14 03 2024 UNA PLAZA DE NOMBRE Y ASPECTO CAMBIANTES

 


Las ciudades son como los seres humanos: nacen, crecen, se desarrollan, cambian de aspecto, sufren deterioros a medida que van envejeciendo, se someten a tratamientos dermatológicos, incluso a cuidados paliativos y, finalmente, algunas terminan por morir y desaparecer, dando lugar a la formación de hermosas ruinas que nos hablan visualmente de un tiempo ido. Todo eso es un proceso natural; por tanto, los cambios en la forma y estructura de una ciudad son lógicos y asumibles. El pero llega cuando se introducen criterios valorativos y pensamos que, quizá, algunos de esos cambios se podían haber ahorrado o pudieron hacerse de otro modo. En esto, como en todo, hay criterios variados, porque sobre gustos nada se ha escrito de manera terminante.

      De todos los espacios, rincones, calles y plazas de la ciudad de Cuenca, probablemente no hay ninguno tan castigado por el tiempo, las modas y los volubles criterios municipales como la que ahora se llama Plaza de la Constitución, concepto que trabajosamente se va imponiendo al que sigue rigiendo en el habla popular, o sea, Plaza de Cánovas y que sobrevive frente a otros que también estuvieron vigentes, como Plaza de la Carretería, Plaza de San Agustín y Plaza de Calvo Sotelo, sin olvidar a los que, en el colmo de la vulgaridad, llaman a este sitio Plaza del Nazareno. Por falta de nombres y títulos no va a quedar.

       La actual Plaza de la Constitución, que es su nombre correcto y oficial, es un espacio urbano de perímetro irregular, aproximadamente en forma de trapezoide, cuya configuración actual no tiene nada que ver con la que tuvo en épocas anteriores, del mismo modo que no sobrevive ni una sola construcción anterior a la segunda mitad del siglo XX. La plaza ha estado sujeta, de manera constante, durante dos siglos, a tal sucesión de cambios y modificaciones, idas y venidas, que bien puede decirse que nadie ha llegado a conocerla intocable durante más allá de una década.

     La visión actual es el postrer y escasamente afortunado resultado de una evolución siempre inquieta desde que dominara la presencia del convento de San Agustín (totalmente desaparecido) hasta que fuera núcleo de viajantes y tratantes (Posada de Santa Luisa, Posada del Rincón, parada de autobuses de comunicación con los pueblos) o mercado de frutas y hortalizas, distribuidas directamente sobre la calle, sin mayores preocupaciones sanitarias. Sería inacabable seguir el rastro de intervenciones municipales, deshaciendo un día lo que se había hecho el anterior. Hubo aquí urinarios públicos, quiosco de prensa, un bonito y bien cuidado jardín, abrevadero de ganados, la estatua del Pastor de las Huesas del Vasallo, la primera fuente luminosa de Cuenca, edificios señoriales, destacando la presencia de la Casa de los Zomeño, un espléndido edificio de piedra, demolido en 1995 y sustituido por otro de carácter funcional cuya planta baja ocupan servicios municipales y en las superiores hay un hostal.

      La principal referencia histórica es el convento de San Agustín, la prestigiosa orden fundada por Agustín de Hipona que arraigó en Cuenca el año 1585, levantando un convento e iglesia anexa en lo que entonces eran los arrabales de la ciudad, en un paraje que por ello recibió el título de Cerrillo de San Agustín. A ellos se atribuye la formación de una procesión de penitencia titulada Camino del Calvario y que, tras las evoluciones propias de los tiempos, sobrevive en la madrugada del viernes santo, cerrándola una de las más emotivas y bellas imágenes del cortejo procesional conquense, la Soledad de San Agustín. El convento fue desamortizado en 1835; la venta derivó tras varias vicisitudes en el montaje de la Posada de Santa Luisa, hospedería muy conocida y prestigiada en la primera mitad del siglo XX. Sus propietarios, Natalio y Luisa, promovieron una fundación con la intención de que el edificio fuera destinado a escuelas públicas, intención desarbolada por la guerra civil y la posterior posguerra. Si alguien tiene curiosidad por conocer algo de aquel edificio, el dintel antiguo sobrevive en la fachada del Centro de Día “Cristo del Amparo”.

      Comercialmente, este fue un lugar muy activo; a las ya citadas hortelanas que traían diariamente a la ciudad frutas y verduras recolectadas en las huertas de las hoces, hay que añadir que hasta el siglo siglo XIX, se celebraba todos los jueves un mercado de trigos, bajo la supervisión de un miembro del Concejo municipal. Cosas que nos hablan de una ciudad que estuvo muy vinculada a la actividad agraria. Al terminar la guerra civil, antes de que empezaran a llegar emisoras de todos los colores, la Vicesecretaria de Educación Popular instaló un altavoz gigante en la plaza, en la entrada de la calle Calderón de la Barca, que fue durante años de punto de reunión a todos los oyentes que, alrededor del Pastor de las Huesas del Vasallo, tomaban asiento en los bancos de sus jardines para oír las noticias difundidas por aquella primitiva emisora. Otro elemento de referencia fue la presencia de la estatua del Pastor de las Huesas del Vasallo, obra de Marco Pérez, situada en el centro de un pequeño jardín, que estuvo aquí hasta que el Ayuntamiento decidió trasladarla a su actual ubicación, junto al puente de San Pablo, pero también fue muy significativo un kiosko de azulejería moruna especializado en tebeos (comics, diríamos hoy) y unos urinarios públicos.

    En los años 30, en el número 13 estaba situado el bar Terraza, donde se ofrecían conciertos a distintas horas del día y en su pequeño escenario actuaban cantantes y artistas frívolas. A mitad de los años 50 del siglo XX, allí estaban las cordelerías y guarnicionerías de Carretero y Tarín, las gaseosas de Condés, Ultramarinos Saiz (luego Muebles Saiz), dos diminutos talleres de reparación de calzados, El Gamo y Vindel. En épocas más recientes, en la esquina inmediata a la escalinata de San Agustín estuvo el Bar La Maña, uno de los históricos de Cuenca, famoso por sus aperitivos, los chatos de vino, el aguardiente mañanero y el resolí de Semana Santa que preparaba su dueña, la aragonesa Matilde y que se encargaba, además, de fomentar apasionadas tertulias taurinas; al lado, La Clementina ha surtido de patatas fritas y otras golosinas modernas a varias generaciones de conquenses; en la esquina que da comienzo a Carretería estuvo durante no mucho tiempo el primer supermercado existente en Cuenca, de la cadena Spar, local que luego pasó a ser acomodo de Galerías Forriol para la mujer.

     En la acera de enfrente, haciendo esquina a la calle del Agua, la pescadería Castellanos fue la primera de la ciudad especializada en tan delicado servicio con productos frescos, superando la etapa de las salazones y las conservas; un barco de vela colgado en una repisa era el reclamo comercial del establecimiento. Ahí mismo, en esa esquina, podemos disfrutar de un espectáculo único, un andamio que lleva colocado más de tres años y que presuntamente cubre una obra que se está realizando en el interior. La peculiaridad es que tal obra no existe, pero no parece que a ninguna autoridad municipal, en el poder o en la oposición, le preocupe ni poco ni mucho que se mantenga ese obstáculo que estorba el paso de los viandantes y afea la visión de la plaza. Son las cosas de Cuenca, una ciudad verdaderamente peculiar.

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