05 09 2024 RECUPERANDO NOMBRES EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS
Periódicamente, el Ayuntamiento de Cuenca, como todos, otorga determinados honores a ciudadanos que se considera son merecedores de tales distinciones. Puede ser poner su nombre a una calle, edificio o mirador, o concederle títulos honoríficos como medalla de oro, hijo adoptivo o predilecto y algunos otros títulos que, sin duda, todo el mundo conoce. Naturalmente, son decisiones subjetivas, que casi siempre se toman de modo impulsivo, porque en ese momento ha surgido algún motivo especial, por lo común emotivo que responde a algún estímulo de índole muy diversa. Es claro que, aunque hay un reglamento de honores, y ha habido otros anteriores, esta no es una ciencia matemática, que se pueda medir de forma rigurosa, sin ambigüedades, y tampoco responde a criterios deportivos, donde es fácil medir quien gana o quien pierde, puesto que hay unos sistemas de medida (el gol, sobre todo, o los tiempos) que permiten establecer clasificaciones y así queda claro quien está en cabeza, y merece los trofeos y quien no pasa de la mediocridad. Citius, altius, fortius, es la sentencia clásica que dictamina el papel que corresponde a los mejores.
Eso no es así, claro, en el terreno
que estoy comentando. No hay una medida objetiva para calibrar debidamente
quien merece una distinción pública ni cuales son realmente los méritos,
igualmente objetivos, que deberían tenerse en cuenta. De hecho, cuando se
producen estos anuncios, con cierta frecuencia me surgen algunas dudas y creo
que algo parecido ocurre en otros muchos ciudadanos, que se enteran, con cierto
estupor, del premio concedido a alguien que, quizá, no había hecho lo
suficiente para merecerlo. Naturalmente, no voy a cometer aquí la felonía de
decir ningún nombre de los que, desde mi punto de vista, están en esa categoría
sospechosa. Lo que se ha hecho, hecho está y ahí se queda. Otro es el tema al
que pienso dedicar una serie de artículos a partir de hoy. Porque lo que me
interesa señalar aquí no es tanto lo ocurrido hasta ahora, esté bien o mal, que
eso, como ya he dicho, viene a ser algo subjetivo. Lo que si me viene
preocupando desde hace algún tiempo es que en la marabunta precipitada en que
estamos inmersos en esta sociedad cada vez más presurosa y, quizá también, más
banal, se han ido perdiendo otros muchos nombres de ciudadanos meritorios, que
en su momento hicieron algo que sí mereció la pena y, sin embargo, no fueron
reconocidos de ninguna manera. Más aún, sobre ellos, prácticamente sobre todos,
ha caído el olvido, acentuado en los más jóvenes que carecen de información y
de referencias, sin sospechar, ni remotamente, que muchas o algunas de las
cosas que hoy forman nuestro soporte vital se deben a esas personas olvidadas.
Sobre esta situación, como digo, vengo meditando desde hace algún tiempo y como
con la llegada de septiembre entramos en un tiempo nuevo, a todos los efectos,
desde la realidad climática hasta la actividad escolar, creo llegado el momento
de entrar en el cajón de la memoria (y de la documentación) para encontrar allí
una serie de personajes que entiendo deben ser rescatados del olvido para que
al menos momentáneamente, durante la vigencia que tiene un artículo periodístico,
vuelvan a surgir al primer plano de la actualidad. No hace falta que se les
conceda un premio a título póstumo, recurso que me parece lamentable, dicho sea
de paso, porque las cosas, tanto premios como castigos, se deben hacer en el
acto, de manera inmediata. Lo otro no tiene ningún mérito.
El ejercicio que me propongo
desarrollar las próximas semanas, en este espacio de cada jueves, va a servir
también, como se puede adivinar, para ayudarnos a reconstruir muchas
situaciones vividas en esta ciudad durante el último siglo e igualmente
olvidadas. En bastantes ocasiones parece que todo ha sido siempre así, que
nadie ha intervenido para hacer que las cosas sean como son. Una de las
experiencias más deprimentes que se pueden vivir en este tiempo nuestro es la
de navegar por las redes sociales y encontrar no sólo un notable cúmulo de
disparates (no hablo de la facilidad con que corren los insultos y las
descalificaciones cuando no los bulos y las mentiras) sino sobre todo
clamorosas declaraciones de incultura básica, asunto que me sorprende
especialmente porque a estas alturas todo el mundo tiene ya un cierto nivel de
estudios, suficiente al menos para tener unos conocimientos elementales; en el
caso de Cuenca, se podría suponer que hay una serie de cuestiones cotidianas
que deberían formar parte del repertorio esencial en el que nos movemos. Pues
no. De manera que si tomando como referencia el muestrario de personajes que
voy a poner sobre el papel ayudo a que se conozcan algunas otras cosas de
nosotros mismos, mejor, creo yo.
La práctica totalidad de las
personas que van a aparecer en estos artículos responden a un rasgo común: no
recibieron ningún reconocimiento público de su ciudad. Por tanto, sus nombres
no están recogidos en ninguno de esos repertorios que decía antes. Todos están
muertos, de manera que ningún vivo debe molestarse porque no lo mencione. Sin
embargo, y como acabo de insinuar, esa “práctica totalidad” deja un pequeño
hueco en el que se van a incluir algunos nombres que, tal como yo lo veo, deben
ser recuperados, actualizados, para que el injusto olvido no caiga de manera
definitiva sobre ellos con lo que, al menos por unas horas, volverán a cobrar
actualidad.
Hasta la próxima semana, que
comienza esta recopilación de nombres olvidados. Quizá, se podría decir,
injustamente olvidados.
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