11 04 2024 EL CURIOSO Y ATRACTIVO CASTILLO DE LUJÁN
No es ningún descubrimiento novedoso decir (o escribir) que nuestra provincia es generosa en la presencia de castillos, torres, torreones, espacios amurallados y otras construcciones similares, casi todas ellas edificadas en la Edad Media, alguna incluso con rasgos anteriores de influencia islámica y condenadas a entrar en la dura senda del abandono y la ruina tan pronto perdieron utilidad, al dejar de ser elementos necesarios en la incontenible capacidad humana para la guerra. Aún en tiempos de los carlistas algunas de estas instalaciones (Cañete, Beteta, Cañada del Hoyo) sirvieron para algo pero después sobre ellas cayó el olvido pero pasaron a ser unos hitos de impresionante valor en la nueva concepción del paisaje que la modernidad nos ha traído.
De todos los castillos que hay en la
provincia de Cuenca, solo dos, Alarcón y Belmonte, han sido debidamente
recuperados por completo con nuevos criterios y ahí están, proporcionando un
maravilloso espectáculo cada vez que nos acercamos a ellos. En otros se han
realizado intervenciones parciales que, al menos, han contenido el avance del
proceso destructivo para dar lugar a otra dimensión igualmente interesante,
porque las ruinas también pueden ser muy atractivas, al configurar un aspecto
de esos edificios que ayudan a la imaginación, invitando a los espectadores a
recrear unos ambientes del pasado que apenas si podemos vislumbrar a través de
la literatura o el cine.
A uno de esos castillos, pequeño, casi
escondido, quiero acercarme hoy porque no había vuelto a verlo después de los
últimos trabajos parciales que se han realizado en él para contener el proceso
de ruina y ahora lo he hecho, con lo que, de paso, he podido recordar antiguas
experiencias. Se encuentra en el término de Saelices y se menciona con dos
títulos equivalentes, castillo o castillejo de Luján. Sería conveniente que
alguien se tomara la molestia de poner algún indicador para señalar el camino que
se debe tomar (recomendación, por cierto, que sería bien se aplicaran la
totalidad de los pueblos conquenses o que la asumiera la Diputación, para
indicar por dónde se puede ir a los sitios de interés que hay en cada lugar),
pero después de alguna pregunta no hay mayores problemas en encontrar el camino
adecuado, que pasa a través de un espectáculo ciertamente magnífico, poblado
primereo de vegetación natural y luego la propia de la gran finca agrícola en
que se encuentra inmersa la construcción, sin que falte el encuentro con un
rumoroso Gigüela con un encantador puente romano.
El castillo de Luján se encuentra sobre
un cerro no muy elevado y al que no hay especiales problemas para subir. Al hablar de este
lugar es preciso empezar señalando que nos encontramos ante una de las
construcciones más singulares y llamativas de cuantas forman el repertorio
arquitectónico provincial. Ya su propia denominación popular de Castillejo nos
permite adivinar que no estamos ante un elemento defensivo o militar al uso,
sino que en él confluyen otras circunstancias que, aparte su forma exterior, lo
vinculan más con el concepto de casa de labranza o residencia rural familiar.
Parece
que, inicialmente, era una
casa fuerte medieval levantada por la Orden de Santiago, con la finalidad de
guardar y defender el paso de La Garita, pero de esa edificación no hay
referencias concretas. La actual es de construcción posterior al año 1550,
cuando los criterios defensivos ya no tenían la importancia anterior porque
aparte los inacabables conflictos dinásticos internos que sufrió siempre la
monarquía, los enemigos exteriores prácticamente habían desaparecido.
El edificio principal es una
casa-palacio de estilos renacentista y plateresco, con planta pentagonal
alargada, rodeada de un foso. Aunque a simple vista tiene apariencia de
castillo, en realidad nunca desempeñó tareas defensivas. Fue edificado en el
siglo XVI y consta de un primer recinto, prácticamente desaparecido, con muros
perimetrales de sillería y poca anchura, con seis torreones, uno de ellos
vigía. Los muros fueron dotados de los sistemas de defensa propios de su
presunta dedicación, como torres en las esquinas, troneras defensivas, el foso
ya citado, pero predominan los elementos estrictamente decorativos, como
troneras sin finalidad práctica. Como ocurre en otros muchos casos de esta
comarca, parece que buena parte de los materiales utilizados en la construcción
fueron traídos desde Segóbriga.
Ese
sector principal al que ya hemos aludido, en su mejor momento se alzaba con dos
plantas y en su interior aún se conserva el pozo que proporcionaba agua a los
residentes, además de algunos elementos arquitectónicos, muchos de ellos de
carácter decorativo, en los que se refleja la belleza renacentista que tuvo el
lugar. Tenía dos plantas, la primera que se conserva completa y una pequeña
parte de la segunda en las que se abren numerosas ventanas y troneras en forma
de llave y cruz. En esa configuración llaman la atención
unas ventanas ojivales de ladrillo, verdaderamente muy atractivas.
Durante años fue avanzando un visible
deterioro que lo hizo incluir en la Lista Roja del Patrimonio, elaborada por
Hispania Nostra, situación que parece haberse contenido gracias una
intervención restauradora iniciada por la Diputación Provincial de Cuenca que
en su primera fase consistió en un estudio
arqueológico, desescombrando el interior, para sacar a la luz las dependencias,
el movimiento de tierras perimetral con el fin de descubrir la base de los
muros y la consolidación y reconstrucción de muros hasta la cornisa
aprovechando la piedra existente en su base. Con esta primera intervención
parece que por lo menos se ha podido salvar la supervivencia del Castillejo de
Luján, a falta de que en un futuro indeterminado puedan continuarse estas
obras. Por lo pronto, y tal como está, es una construcción del máximo interés,
ubicada en un paisaje espléndido y que bien merece ser conocida, lo que
requiere, naturalmente, la necesaria (y por ahora insuficiente) difusión
informativa.
Más allá, siguiendo
el camino y cruzando el Gigüela, se llega a Villa Paz, la sede social y
literaria de la Infanta Paz primero y de Luis Miguel Domingúin y Lucía Bosé
luego. Pero esa, claro, es otra historia.
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