PEDRO CERRILLO, UNA INCANSABLE LABOR EN TORNO A LAS LETRAS
Hay personas que se dedican a una sola actividad, en la que pueden llegar a alcanzar puestos muy destacados y reconocidos, sobre todo si además lo hacen bien y hay otras personas capacitadas para desarrollar un abanico de posibilidades, una actividad polimorfa no diré ya de cosas alejadas entre sí pero desde luego marcando una cierta distancia entre unas y otras. En estos casos (y hay ejemplos bien conocidos), lo raro es que el ciudadano teórico al que me estoy refiriendo lo haga todo bien. Pedro César Cerrillo lo hizo casi todo, pues fueron muchos los terrenos en que se internó, de manera que aún hoy, seis años después de su muerte, sigue siendo un punto de referencia, un recuerdo indeleble, quizá porque no actuó en solitario sino que concitó a su alrededor una especie de movimiento corporativo y solidario, estableciendo un rastro que aún perdura.
Aunque nació en Extremadura, nunca
le oí presumir de esos orígenes, pues siempre se consideró, como tantos otros,
ciudadano de aquí. Licenciado
en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca, obtuvo el doctorado en
la Autónoma de Madrid; fue catedrático de Lengua y Literatura en la Escuela
Universitaria de Magisterio de Cuenca, de la que fue director (1984-1986) y de
la que pasó a la facultad de Humanidades para en seguida ocupar el cargo de
vicerrector de Extensión Universitaria de la Universidad de Castilla-La Mancha
y del campus de Cuenca, puesto en el que estuvo dos años. Para que se vea con
hechos prácticos su capacidad para saltar de un sitio a otro, en el intermedio
fue concejal del Ayuntamiento de Cuenca (UCD) entre 1979 y 1981, responsable
del departamento de Cultura, desde el que creó y dirigió la Feria del Libro de
Cuenca, actividad cultural de primer orden desde entonces consolidada en el
calendario de la ciudad. Desde la distancia recuerdo todavía con asombro
aquella experiencia en la que Pedro nos embarcó a unos cuantos (antes, yo lo
había embarcado a él en otra: qué maravillosos tiempos aquellos) y consiguió lo
que parecía imposible, sobre todo si tenemos en cuenta las penurias y
dificultades, empezando por el sitio, el Pabellón de El Sargal, en pleno
agosto, con un calor sofocante que desde la implacable techumbre ardiente caía
a plomo sobre todos los que estábamos debajo. Como suele ocurrir siempre en
estos casos y más en un lugar como Cuenca, donde se desborda el optimismo por
todas partes, casi nadie daba un duro por el invento, pero resulta que la gente
acudió y compró libros, niños y mayores disfrutaron como enanos, los libreros
pudieran sonreír amistosamente al ver dinerito en caja y ahí está la Feria del
Libro, aguantando el chaparrón contra viento y marea. Después de un par de años
de experiencia política, Pedro Cerrillo dimitió en la concejalía antes de
terminar la legislatura.
A partir de entonces se dedicó en
cuerpo y alma a su destino universitario, al que aplicó ciencia, conciencia y,
sobre todo, sentido común, ese principio en apariencia natural en los seres
humanos y sin embargo pieza exótica en una amplia generalidad. Tras su etapa
como vicerrector del campus de Cuenca asumió la gestión del Servicio de
Publicaciones de la Universidad, que estructuró en una serie de colecciones en
las que dio cabida a los más diversos ámbitos del conocimiento y propició la
difusión en letra impresa de cientos de trabajos realizados en el seno del
colectivo universitario. Aunque en sus inicios sintió la tentación de la
poesía, llegando a publicar un par de libros (el primero compartiendo galeradas con José Ángel García y
el segundo ilustrado por Grau Santos), abandonó este género para dedicarse
exclusivamente a los estudios de carácter literario, con especialización en los
de Literatura Infantil, temática sobre la que organizó y dirigió cursos
anuales. Durante esa gestión mantuvo una activa línea de colaboración con
universidades de México, país en el editó versiones de clásicos españoles. Como
una manifestación ciertamente singular de esa dedicación hay que señalar su
labor como fundador y director del CEPLI, centro especializado en el estudio y
promoción de la lectura y literatura infantiles transformado por la eficaz
labor de Cerrillo en un punto de referencia mundial ineludible en cuanto tiene
que ver con estos temas. En ese terreno gestionó y logró traer a Cuenca un
auténtico tesoro, la Biblioteca de Carmen Bravo Villasante, la gran
especialista española en literatura infantil, cuyo contenido es ciertamente
admirable y del que extrajo varios preciosos títulos que se editaron en
facsímil.
Publicó decenas de artículos en
diversas revistas especializadas españolas y extranjeras y participó en cursos
y debates sobre las materias que estaban en sus objetivos investigadores, con
prioridad la literatura infantil, la lírica popular y la promoción de la
lectura y como era un sujeto de acción dinámica inagotable, coordinó y organizó
congresos y seminarios cuya actividad plasmó seguidamente en las
correspondientes publicaciones. Con la más elemental de las lógicas, la Real
Academia Conquense de Artes y Letras le eligió académico numerario en la que
ingresó con un discurso titulado Literatura y Folklore. El cancionero
infantil y la memoria perdida. En el terreno estrictamente conquense
estudió a fondo y escribió sobre dos temas de su preferencia: la presencia de
Federico García Lorca en nuestra ciudad y la obra lírica de Federico Muelas, al
que dedicó conferencias y artículos y una preciosa edición facsímil de Ángeles
albriciadores.
Todo lo dicho hasta aquí refleja a
un hombre serio, organizado, sistemático y con la cabeza bien amueblada. Pero
fue también una de las personas más ocurrentes y divertidas que he conocido.
Mientras escribo estas palabras, no puedo evitar sonreír e incluso podría
partirme de risa a carcajadas recordando reuniones, frases y actuaciones de
Pedro Cerrillo. Sus comentarios, irónicos y cáusticos, sus chascarrillos
ocurrentes, la agudeza oportuna en el calificativo quedaban para el círculo de
los amigos. Aun me estremezco recordando la imagen de un vistoso transformista
apareciendo en la puerta de mi casa para incorporarse con la juerga a cuestas a
una de aquellas reuniones. Tenía, en su más íntimo ser, una auténtica vocación
hacia el mundo del espectáculo que seguramente le hubiera gustado practicar; de
hecho, mantuvo siempre excelentes relaciones con el mundo de la farándula
conquense.
Oí comentar a alguien, no hace
mucho tiempo, que aún se le echa de menos. Pues fue una de esas personas que
forma parte del paisaje humano de una ciudad, como un elemento más que pasa
inadvertido cuando en realidad está ocupando un espacio imprescindible. Lástima
que la muerte, casi siempre inoportuna, llegó antes de tiempo.
Aquí pongo el punto final a esta
serie de artículos que he estado publicando en estas páginas durante las
últimas semanas y en la que he prestado atención a un grupo de ciudadanos,
nacidos aquí o vinculados de manera permanente con Cuenca, que nunca merecieron
especial atención de la institución municipal. No hay calles, rincones,
miradores, que los recuerden, ni para ellos hubo títulos de adopciones o
predilecciones. Pero los merecían, con toda justicia. Eso es lo que pienso y
por eso lo digo. Con el año nuevo, cambiamos de tendencia y daré paso a otras
cuestiones. Ya saben: renovarse o perecer. Y, de todos modos, felices fiestas:
que el nuevo año, que acaba en 5 (mi número preferido) nos sea propicio y
traiga pocos disgustos.
Comentarios
Publicar un comentario