22 12 2023 DOS PERSONAS EXCEPCIONALES
Estamos a punto de dar la vuelta a la última hoja del calendario y sustituirla por otra completamente nueva que, como siempre, viene envuelta en todo tipo de incógnitas y esperanzas. Algo sí sabemos, a ciencia cierta: que en el nuevo año se cumplirán algunos aniversarios destacados, incluso algún centenario, fechas que sirven para recordar a personas o hechos que suelen permanecer apagados y que gracias a esa celebración cobran una cierta importancia que los pone de relieve. Desde hace algún tiempo se viene hablando de una de ellas, e incluso ya se ha insinuado algo de lo que se puede llevar a cabo. Hablo, naturalmente, de Fernando Zóbel, pero de alguien más quiero hablar también, porque ligado de manera indisoluble a él hay otro nombre igualmente importante para comprender lo que sucedió en Cuenca: Gustavo Torner.
Se ha contado en varias ocasiones la
anécdota de cuando Zóbel buscaba un lugar en el que situar de manera estable su
colección personal de arte abstracto español y quien empezaba a ser su amigo,
Torner, le sugirió que lo acompañara a visitar Cuenca, a lo que el primero
replicó, de manera espontánea a la par que algo despectiva: “Pero, ¿qué se me
ha perdido a mí en Cuenca?”. Nada se le había perdido en ese momento a Zóbel en
Cuenca, pero aquí encontró el recinto adecuado para ubicar su proyecto, encontró
casa donde vivir y estudio en el que trabajar y finalmente un espacio de tierra
en el cementerio de San Isidro, en el que su cuerpo puede reposar para siempre.
No quiero ponerme trascendental ni usar
palabras grandilocuentes, pero estoy convencido de que la llegada de Fernando
Zóbel a Cuenca y su firmísima vinculación con la ciudad ha sido uno de los
sucesos de mayor importancia ocurridos aquí a lo largo del último siglo y creo,
además, que aquello produjo un auténtico revulsivo social y cultural, que va
más allá de lo que aún podemos percibir, y lo hizo sin alharacas, sin
entrometerse en la vida de nadie ni hacer juicios de valor, simplemente estando
presente y actuando según sus criterios, en línea con lo que hace unas semanas
explicó, a partir de una lúcida exposición, el actual director del Museo,
Manuel Fontán, en la conferencia pronunciada en la sede de la Racal. Aún no
somos conscientes del todo, pero con su llegada, Zóbel le dio a Cuenca la
vuelta del calcetín.
Se merece todo tipo de reconocimientos
que se le puedan prestar en el año que se aproxima, pero me parece (así lo
creo, con total convencimiento) que el homenaje o lo que se pueda hacer debería
implicar también, de alguna manera, a quien fue su constante compañero en ese
impulso a Cuenca y en el desarrollo del proyecto de museo, además de sumergirlo
en el acontecer cotidiano de las cosas de esta ciudad. Y es que Fernando Zóbel
nació el 30 de agosto de 1924, pero Gustavo Torner lo hizo el 13 de julio de
1925, es decir, once meses separan los cumpleaños de ambos, con una notable
diferencia: Zóbel está muerto y Torner continúa vivo, con la perspectiva, que
deseo de manera ferviente pueda producirse, de que va a cumplir cien años, un
dato verdaderamente impresionante. Y sería un gesto noble, digno de una ciudad
generalmente poco agradecida, que ambos nombres quedaran unidos en una misma
celebración, porque ambos fueron amigos, colegas y copartícipes en aquella
aventura que, como se suele decir, puso a Cuenca en el mapa.
Conservo por Fernando Zóbel un
sentimiento en el que se mezclan el afecto personal y el respeto por su
personalidad, en verdad arrolladora. Para mí fue una experiencia singular que
me llamara una mañana y así, por las buenas, me propusiera editar un libro que
yo aún no había escrito y que él me encargó. El mundo al revés, me digo ahora.
Generalmente, son los escritores los que van detrás de los editores pero en
este caso sucedió lo contrario y él se encargó de todo, desde el precioso
diseño hasta la selección de ilustraciones. Aunque la experiencia más
sorprendente la tuve una tarde en su estudio de la calle Pilares, cuando vi
cómo daba forma y contenido a uno de sus cuadros de la serie Río Júcar. No
tengo ninguna disposición natural para el dibujo o la pintura, de manera que miraba
fascinado cómo Zóbel, desde una fotografía real, iba extrayendo la esencia de
la hoz y del río, mientras me explicaba lo que veía con sus ojos de artista y
lo que quería transmitir a las líneas del cuadro abstracto que iba surgiendo
desde una imagen absolutamente concreta.
Gustavo Torner tiene una dimensión que
no ha sido explotada prácticamente nada, entre otros motivos porque él no se ha
dejado y es el extraordinario conocimiento que tiene de la ciudad en que nació.
Hablando de sorpresas, se puede comprender la que sentí el día que me mostró,
en cajas cuidadosamente ordenadas y alineadas, la colección de placas en las
que había fotografiado la totalidad de los edificios, casas y rincones de la
parte alta de Cuenca. Tal cual lo digo: todas, sin excepción, lo que constituye
un material gráfico y documental tan extraordinario como sorprendente. Pero más
allá de esto, que puede considerarse anecdótico, posee una increíble capacidad
de análisis y comprensión de la ciudad como fenómeno urbanístico, como realidad
construida y sometida a presiones circunstanciales que la mantienen en un
constante equilibrio inestable.
Está bien todo lo que se haga en el año
2024 para honrar la memoria de Zóbel pero creo que, de alguna manera, habría
que hacerlo también y a la vez con Gustavo Torner. Sin esperar a 2025. Hay
cosas que en vida se agradecen más.
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