20 06 2024 UN BONITO REGALO PARA EL AYUNTAMIENTO
No acostumbro a introducir en estos
artículos experiencias ni alusiones personales, pero hoy toca hacer una
excepción, porque del asunto que voy a hablar se algunas cosas y no hay más
remedio que contarlas en primera persona o, si se quiere, en primera persona
colectiva, porque no solo hablo de mí sino de un grupo de personas, no muy
numeroso pero sí bastante compacto, que nos vimos inmersos, de buen grado y con
encomiable entusiasmo en la singular aventura de poner en marcha un periódico,
el mismo edificio que ahora recibe el Ayuntamiento como bonito regalo sin saber
-y es cosa muy curiosa- qué hacer con él.
Diario de Cuenca nació a la
vida el 4 de junio de 1942, día de Corpus Christi, con el título de Ofensiva,
nombre muy combativo y apropiado para aquellos tiempos posbélicos que, cuando
empezaron a languidecer, aconsejaron incorporar una nomenclatura más pacifista
y se eligió otra más aséptica y, desde luego, nada comprometida. Ocurría esto a
la altura del año 1962, en que las dos cabeceras convivían marcando la
transición de una a otra y por fin el 1 de junio de 1963 quedó en solitario el título definitivo,
acompañado, eso sí, del subtítulo de “Periódico provincial del Movimiento”, que
desapareció en 1966, quedando ya desde entonces sola la denominación principal.
El escenario físico era el que desde
su implantación había sido la sede del periódico, en la que hoy llamamos Plaza
de la Hispanidad, en un esquinazo de la Casa Caballer, casi dando pared con
pared con la iglesia de San Esteban. En la planta baja estaban los talleres,
que habían sido la imprenta de Ruiz de Lara hasta que fueron expropiados por la
República y a continuación pasaron al nuevo régimen ganador de la guerra civil.
Era una sola nave, ocupada por las ruidosas y encantadoras linotipias, dos
máquinas planas para imprimir uno a uno los pliegos, y las cajas, donde varios
habilidosos cajistas manipulaban con una rapidez increíble los tipos móviles
para formar los títulos. Todo aquello era para mí, joven y recién llegado, un
espectáculo maravilloso. En el primer piso estaban la redacción, la administración
y el archivo, si es que se puede dar este título a lo que allí había. A esa
redacción, a una mesa situada en una esquina, detrás de la puerta, llegué yo
para estrenarme como periodista. El local era, por decirlo de una manera suave,
cochambroso pero con un extraordinario ambiente decimonónico, ideal para
reproducir en cualquier película de época y no solo por el espacio físico sino
por el increíble espectáculo humano que allí se reproducía cada jornada.
Para nosotros fue un auténtico
regalo, que nos llegó el día de San Julián de 1977, cuando estrenamos el nuevo
edificio recién construido de nueva planta en la calle Astrana Marín, sobre un
solar cedido por el Ayuntamiento que dirigía Andrés Moya López, con proyecto
firmado por el arquitecto Miguel Ángel Ortí Robles. Era la primera vez que en
la ya larga historia de la Prensa en Cuenca un periódico podía disponer de una
auténtica sede propia e independiente, no subordinada ni compartida con otros
intereses. La redacción tenía un espacio amplio y luminoso, con ventanales
abiertos al exterior y un espacio acristalado, independiente, para el redactor
jefe. Era una redacción ruidosa, con el constante teclear de las máquinas de
escribir a todo ritmo, los teletipos tableteando sin parar, los teléfonos
sonando de manera intermitente. Había fumadores enturbiando el aire con el humo
de los cigarrillos. Nada que ver con las redacciones silenciosas y asépticas de
hoy.
En la enterada estaba la cafetería,
a cargo del incombustible Marcelino Valero, personaje curioso como pocos. Los
talleres quedaban, como es cosa natural, en la planta baja y ahí la empresa no
hizo ningún esfuerzo especial porque los medios técnicos seguían siendo deficientes
y, desde luego, muy lejos de lo que debería corresponder a un periódico
moderno, en una sociedad situada ya a las puertas de la revolución tecnológica
que habría de traer consigo, en seguida, la informática y el offset. Nos
trajeron una rotoplana viejísima, de tercera o cuarta mano, pero que al menos
imprimía sobre bobinas de papel continuo y que tenía la notable particularidad
de poder imprimir a dos tintas sus páginas nobles (primera, centrales y
última). Novedad importante fue la implantación de un pequeño y artesanal
taller de fotograbado que permitía garantizar la realización de planchas
fotográficas para cada número.
La maquinaria se estropeó cuando
estaba en plena faena de impresión del número del 31 de julio de ese mismo año.
Apenas se habían impreso 300 ejemplares y el director tomó una decisión
heroica: continuar el trabajo en la vieja rotoplana que aún seguía instalada en
la calle Aguirre. Había un motivo muy especial para realizar ese esfuerzo (que
los ejemplares maquinistas del periódico llevaron a cabo sin problemas): la
noticia de ese día era la espectacular boda de José Luis Perales y Manuela
Vargas, que había tenido lugar en la iglesia de San Pablo. Sería, sin duda –y
lo fue- alimento muy apetecible para los lectores. De manera que, gracias a ese
fortuito incidente, del periódico de ese día hay dos versiones, una de 300
ejemplares a dos tintas y el resto impreso solamente en negro.
Todo ello se quebró cuando por
infausta e injusta decisión del gobierno socialista presidido por Felipe
González, se decretó el cierre de la cadena estatal, poniendo en liquidación
todas las cabeceras. Nadie pujó por la de Diario de Cuenca. De acuerdo
con la pertinaz costumbre vigente en esta ciudad, todo el mundo se lavó las
manos y si te he visto no me acuerdo. Se publicó el último número el 24 de
abril de 1984, quedando el edificio en situación de abandono hasta que fue
entregado, en condiciones ciertamente precarias, a la Facultad de Bellas Artes,
cuyos estudiantes desarrollaron ampliamente su espíritu creativo con toda clase
de expresiones artísticas que produjeron un notable deterioro de la
instalación. Posteriormente se entregó al ministerio del Interior para situar
en él la comisaría de policía, que ahora se traslada a un espacio que parece
mejor acomodado para sus necesidades, con lo que no solo queda libre y
disponible el edificio, sino que también podrá terminar el bochornoso
espectáculo de ver cómo una calle peatonal está invadida de modo constante por
coches que nunca debieron estar en ella.
De esta manera, el Ayuntamiento
recupera la plena propiedad sobre este edificio. Es un bonito regalo que puede
solventar alguna de las variadas carencias que tiene el consistorio en materia
de locales. Pero dicen que aún no han pensado qué hacer con él. Maravilloso.
(En la foto de Pinós, el cajista
Arsenio Lara explica a alumnos del instituto Fernando Zóbel cómo se manejaban
los tipos móviles para hacer los títulos)
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