15 05 2025 CINCUENTA AÑOS DE UN MUSEO EJEMPLAR
Un momento de la inauguración del Museo de Cuenca. Martín Almagro se dirige a los asistentes, entre los que se encuentra la totalidad de las primeras autoridades de Cuenca..
Estamos de fiesta, de celebración, de cumpleaños. Lo está el Museo de Cuenca, llamado también Museo Arqueológico, ese espacio venerable en el que se ofrece un resumen de la historia de Cuenca, a través de los restos arqueológicos hallados en los diversos yacimientos de la Provincia, desde los más remotos tiempos, pero también con una interesante prolongación hacia el arte moderno y otras actividades complementarias que lo han convertido en uno de los pilares básicos de la cultura en esta ciudad. Se cumplen cincuenta años desde su instalación en el edificio que ahora ocupa, en el corazón del casco antiguo, aunque hay algunos antecedentes que conviene recordar porque a lo mejor se han difuminado en la memoria, siempre frágil, de los seres humanos.
Las preocupaciones por la conservación del patrimonio artístico y arqueológico se plantean a finales del siglo XVIII y tienen mucho que ver con la difusión de noticias a cargo de ilustres personalidades que despuntan en este terreno, muy preocupados por la conservación de las numerosas ruinas romanas distribuidas por todo el país y en trance de ir desapareciendo, en muchos casos por reutilización en otros inmuebles modernos o por la rapiña realizada en busca de bienes con los que trapichear en los mercados. A ello se une el inmenso material generado por las Desamortizaciones del siglo XIX que dejaron al aire gran número de objetos artísticos desprotegidos. La reacción es tardía y lenta pero se pone en marcha, con la formación de las Comisiones Provinciales de Monumentos que intentan recopilar lo que se pueda y ordenarlos en la medida de lo posible y así se empieza mencionar un hipotético Museo Provincial que en Cuenca no existe, más allá de la declaración teórica.
En 1879, Joaquín María Girón recompone el catálogo y promueve la formación de un pequeño Museo. Auxiliado por Luis Mediamarca, funcionario de la Diputación, gran conocedor de la provincia se forma una pequeña colección museística destinada a evaporarse no se sabe dónde porque tras lograr un local en el edificio de La Merced, fue desalojado cuando el edificio se destinó a Escuela Normal de Maestros. Años más tarde, el Ayuntamiento puso a disposición de la Junta de Monumentos un edificio situado en la calle Canónigos, en la planta baja del actual Museo y allí se instalan en 1882 los bienes existentes, aproximadamente un centenar de cuadros, todos de carácter religioso, procedentes de la Desamortización, pero tampoco hay noticias de que esas obras llegaran a estar expuestas públicamente. De esa manera van pasando los años
El origen efectivo en Cuenca del
interés por el patrimonio arqueológico heredado de nuestros antepasados surge
hacia el año 1950, en el pequeño municipio de Valera de Arriba. Allí, el
maestro de la localidad, nacido también en ella, y a la vez alcalde del pueblo,
Francisco Suay, adquiere conciencia de que unas piedras ruinosas que se
encuentran a escasos metros del lugaro están hablando de algo más que puede
estar aparentemente oculto, aunque todos pueden verlo. De ese modo, empieza a
recoger de una manera sistemática todo aquello que va apareciendo entre los
arados y útiles de labranza y apenas un par de años más tarde, en 1952, el
Ayuntamiento toma el acuerdo de crear un Museo Local de Arqueología en el que
conservar y coleccionar estas auténticas riquezas, que pronto despiertan el
interés general, aunque todo el mundo sabe que es una propuesta muy limitada.
Tres años más tarde, comenzaron las gestiones con el Ayuntamiento de Cuenca
para trasladar a la capital los fondos del museo valeriense a un edificio histórico,
que había servido para docenas de utilidades, el Almudí.
La idea suscita de inmediato el
interés, verdaderamente apasionado, de docenas de personas y entidades que
hasta ese momento y por su cuenta, venían realizando excavaciones y
coleccionando piezas de interés, que con absoluto desprendimiento, desde una convencida
posición de la importancia de esta empresa cultural, van haciendo donaciones al
nuevo Museo, con Federico Campos (que
había rastreado profusamente, durante muchos años, la zona de Carboneras de
Guadazaón a Pajaroncillo) a la cabeza, uniéndose más tarde ofertas de objetos
procedentes de la práctica totalidad de la provincia: Iniesta, Tresjuncos,
Reíllo, Abia de la Obispalía, Valera de Abajo, Osa de la Vega, Tarancón,
Carrascosa del Campo, Almodóvar del Pinar, Huete… y, de forma creciente y
progresiva, los fondos excavados en Segóbriga que a partir de estos años
empiezan a salir a la luz.
El 21 de julio de 1962 se procedió a bendecir las instalaciones formadas por cuatro salas en las que se exponían todos los objetos arqueológicos localizados hasta entonces en los diferentes yacimientos de la provincia, junto con unos paneles explicativos del contenido de cada vitrina. Es una instalación precaria e informal. El Museo nace oficialmente según Decreto 1824/1963, de 4 de julio y se nombra director a Martín Almagro Basch, que lo era del Museo Arqueológico Nacional y conservador a Francisco Suay. Años más tarde, el pleno municipal celebrado el 15-10-1969 acordó ceder al Estado las casas números 10 y 12 de la calle Obispo Valero para la instalación del Museo Arqueológico Provincial. Como las cosas de palacio van como van, el traslado no fue inmediato, sino que los preparativos se llevaron su tiempo hasta que las puertas del nuevo museo se abrieron al público el 18 de julio de 1974 aunque la inauguración oficial tuvo lugar el 25 de marzo de 1975, hace ahora 50 años y eso es justamente lo que se va a celebrar en el acto de mañana, en el que va a haber, por lo que he leído, una muy justa mención especial al promotor de todo, Francisco Suay, excelente persona además de un hombre volcado hacia el objetivo que se había planteado en torno a la excavación arqueológica. Pero no sería justo olvidar a quien ya también he mencionado, el catedrático Martín Almagro Basch, el primer director del Museo además de ser el auténtico promotor de las excavaciones en Segóbriga. Y tampoco se debería olvidar a Manuel Osuna, andaluz arraigado en Cuenca, que sucedió a Almagro en la dirección del Museo y le dio su definitiva proyección social además de ser el auténtico descubridor de las ruinas de Ercávica.
En este trajín de fechas y acuerdos sucedió algo lamentable: como fueron aumentando de manera constante los descubrimientos en el terreno de la arqueología, hubo que sacrificar las salas inicialmente dedicadas al arte contemporáneo, con importantes colecciones de Luis Marco Pérez, Fausto Culebras y otros artistas del siglo XX, cuya recuperación lleva décadas pendiente de que alguna vez se pueda ampliar el Museo, cosa que va para tan largo que quizá haya que perder las esperanzas de que alguna vez lo podamos ver.
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