirse del nombre todavía vigente, que se impuso también por una decisión burocrática a finales del siglo XIX y por ello los vecinos del lugar quieren poner las cosas en su sitio y volver a llamarse como se habían llamado durante siglos. Con paciencia no queda más que esperar la rúbrica de la firma oficial que formalice la decisión popular.

Aparte esta cuestión nominativa que tiene su enjundia más allá de la aparente insignificancia del asunto, Atalaya del Cañavate ha alcanzado una posición de especial relevancia en los últimos años, al convertirse en un extraordinario nudo de comunicaciones, con varias autovías coincidiendo en ese punto y aunque eso no afecta para nada a la vida interior del pueblo, el que el nombre esté constantemente en boca de todos los que van y vienen tiene su importancia, desde luego. Cierto que prácticamente nadie de los que circulan por esas vías rápidas siente curiosidad alguna por parar su presuroso camino y entrar a ver qué hay en esas calles que quedan al margen del asfalto. Si lo hicieran, encontrarían un lugar pequeño, pero bastante bien ordenado, con algunos elementos arquitectónicos de interés, incluyendo los dos más importantes, el Ayuntamiento y la iglesia, con algunas referencias historicistas a un lugar de interés arqueológico, el Cerro del Santo, donde se descubrió una necrópolis y a una villa romana que se puso al descubierto durante las obras de construcción de una de las autovías, fue documentada y fotografiada y luego siguieron las obras, cubriéndola por completo.

Para llegar al corazón del pueblo, una vez que la carretera queda atrás, hay que caminar por un paseo arbolado con chopos en el que no falta un antiguo pilón para alimentación de ganado ahora sin utilidad y un mínimo riachuelo, con un hilillo de agua. La entrada al lugar no es muy optimista: la primera calle es la de la Amargura, que va hacia la izquierda; la segunda, la del Calvario, hacia la derecha. Dos títulos muy castellanos, como corresponde al espíritu doliente que caracteriza los ánimos tradicionales. En la plaza de España está el Ayuntamiento, edificio de noble apariencia, dentro del estilo de arquitectura popular construido en el siglo XIX y en el que se han realizado obras recientes de remodelación, con el traslado de las oficinas municipales a la primera planta, quedando la baja para el nuevo Centro Social Polivalente. Se encuentra situado en una esquina de la plaza, ocupando un espacio cuadrado en el que levanta dos plantas. El acceso cuenta con un soportal formado por dos arcos de medio punto adovelados con acceso principal por una portada de arco de medio punto.  Desde la plaza  sale la calle Real, donde se puede encontrar una bonita reja, aislada, como perdida y reencontrada para ser incorporada a la construcción moderna. Son muy interesantes estos detalles de supervivencia de elementos clásicos en construcciones actuales; revelan la existencia de una nueva sensibilidad, más culta, que entiende el valor de lo antiguo y procura mantenerlos. Pero de todos los ejemplares de este tipo que se pueden encontrar en el paseo por estas calles, el más valioso, sin duda, está en la calle Florida, donde encuentro una hermosa casa antigua, una casa de labranza tradicional, con dos portadas muy dignas y de evidente interés arquitectónico. Una de las propietarias me explica que inicialmente era una sola edificación, que fragmentaron en dos para repartir entre las hermanas que recibieron la herencia. Evidentemente, las dos portadas proclaman la existencia anterior de una casa solariega ahora transformada en la moderna edificación y en la que, con inteligencia, como dije antes, han salvado esos elementos que ayudan a imaginar cómo pudo ser la edificación original.

Toca ahora visitar la iglesia parroquial, cita ineludible porque este templo es una pieza exquisita, consagrada con la declaración de Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento, en el año 2001. Y, en verdad, merece la pena acercarse a él, rodearlo por todos sus lados, contemplar despaciosamente sus elementos fundamentales. Uno, sobre todo, llama de inmediato la atención, la magnífica portada estilo Renacimiento, de composición muy clásica y levantada a mediados del siglo XVI, cuando la obra estaba ya muy avanzada pero aún inconclusa, porque entonces tenía una sola nave, con entrada por la actual calle de las Campanas y a la que luego se añadió una segunda nave, en la parte oriental y todavía no se dieron por contentos, de manera que posteriormente aún se llevaron a cabo nuevas intervenciones, como la eliminación del coro y del púlpito y la sustitución de la solería tradicional, de barro, por un pavimento de baldosa hidráulica. Un bonito atrio ajardinado envuelve todo el edificio y ello se completa con un cerramiento enrejado, una envoltura que ayuda a fortalecer los aromas placenteros que desprende esta iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción.

Bajando por la calle de las Campanas se llega a las ruinas de la ermita de San Bartolomé, y por la calle de las Manzanas se llega a otro resto venerable, un antiguo molino del que se mantiene en pie la estructura circular de piedra, pero sin techumbre. Es, como se suele decir en estos casos, un hito en el paisaje, un elemento perfectamente inútil desde los principios de la utilidad, pero extraordinariamente valioso como vestigio histórico y cultural y, desde luego, en su implantación solitaria, vistosa, en el paisaje que rodea al pueblo. Y aún para completar el paseo puede uno acercarse a ver un excelente chozo de pastores, conservado en muy buenas condiciones; enfrente, en un espacio descampado, se han ido depositando diversos aperos agrícolas con la intención de formar un museo etnográfico.  Más allá resuena el fragor del tráfico, una autovía por aquí, otra por allá. Son miles de coches yendo y viniendo, sin detener sus prisas para ver lo que realmente merece la pena.

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