01 02 2024 UN PARAÍSO NATURAL Y ARTÍSTICO EN GARABALLA
Hay sitios a los que resulta muy fácil llegar, incluso hay algunos que se encuentran perfectamente situados en caminos y carreteras, por lo que su imagen salta a la vista a la vuelta de cualquier recodo y no hay que hacer más que parar el coche y entretener el viaje para verlo. A Garaballa hay que ir. Quiero decir que no es uno de esos sitios que uno se encuentra al albur inesperado, como si hallarlo fuera una casualidad, sino que es precisa una voluntad deliberada de ir hacia él, porque no es lugar que se encuentre en una carretera principal sino en el entramado de las secundarias. Y eso requiere una previa disposición y un correcto conocimiento de la ruta adecuada.
Naturalmente, hay una cita muy concreta
para internarse por estos caminos y llegar hasta Garaballa cuando se disponen a
trasladar, desde aquí, hasta la ruinosa (y no por ello menos hermosa) villa de
Moya a la virgen de Tejeda. Pero no es el caso, en esta época del año, muy
lejos todavía de las fechas en que se celebra tal acontecimiento. Ahora es un
tiempo normal, por ello propicio para hacer este tipo de excursiones sin tener
que contar para ello con el impulso especial que puede surgir de una cita concreta,
de una fiesta específica. Envuelto en la serena sucesión de pinares siempre
inmutables, el viajero llega finalmente al fondo del valle donde Garaballa se
mece entre las colinas inmediatas, sin que falte tampoco el arrullo del río
Ojos de Moya, que discurre cercano para perderse entre breñas pedregosas donde
se oculta la cueva en que, cuentan historias tradicionales, resistentes a
mentes descreídas o escépticas, se apareció la virgen en aquellos tiempos
medievales que siguen dando tanto juego en los modernos que vivimos ahora.
No hay barullo ni multitudes ni romeros
cualquier día ordinario que se elija para acercamos a Garaballa. Todo es calma
y sosiego a través de las calles del pueblo, por las que paseamos intentando
adivinar el trazado original de la villa, ahora tan distorsionado, como es
habitual, por desgracia, en casi todos los pueblos conquenses. En cambio, a los
pies del casco urbano, el monasterio dedicado a la Virgen de Tejeda sigue
luciendo espléndido, recompuestos algunos de sus problemas y superados los
desafueros cometidos en otras épocas por ocupantes circunstanciales que
quisieron introducir cambios inadecuados. Por supuesto, esos huéspedes no
tenían nada que ver con los primitivos trinitarios que ocuparon el monasterio
en sus inicios. Ahora, aquellas celdas han sido adaptadas como habitaciones de
un precioso hotel, articuladas en torno a un claustro central austero pero
bellísimo, con ese encanto natural, siempre admirable, que tienen estos
recintos cuadrangulares situados en el corazón de los conventos.
El monasterio de Garaballa es un edificio de grandes proporciones y
muestra en su construcción que no se escatimaron medios para llevarlo adelante,
aunque la obra se desarrolló en varias etapas. Es de dos plantas y su aspecto
general ofrece una clara inspiración herreriana, en lo que este estilo tiene de
regularidad y clasicismo. La planta baja de ambas alas adquiere la disposición
de arquerías de medio punto, ciegas, sobre pilastras, con una imposta corrida
sobre todas ellas en la parte superior, para diferenciarla así de la planta
segunda, que tiene dos diferentes distribuciones: en una de las alas se repite
la arquería, pero con menor altura que la planta inferior, mientras que en la
otra ala se organiza en forma de ventanas rectangulares, una sobre cada arco
inferior.
Sí está siempre abierta -y es detalle
digno de agradecer- la espléndida iglesia barroca en cuyo lugar de honor reside
de manera permanente la imagen de Santa María de Tejeda. Se encuentra situada
en el eje en que confluyen las dos alas del convento y su entrada apenas se
delata por la presencia de la torre que sobresale por encima de la cubierta
conventual, terminada de construir bien entrado el siglo XVII. Es templo de una
sola nave, con planta de cruz latina dividida en cuatro tramos marcados por una
serie de pilastras que rematan en capiteles corintios, sobre los que apoya la
sucesión de bóvedas nervadas que cubre todo el templo. Una elegante moldura
clásica recorre toda la nave a la altura de la imposta. El presbiterio tiene
forma rectangular y se comunica con la nave mediante un amplio crucero.
En el interior de la iglesia, en el
centro del retablo mayor, barroco, se encuentra la imagen de la Virgen de
Tejeda, una advocación extraordinariamente popular en todo el marquesado de
Moya, protagonista de un singular y en verdad extraordinario espectáculo, el de
su traslado a pie, cada siete años, desde este monasterio de Garaballa hasta la
encumbrada colina donde se asienta la arruinada villa de Moya. El 18 de
septiembre de 1927, estando la imagen de la virgen de Tejeda depositada en la
iglesia de san Bartolomé, durante el septenario de ese año, se produjo un
violento incendio que provocó la destrucción de buena cantidad de obras de
arte, incluyendo la imagen de la virgen. Entre los escombros pudieron
recuperarse algunos fragmentos.
Inmediatamente
se abrió una suscripción popular para recaudar fondos con los que poder
recuperarla, tarea que se encomendó al escultor moyano Luis Marco Pérez que
realizó un trabajo ciertamente sorprendente y que al año siguiente llevó
personalmente la imagen a Garaballa, donde la recibieron entre una enorme y
satisfactoria expectación. Al estallar la guerra civil, el superior del
convento, Lorenzo Cantó, tuvo la inteligente idea de entregar la imagen al secretario
del Ayuntamiento y jefe del Frente Popular, quien la conservó en su propio
domicilio hasta el término de la guerra. Como es natural, a ningún belicoso e
incendiario miliciano se le ocurrió ir a buscar la imagen en ese lugar y de esa
manera pudo sobrevivir sin daños.
No solo de arte, belleza y religión vive el
ser humano. Es una delicia encontrar posada y comida en la hospedería del
monasterio, por fortuna operativa, en un ambiente amable y con una cocina de
carta medida y calidad sobresaliente, virtudes que animan la estancia y
compensan de los posibles rigores climáticos de la jornada para hacer agradable
las horas pasadas al amparo del lugar. La historia extiende sobre nosotros su
manto benéfico y el presente parece estar alejado de crisis, tristezas,
problemas y amarguras, rosario de cuestiones que forman el repertorio de la
actualidad cotidiana. En Garaballa priman la tranquilidad, la belleza, la
ausencia de prisas. Como si fuera un islote de serenidad en la turbamulta de
alrededor.
Comentarios
Publicar un comentario