04 04 2024 BORRÓN Y CUENTA NUEVA: TOCA SEGUIR
Hay un convencimiento generalizado (que no voy a contradecir) de que esta Semana Santa ha sido la peor de la historia reciente y eso parece que es verdad si se mira de manera exclusiva al aspecto exterior de la celebración, o sea, a los desfiles procesionales. Habría que tirar de periódicos y crónicas para llegar a encontrar en el pasado una fecha en que, como en esta, se produjera tal acumulación de suspensiones, hasta el punto de que es más fácil contar las tres que pudieron salir. Se comprende perfectamente la frustración de los miles de personas que están implicados en la organización y participación de este evento colectivo al ver cómo en un momento se venía abajo tanta expectativa. La madre naturaleza es implacable y suele actuar como le parece oportuno, sin atender a otras razones coyunturales. El habitualmente soberbio y prepotente ser humano, que viene experimentando tantos y tan importantes avances en todos los ramos del saber, desde la Medicina hasta la Inteligencia Artificial, pasando por la conquista del espacio, se muestra incapaz de domeñar los impulsos de las fuerzas naturales y entre ellos destaca por su espontaneidad la llegada de las lluvias, que aparecen cuando mejor les parece y actúan con la virulencia que les conviene, sin atender a más razones de peso. No siempre llueve a gusto de todos, ya se sabe.
Lo
ocurrido se presta, como es lógico, a un rosario de impresiones pesimistas,
empezando, como ya he insinuado, por las de las propias cofradías y
hermandades, las más directamente perjudicadas, pero también ese otro sector
económico, fundamental en nuestra ciudad, que es el turístico, igualmente
presuroso a la hora de ofrecer un
balance negativo al valorar las que considera cuantiosas pérdidas y ello
a pesar de que hemos podido observar que, pese a todo, lluvia y frío incluidos,
las calles de Cuenca (y el tráfico) han registrado una auténtica multitud de
paseantes consumidores. A lo mejor el daño no ha sido tanto como parece, salvo
que se hayan tenido en cuenta unas perspectivas tan exageradas que el retorno a
parámetros normales se considera un retroceso. En esto, como en todo, cada cual
cuenta la feria según le va.
A
cambio, hemos podido disfrutar del espectáculo, siempre estimulante, de ver al
borde de rebosar los cauces de nuestros generalmente decrépitos ríos. Estamos
tan acostumbrados al tópico de la pertinaz sequía y al cansino deambular sin
fuerzas ni corriente de las aguas del Júcar y del Huécar, que verlos tumultuosos
y ruidosos produce (al menos a algunos de nosotros) una incontenible alegría y
ello explica que las gentes vayan en romería a puentes y riberas a disfrutar
del panorama. Sólo ha faltado un buen nevazo para que la satisfacción hubiera
podido ser completa.
La otra
dimensión de la Semana Santa, la de Música Religiosa, sí ha podido
desarrollarse no solo con absoluta normalidad sino con un nivel cercano a la
brillantez y ello hay que destacarlo porque puede significar que este
grandísimo acontecimiento cultural se encuentra en vías de recuperar los
niveles que tuvo hasta hace unos años y que había perdido a causa de una
errática concepción de lo que es y debería ser. Vuelven las aguas a su cauce,
podríamos decir por seguir la línea acuosa que viene marcando este artículo y
una correcta programación, en que se han combinado propuestas del repertorio
clásico con otras novedosas, ha sido suficiente para poder registrar una
apreciable recuperación del público. Que la iglesia de San Miguel haya podido
volver a ser escenario de conciertos es igualmente un hecho positivo y conviene destacarlo así, al
margen de si la restauración realizada es o no acorde con lo que debería haber
sido pero en estas valoraciones (vuelvo a repetirme) ya se sabe que las hay
para todos los gustos; personalmente no me importa reconocer que a mí el
resultado me ha parecido satisfactorio pero sabios doctores tiene el arte de la
renovación arquitectónica que pueden opinar otra cosa.
Como
me ha parecido realmente interesante el nivel de ocupación del Teatro-Auditorio
de Cuenca. No hay nada más triste que ver esas salas con más butacas vacías que
ocupadas. Cuando ocurre lo contrario, como en esta semana, una especie de
regusto satisfactorio acompaña las agradables sensaciones musicales y eso tiene
una especial aplicación en mi caso, desde una perspectiva absolutamente
personal. Este sábado, 6 de abril, se van a cumplir 30 años de la apertura del
que sigue siendo, estoy convencido, un emblemático símbolo de la siempre
dubitativa actividad cultural en Cuenca. En aquella ocasión escribí un artículo
en el que desarrollaba la idea de que, con ese acto inaugural, esta ciudad
entraba en otra dimensión y así lo sigo pensando. Hay un antes y un después
desde aquella primera actuación y también es un sentimiento satisfactorio
comprobar que esa institución vuelve a ofrecer un comportamiento de dignidad
acorde con su importancia, tras unos cuatro años anteriores que bien se pueden
calificar como de auténtica catástrofe. La cultura, en general, y más en una
ciudad como la nuestra, es algo de muy débil textura e inestable condición, por
lo que en seguida se tambalea cuando se aplican criterios erróneos o, lo que es
peor, cuando no hay criterios.
Con
todo ello, toca dar la vuelta al calendario, dejar atrás la Semana Santa, con
sus luces y sus sombras y mirar al horizonte inmediato, en el que ya parece
asomar la primavera, con las perspectivas de buen tiempo que trae consigo. Al
fin y al cabo, toda aplicar el remedio que conoce la sabiduría popular: borrón
y cuenta nueva.
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