25 01 2024 DEL TIPISMO A LA MODERNIDAD EN LA CALLE DE LA MONEDA
Paso con frecuencia junto a la calle de la Moneda, y la miro, habitualmente sin entrar en ella, dirigiéndole una mirada desde la Plaza de las Escuelas, antes de seguir camino hacia el oscuro y sucio túnel que baja hasta el río Huécar. En esa mirada encuentro habitualmente lo mismo, con pocas variantes: una calle muy estrecha, bordeada por dos filas de elevados edificios que en lo más alto parecen querer unirse y en las que casi nunca hay nadie, ninguna persona, transitando por ella. Ni siquiera me parece que esté incluida en las rutas que siguen los guías turísticos o al menos yo no los he visto nunca. Y, sin embargo, no hace todavía mucho, apenas medio siglo, esta calle fue la más famosa de Cuenca y ocupó docenas de páginas en la prensa nacional, ofreciendo un excelente pretexto argumental a quienes clamaban al cielo por el progresivo deterioro que se estaba produciendo en esta entonces olvidada ciudad.
Todo empezó cuando hacia 1955 las casas más inclinadas (los números 8, 10 y 12) entraron
en preocupante proceso de ruina, por lo que fueron fotografiadas a diestro y
siniestro ocupando páginas de huecograbado en los periódicos de alcance
nacional que entonces utilizaban este sistema, ocasionando la natural
preocupación del Ayuntamiento que lo interpretó como propaganda negativa para
una ciudad que empezaba a salir del aislamiento. Especialmente, la que centró
toda la atención popular y mediática fue la que pronto empezó a conocerse como
“La Casa Inclinada”, cuya imagen depauperada y apoyada en unas gruesas muletas
de madera sirvió para que uno de aquellos periódicos titulara, con la más
tranquila impunidad: “Las Casas Colgadas de Cuenca se caen”. Sin embargo, hay
que reconocer que, gracias a aquella corriente informativa, que multiplicó
noticias y fotografías en todos los periódicos (entonces aún no existía la TV)
la situación se pudo corregir. No olvidemos que en la primera mitad del siglo
XX fueron docenas los edificios de Cuenca arruinados y perdidos, sin que nadie
acudiera en su ayuda.
Estaba
asentada la “Casa Inclinada” sobre un terreno cuadrangular irregular
(trapezoidal) de 36,75 metros cuadrados con dos pisos y dos salidas al exterior
con su fachada principal por la calle de la Moneda y la trasera a la calle de
los Tintes, con ventanas al río Huécar. Lindaba por la derecha entrando con la
casa que fue propiedad del Marqués de Valmediano y por su izquierda con la que
había pertenecido a la capellanía o beneficio eclesiástico de Felipe Villalba. En
apoyo de estos edificios había acudido ya la imaginación popular, siempre amiga
de leyendas que, si tienen un componente de picardía levemente erótica, se
aceptan mucho mejor y por eso, contaba la imaginación colectiva, en lo alto de
estas dos viviendas fronteras, una en cada acera, vivían en una un caballero
cristiano y en la otra una bella musulmana (otras versiones dicen judía; lo
mismo da) que a distancia mantenían una apasionada historia de amor; por eso,
las casas se iban inclinando cada vez más, para que los enamorados pudieran
llegar a completar las miradas con algo más prosaico y carnal.
Todo ello quedó
frustrado con el rápido avance de una situación deteriorada y el
correspondiente escándalo periodístico, que el Ayuntamiento intentó zanjar con
un expediente de ruina que se acordó inicial el 17 de abril de 1956, acompañado
de la propuesta del alcalde para la adquisición del número 10 de la calle de la Moneda,
calificado como “casa típica” y de las colindantes, para poder llevar a cabo su
consolidación. Como ya sabemos que en Cuenca las cosas de palacio van no
despacio, sino muy despacio, empezó entonces un larguísimo proceso de idas y
venidas, acuerdos y contraacuerdos, propuestas de indemnización y de obras, que
como es natural no voy a desgranar aquí porque harían falta todas las páginas
de este periódico. Proceso en el que se incluye otro acuerdo, este de 1957,
para encargar al arquitecto municipal un proyecto de reconstrucción de las fincas
“para mantener el aspecto típico de la calle”. Con todo ello llegamos por fin
al año 1966, cuando era alcalde Teodomiro García Pérez y se pudo concretar la
compra del edificio polémico a sus propietarios. Pero ya era tarde para
cualquier intervención reparadora y finalmente las dos edificaciones tuvieron que ser derribadas y construidas
nuevamente, pero ya sin la audaz inclinación que hubiera hecho posible el
encuentro final de los dos enmarados de la parte alta.
Todavía años más tarde, Martimpérez
(Valeriano Martínez Pérez) describía con espíritu romántico el carácter
singular y ensoñador de esta calle, que el pintor catalán avecindado en Cuenca,
Jaime Serra, rebautizó como calle de los Fidalgos, al apreciar en ella un
inconfundible sabor caballeresco, capaz de impregnarla de tradiciones y
leyendas inverosímiles: “Lector, si
eres amante de la historia; si te gusta trasladar tu espíritu a los siglos
medievales; si te recreas dando vida a viejos romances amorosos y
caballerescos; si no te importa lo que de ti puedan pensar, pasea la calle de
los Fidalgos o de la Moneda, cuando la ciudad duerma; paséala en la seguridad
que tu imaginación reproducirá escenas verdaderamente interesantes.
Contemplarás, con deleite, parejas de hidalgos cruzando sus aceros bajo la
ventana de alguna dama linajuda; el entrar y salir, en las casonas, de alguna
Celestina, cubierta con negros crespones, arregladora de conquistas amorosas, y
provocadora de infidelidades conyugales; la tenue luz que oscila tras los
cristales de algún ventanal señorial, señal convenida de paso franco para algún
enmascarado caballero que se recata tras el quicio de una puerta”. Me da a mí
que la actual calle de la Moneda no se presta mucho a esa ensoñación literaria.
No quiero terminar sin hacer una ligera
alusión al nombre de la calle, que tradicionalmente se interpretó como que en
este lugar estuvo la antigua ceca o fábrica de elaboración de monedas, antes de
que se trasladara a su ubicación más conocida, en la parte baja del puente de
San Antón, algo que los modernos investigadores del urbanismo en Cuenca
desmienten con razonables motivos, aunque alguien tan preparado como Giménez de
Aguilar lo daba como cosa cierta e incluso la tenía localizada: “Está construida de
mampostería y ladrillo y tiene en las junturas de yeso el extraño adorno que se
ve en la torre de Juan II y en otras construcciones segovianas”. Parece que el sabio
profesor y cronista en este caso se equivocaba.
El tipismo de la
calle de la Moneda generó docenas de postales de época. Entre ellas, para
ilustrar este artículo, he elegido una de la Heliotipia Artística Española, que
empezó a generar imágenes a partir de 1918, de manera que así era y así estaba
la calle hace ahora un siglo.
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