08 05 2025 HORA DE REPARAR LA IGLESIA DE LA VIRGEN DE LA LUZ
Como ya ha pasado la Semana Santa, ese ritual que en Cuenca lo condiciona todo, es posible sacar del cajón un asunto pendiente y llevarlo a la práctica. La primera señal de que la obra está en marcha es la vestidura en forma de andamiaje que cubre ya la fachada principal de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz, llamada también de San Antón, como oportunamente nos recuerdan los letreros informativos. La obra se aprobó en el mes de febrero, pero para no estorbar en la entrada y salida de las imágenes procesionales, los trabajos se han retenido hasta ahora, teniendo por delante un plazo de seis meses, lo que incluye, como es obvio, la propia celebración del día patronal que tenemos prácticamente en puertas.
El proyecto de intervención, que lleva a cabo el Consorcio de la Ciudad de Cuenca, organismo al que corresponde este tipo de obras, como estamos viendo desde hace unos años, se propone actuar sobre una serie de patologías dañinas que este valioso inmueble barroco viene padeciendo desde hace tiempo, a saber, cinco grietas localizadas en los techos y muros laterales, daños varios en la fachada principal, como fisuras, desconchones y manchas de humedad a lo que se añadirá la reconstrucción de las partes del alero en mal estado y la pintura íntegra. Dicho así, y sin entender mucho de albañilería y menos aún de arquitectura, me parece que el objetivo es darle un repaso en condiciones a las superficies visibles, sin atender para nada a otros posibles problemas que pudiera haber en la estructura del inmueble y que justificaron el ingreso en la lista roja de Hispania Nostra, el 22 de junio de 2021, situación en la que, me parece, aún sigue y de la que sería bueno salir porque nunca está bien que nos señalen con el dedo de una manera tan expeditiva.
En la relación de operaciones técnicas a realizar se dice que será preciso actuar tanto desde el interior de la iglesia como desde el exterior y para ello hará falta desmontar parte de la cubierta, con lo que en los próximos meses vamos a tener la oportunidad de realizar vistosas fotografías para seguir la evolución del proceso. Incluso en alguna parte he leído que puede que sea necesario desmontar alguno de los retablos que hay en los laterales interiores, para poder acceder a todas las grietas. Habrá que estar atentos para poder verlo.
La iglesia de la Virgen de la Luz es una de las joyas más vistosas que tiene esta ciudad, como parece que ahora sabemos bien, pues no siempre ha sido así. Es francamente curioso comprobar que en el conocido y excelente texto de Antonio Ponz, Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables y dignas de saberse que hay en ella, al llegar a Cuenca describe con todo lujo de detalles la totalidad de iglesias y conventos que había en la ciudad entonces (finales del siglo XVIII) sin dedicar ni una sola palabra a esta iglesia, como si no existiera, a pesar de que entonces estaba aún muy reciente la espectacular intervención que en ella hizo el gran Martín de Aldehuela. Desprecio o desconocimiento, vaya usted a saber qué palabra es la más apropiada, que luego tuvo continuidad en otros comentaristas que tampoco se mostraron especialmente receptivos ante este precioso edificio que ahora sí, en tiempos modernos, cuenta con el reconocimiento debido.
Conocida
inicialmente y durante siglos como ermita de San Antón, por estar vinculada a
la orden religiosa de este título, en la actualidad parece haberse impuesto el
nuevo, iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Luz, aunque en el habla
popular coexisten los dos títulos. La
sede de la patrona de la ciudad, es un hermoso edificio, de propiedad
municipal, espléndido ejemplo del rococó religioso español, como resultado
final de una serie de modificaciones realizadas a lo largo de los siglos,
porque como es fácil imaginar, la ermita original, levantada en el siglo XIV,
no tenía nada que ver con el complejo inmueble que hoy tenemos a la vista, cuya
construcción se inició en el siglo XVI y fue terminada en el XVIII, con la
genial aportación de la cúpula elíptica que trazó Aldehuela. Al exterior hay
dos portadas, una plateresca que corresponde al antiguo convento que existió en
este lugar y que se encuentra en avanzado estado de deterioro por padecer el
mal de la piedra y a su lado la portada que se utiliza habitualmente y que
procede de la antigua iglesia de Santo Domingo, desde donde se trasladó aquí a
comienzos del siglo XX. El conjunto es de una considerable belleza urbanística,
por su excepcional ubicación, en un recodo casi imposible, a la salida de la
ciudad y junto al histórico puente de San Antón.
Probablemente
la mayor originalidad de este edificio es su condición patrimonial. No estoy yo
muy seguro de lo que voy a decir, pero me parece que en España hay muy pocas
iglesias que sean de propiedad municipal y esta lo es, por concesión directa
del rey Fernando VII, que firmó la correspondiente real orden el 9 de marzo de
1817, atendiendo la petición que le había formulado el Ayuntamiento de Cuenca y
después de haber pasado en la ciudad una larga temporada, que dio lugar a una
crónica verdaderamente curiosa, como comentaré otro día. Para hacer efectiva la
concesión de la propiedad, se organizó un ceremonial muy vistoso, en la tarde
del sábado, 12 de septiembre de 1818, una vez que la iglesia había sido reparada
tras el paso por ella de la soldadesca napoleónica que, según costumbre, no
dejó títere con cabeza. La obra de reparación fue costeada por el canónigo
Manuel González de Villa, que ejercía la dignidad de abad de la Sey en la
catedral, iniciativa a la que se sumaron otros donantes igualmente generosos.
La ceremonia en cuestión consistió básicamente en una solemne procesión para
trasladar la imagen de la patrona desde la iglesia de San Juan, donde había
estado residiendo desde los destrozos causados por los franceses y que ahora
tenía la ocasión de volver a su sede natural, junto al Júcar y al amparo del
popular barrio de San Antón. Y cuentan las crónicas del momento que fue una
lucida jornada, con participación masiva de autoridades civiles y comunidades
religiosas, entonces ciertamente abundantes, mientras tañían alegremente las
campanas de todas las iglesias de la ciudad.
Así
fueron las cosas entonces y así empiezan a serlo ahora, cuando manos que espero
sean hábiles y eficientes se pongan a reparar el maltrecho edificio que, en
verdad, bien merece una cuidados atención por parte de todos. De manera que
bienvenidas sean las obras.
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