13 02 2025 ALCALÁ DE LA VEGA, LA ENSOÑACIÓN DE UN PASADO NOSTÁLGICO
El tiempo en que vivimos ofrece, entre otras muchas características, una que tiene que ver con la uniformización de casi todo lo que se encuentra al alcance de la vista e incluso de la mano, lo mismo en la edificación que en el comercio y las costumbres. Hasta ahora, era relativamente fácil identificar un lugar con una sola fotografía, pero eso ya es menos fácil, con una técnica arquitectónica que lo mismo se aplica en un sitio que en otro, por no hablar del comercio, con las mismas marcas y firmas en todas partes, mientras van desapareciendo los establecimientos locales que marcaban la diferencia. Porque eso es una realidad, me parece, resulta tan interesante viajar a la mayor parte de pueblos de nuestra provincia que, a pesar de todo, continúan manteniendo una cierta personalidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Alcalá de la Vega, que visualmente presenta un aspecto muy llamativo, por la conservación todavía de buen número de pajares que sirven de corrales, almacenes de aperos, etc., distribuidos a la entrada del pueblo. Seguramente este es el lugar conquense que ofrece todavía mayor número de estos edificios rurales, aunque aún continúan existiendo en otros sitios, como Cañete o Palomera y hay que confiar en la bondad de los cielos para que no desaparezcan.
Pese a
este detalle importante, el núcleo se encuentra sometido a un profundo proceso
de renovación, en el que coexisten llamativamente algunos ejemplos de
arquitectura popular con otros de ladrillo visto, sin que falten aportaciones
de azulejos valencianos, como suele ocurrir en toda esta zona de la Sierra
oriental enclavada en el marquesado de Moya, referencia ineludible e inevitable
cuando se camina por senderos en los que, muchos siglos después, sigue flotando
la sombra y la influencia sentimental de aquel notable señorío histórico.
Pasado aquel tiempo, el pueblo actual dormita en la placidez de unas vivencias
poco agitadas al que quizá se puedan aplicar los versos nostálgicos que sobre
él escribió uno de sus hijos más ilustres, Florencio Martínez Ruiz: Pueblo de luz, ardiendo en los veranos, / en la esquina
del mundo, Alcalá era / con mi infancia feliz en bandolera / un nido con mil
pájaros en mano. / Del brazo del Cabriel riocantano / todo eran sueños, todo
eran quimeras. / Y eran hasta sus áridas riberas / un harén de manzanas y
manzanos.
Ya ha salido en estas líneas el Cabriel, el poderoso y a la vez
delicado río que señorea estas breñas serranas por las que se desliza en busca
de su hermano mayor, el Júcar, al que alcanzará tras haber formado una sucesión
ilimitada de bellísimos paisajes. Muchos de ellos están aquí, en Alcalá de la
Vega, donde da lugar a dos espacios diferentes e incluso contradictorios. Al
lado mismo del pueblo forma una magnífica vega hortofrutícola y sin embargo, a
muy pocos metros, el terreno
es de carácter abrupto como corresponde a la parte más arriscada de la Serranía
de Cuenca y ahí se ve horadado por grandes y profundos barrancos. En uno de
ellos, a unos dos kilómetros del pueblo con acceso a través de un camino de
piedra que bordea el abismo, a cuyos pies corre -se adivina, más bien- el río,
en un rincón escondido de este abrupto paisaje se encuentra la ermita de la
Virgen del Remedio y, a su lado, un torreón desmochado, resto de lo que pudo
ser en tiempos remotos una fortaleza que ha dado mucho que hablar a investigadores
e historiadores en busca de la pista que permita identificar el castillo de
Serreilla, que muy probablemente fue este, un enclave guerrero promovido por
Alfonso VIII, cuyo nombre se pierde para en su lugar aparecer como dominante el
de la cercana fortaleza de al-Qala, ganada posteriormente. Dado que en la
comarca solo existe una construcción de este tipo parece muy posible que ambas
menciones de título diferenciado correspondan en realidad a una sola, esta que
tenemos ahora al alcance de la mano y la vista. En cualquier caso, la polémica
está servida.
A su lado está la ermita, que como
casi todas cuenta con un extraordinario atractivo popular, en la que podemos
distinguir tres partes muy definidas, aunque todas ellas adosadas entre sí. De
una parte se encuentra la ermita propiamente dicha, con gruesos muros de
mampostería y acceso por el pie a través de una puerta adintelada; posteriormente
se le añadió un tambor octogonal, que forma la cabecera del templo y que sufrió
serios daños al derrumbarse la bóveda sobre el altar. El tercer elemento que
hay que señalar es un porche, igualmente añadido al conjunto, cuyo suelo está
formado por extrañas piedras en algunas de las cuales se han detectado
inscripciones de origen celta. Parece fuera de toda duda que el edificio
procede de la Edad Media, aunque a lo largo de los siglos se han realizado
numerosas modificaciones. De hecho, en el siglo XIII servía para desarrollar
las funciones parroquiales del pueblo, en torno a una imagen que recibía el
título de Nuestra Señora de Alcalá.
Con estas
cosas, atraídos por la belleza del paisaje y el ambiente enigmático que rodea
la doble presencia de ermita y castillo, nos hemos alejado del pueblo antes de
tiempo y es justo volver a él para echar un vistazo. El elemento central es la plaza,
abierta, dominada por una gran casona también restaurada, junto al
Ayuntamiento, de nueva construcción y con una fuente fabricada en serie. Pero a
partir de aquí, se abre un complejo dédalo de callejas que reflejan la desigual
configuración del pueblo, con algunas agradables sorpresas (entre ellas varias
rejas de forja tradicional) cuyo destino próximo parece ser el de la total
desaparición.
El caserío se encuentra asentado
sobre la ladera de un cerro desde cuya altitud se domina el espléndido paisaje
de la vega del río Cabriel. La carretera cruza el pueblo por su mitad, formando
así dos sectores urbanos bastante bien diferenciados. Hay un par de calles, de
gran longitud, paralelas a la carretera, con otras varias que las cortan todas
en forma perpendicular, facilitando la comunicación entre ellas. En su
documentado trabajo sobre el pueblo, Niceto Hinarejos cita varios valiosos
edificios desaparecidos: uno situado en la calle Larga, de origen árabe, con
una puerta en herradura, sin duda la casa más antigua del pueblo; la casa de
los Aguamieles, que tenía un acceso con sillares de piedra labrada; la casa de
Don Pedro, relacionada con la iglesia parroquial, con la que se comunicaba por
un pavimento de cantos rodados. También tiene interés la presencia del Pósito,
edificio del siglo XVII, conservado en condiciones aceptables. Son cosas del
pasado, datos para la memoria colectiva, si es que aún permanece en algún
rincón. En Alcalá de la Vega hay sobrados motivos para mantenerla viva.
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