ARCOS DE LA CANTERA, TAN CERCA, TAN LEJOS
Arcos de la Cantera existe desde la Edad Media, como uno
de los muchos lugares de repoblación que surgieron en la Tierra de Cuenca tras
la conquista y desde ese remoto origen su existencia se fue desarrollando sin
especiales problemas, manteniendo una razonable población media, en torno a los
300 habitantes, hasta que con la llegada de las últimas décadas se produjo el
hundimiento definitivo que reduce ahora el censo apenas a una docena de
personas como residentes fijos, a los que se unen los no se cuantos que aquí
han instalado su segunda residencia, a la que vienen los fines de semana,
porque el lugar, si no lo he dicho ya lo hago ahora, es muy agradable, pacífico
y amistoso, en un ambiente vinculado a la naturaleza, que aquí se despliega
generosamente, en una curiosas mezcla de pequeñas estribaciones serranas combinadas
con el aroma inconfundible de las tierras alcarreñas que precisamente por aquí
se inician.
Naturalmente, en el nombre del pueblo hay un elemento
que en seguida llama la atención: la cantera, con el que se alude a una de
amplio prestigio y poderosa producción, que por aquí estuvo, en un cerro
próximo, y de la que, cuentan las crónicas, se extrajo gran cantidad de piedras
utilizadas en muchas construcciones de la capital e incluso de la catedral. A
ella se refiere el cronista Antonio Ponz cuando en su conocida obra de viajes
por España, al comentar (y elogiar) la portada de
El casco urbano está agrupado aunque
con una distribución disforme. Existe una calle principal, la de
La iglesia de San Pedro es un edificio
muy voluminoso, en exceso para las características del lugar, con torre
cuadrada adosada a los pies. Se encuentra a la entrada del pueblo, con fábrica
de mampostería y sillares en las esquinas, con acceso al interior a través de
un arco de medio punto de sencillas dovelas, con las fechas 1802 y 1857
inscritas en otros tantos sillares de las jambas. En cuanto a la torre, que
destaca de manera llamativa por su voluminosa presencia, es de planta cuadrada,
con una formación de gruesos sillares en la base; el interior tiene forma de
salón, cubierta ahora con un artesonado muy simple, que sustituye al antiguo
buen techo de alfarjía. Hay una capilla lateral a la izquierda, cubierta con
una pequeña cúpula del siglo XVIII, que sirve para el alojamiento de
Pero si el edificio religioso tiene
interés, me parece mayo otro, de naturaleza civil, el de las antiguas escuelas,
cuando había niños que iban a ella, de importante volumetría, formado por dos
cuerpos simétricos separados por una torre central de mayor altura. Cada uno de
los dos segmentos se dedicaba a niños y niñas, por separado, como era natural
antes, siendo el bloque central el destinado a labores de dirección y
administración. Los bloques tienen dos alturas, con tres ventanas a cada lado,
lo que hace un total de 12. El edificio ha sido restaurado modernamente para
cumplir funciones comunitarias como dependencias municipales.
Y junto a todo ello, que es bastante
para un lugar tan pequeño, tiene Arcos de la Cantera una curiosísima vertiente
artística. Durante muchos años, hasta su muerte en 2000, aquí vivió y trabajó
el pintor Julián Pacheco, que eligió el pueblo como residencia cuando acabó su
peregrinaje y exilio en Italia en los años de la dictadura franquista. La
figura de Pacheco aún nos sigue conmoviendo a algunos, los que recibíamos sus
mensajes, panfletos y fotos de sus muros plagados de grafitis revolucionarios,
en los que, quizá sin saberlo, manifestaba el dolor por la ausencia de la
patria. Si alguien tiene curiosidad, puede acercarse cualquier día a la sede de
la Real Academia Conquense de Artes y Letras y allí, en sus paredes, están
algunos de los cuadros que la viuda de Pacheco nos cedió.
Eso fue en un tiempo ya ido. El
actual está vinculado a otro nombre, el del pintor suizo Andreas Meyer que
también eligió Arcos de la Cantera para vivir y trabajar. Que yo recuerdo,
hemos visto su obra al menos doces en Cuenca, una ya lejana en la Fundación
Antonio Pérez y otra más reciente, en el Centro Cultural Aguirre.
Arcos de la Cantera, por si no lo he
dicho ya con suficiente claridad, está ahí al lado, a la vuelta de la esquina,
tan cerca de Cuenca y tan lejos en el conocimiento.
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