07 03 2024 UN BELLO RINCÓN AL AMPARO DEL PUENTE DE LOS DESCALZOS
Las ciudades que tienen la fortuna de contar con un río que cruza entre sus calles, como si fuera una más de ellas, adquieren una naturaleza especial, porque esa corriente fluvial, siempre en movimiento, imprime carácter, la condiciona, generalmente para lo bueno aunque también en ocasiones dan algunos disgustos o, al menos, preocupaciones. Si pensamos en ciudades muy emblemáticas, Sevilla, Zaragoza, Salamanca, por poner algunos ejemplos muy llamativos y bien conocidos por todos, se entiende en seguida lo que quiero decir. Pero no solo la presencia del río atravesando la ciudad es un factor paisajístico y cultural de primer orden; lo es también el significativo detalle de que siempre, en todos los casos que podamos imaginar o recordar, el río en cuestión va ligado a varios puentes que cruzan de un lado al otro y que permiten a los habitantes del lugar relacionar las dos orillas.
El caso de Cuenca es un poco peculiar.
Tenemos un río hermosísimo, cierto, el Júcar, pero no cruza por en medio de la
ciudad, sino que la rodea acariciándola, tanto en lo que es el casco antiguo
como en el singular barrio de San Antón y en ambas circunstancias el resultado
visual es muy interesante, como pueden demostrar los miles de fotografías que
circulan por ahí. Como es inevitable, la presencia del río da lugar, de forma
paralela, a la de los puentes, siempre necesarios para facilitar la comunicación.
En uno de ellos quiero fijar hoy la mirada, porque creo que tiene valores
importantes aunque no se le suele prestar mucha atención por los encargados de
ensalzar las maravillas de Cuenca y que en este capítulo suelen destacar
siempre el histórico puente de San Antón y la maravilla del de San Pablo, ese
magnífico ejemplar de la arquitectura del hierro que debería ser uno de los
factores más valiosos en el repertorio de puntos de interés que se pueden
mencionar en esta ciudad.
Hay otro puente, un poco alejado del
casco urbano, pero muy valioso en todos los aspectos. Aunque hay abundantes
referencias a la existencia de algún tipo de pasadizo para cruzar el río en la
zona del actual Recreo Peral, un auténtico puente aparece con el nombre de
Carballido, en homenaje a la persona que
promovió su construcción: Luis Carballido, intendente de rentas en Cuenca entre
1770 y 1773. Era un puente de madera y eso vino a representar una continua
fuente de problemas, porque la materia vegetal está sujeta a constantes
deformaciones, con la secuela necesaria de tener que acudir en su ayuda para
mantenerla en adecuadas condiciones de servicio. Por eso, la historia del
puente es la de un reguero de intervenciones municipales encaminadas a poderlo
seguir utilizando por los muchísimos transeúntes que usaban su servicio. Hacia
1841 ya se le llamaba Puente de los Descalzos, en alusión al convento de
franciscanos situado en la margen izquierda del Júcar, por debajo de la ermita
de Nuestra Señora de las Angustias. A finales de ese siglo, el Ayuntamiento
(sin duda harto de constantes reparaciones) se planteó la necesidad de
sustituirlo por otro más consistente, estudiando incluso la conveniencia de
hacerlo de hierro, idea desechada y finalmente sustituida por la que acabaría
de dar forma a la imagen que hoy conocemos y que fue reconstruida por última
vez en 1955. Se trata de una sobria y elegante pasarela de piedra, con
barandillas de hierro, que apoya en dos machones laterales situados en las
riberas del río y uno más, de grueso volumen, en el centro, pero lo más valioso
es el hermosísimo paraje en que se encuentra situado, uno de los más sugerentes
de Cuenca y escenario fundamental para contemplar en todo su esplendor el
pausado discurrir de las aguas siempre verdes del Júcar, en cuya superficie se
reflejan las rocas circundantes y la vegetación inmediata.
En la documentación municipal hay
repetidas alusiones, durante el siglo XVII, a un sitio denominado entonces El Barco, situado en la ribera del
Júcar. Aunque parece difícil establecer su exacta ubicación, sí responde a la
lógica situarlo aproximadamente a la altura del actual Recreo Peral o Juego de
Bolos; el topónimo aplicado a ese lugar permite deducir, con sencilla claridad,
que allí había una barca encargada de transportar viajeros de un lado a otro
del río. El servicio se prestaría, básicamente, a los hortelanos de la hoz y a
quienes venían de los pueblos de
La solución definitiva llegó casi un
siglo más tarde, cuando el ya citado intendente Carballido puso en marcha la
idea de construir un puente y aportó para ello la financiación necesaria. De
todos modos, como he dicho, los problemas aparecieron de inmediato ocasionando
serios quebraderos de cabeza al Ayuntamiento, obligado a atender constantes
reparaciones por los continuados desperfectos producidos en la madera, como de
manera repetida informaba el maestro mayor de obras de cada época, al advertir
que había reconocido el puente señalando que "las más o todas de sus
vigas, de su paso, se están arruinando", por estar podridas, lo que,
teniendo en cuenta el uso frecuente de las gentes, podía ocasionar alguna
desgracia en cualquier momento. Así se fue trampeando soluciones, o sea, parches, que
diríamos hoy, hasta que se acometió el remedio final, levantando un puente de
piedra, con apoyos sólidos en medio de la corriente del río.
Pero
no terminaron ahí los problemas. Nada más acabar la guerra civil, fue
arrastrado por un violento turbión generado por una insólita crecida del río.
Más de dos años estuvo fuera de servicio el puente de los Descalzos, hasta que
en 1943 comenzó su reconstrucción, en una primera etapa que tuvo una
continuidad diez años más tarde y parece que esta ya ha sido la buena de verdad
porque desde entonces ese hermoso rincón de Cuenca, con el Júcar desplegando
generosamente su verdor mientras desde lo alto la ciudad antigua se mira en el
espejo de sus aguas, es una invitación permanente a la belleza y la poesía. Es
un puente muy sencillo y austero, sin grandes elementos decorativos ni alardes
de ingeniería; no puede competir con otros de más vistosa presencia que hay en
tantísimas ciudades del mundo, pero este de los Descalzos en Cuenca tiene un
encanto peculiar que se desprende de su sencilla presencia en un ámbito
paisajístico extraordinario.
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