23 11 2023 LA CULTURA ES LA MATERIA PRIMA DE NUESTRA IDENTIDAD

 


Reconozco y confieso, sin ambages, que la política ha dejado de interesarme; al menos, no tanto como me ocupó en tiempos o quizá también podría matizar para decir que he perdido todo interés por la forma de hacer política que estamos viviendo en este país desde hace unos meses. Incluso, rizando el rizo, se podría llegar a decir que el espectáculo al que venimos asistiendo últimamente ni siquiera es Política, con mayúscula, tal como la definieron los grandes teóricos clásicos de esta materia, desde Aristóteles hasta tiempos recientes que, desde luego, no son los actuales. Cuando estábamos en plena vorágine electoral, postelectoral y la doble investidura, una frustrada y otra consumada, en un momento de absurdo optimismo llegué a pensar que cuando todo terminara volveríamos a la senda del sentido común y quienes se dedican a esto recobrarían algo parecido a la cordura, la educación y la elegancia de las formas. Constituido el nuevo gobierno, está claro que tal cosa no va a ocurrir. Por perderse cosas, incluso ha desaparecido aquel mito de los cien días de cortesía que era costumbre dar al que llega de nuevas; en este caso, no se le ha dado ni un solo día, ni un solo minuto. Claro que más estrambótico es el vergonzoso espectáculo dado por las dos ministras que en su despedida han olvidado cualquier asomo de elegancia y buena educación y salen de sus departamentos con una actitud barriobajera indigna de quienes han estado en el gobierno de la nación.

         Como he empezado hablando en primera persona, voy a seguir por ese camino. De lo que se puede esperar de este nuevo gobierno me preocupa especialmente lo que tenga que ver con la Cultura que debería ser, desde mi punto de vista, el soporte básico del entramado social, a partir del cual poder elaborar todo el edificio de la administración y gobierno de una ciudad, una provincia, un territorio o un país. Incluyendo la totalidad del universo mundo. Me temo que esta idea personal mía no es compartida por otros sectores de la sociedad y menos aún de la política.

       Veamos un pequeño detalle: entre toda la palabrería que se ha deslizado estos días en el Congreso de Diputados, sólo una vez, en una frase, se pudo oír la palabra cultura. Ninguno de los dos candidatos, el primero frustrado y el segundo triunfante, encontraron motivo o pretexto para introducir en sus discursos y réplicas alusión alguna al concepto cultural. Tampoco lo hicieron los demás intervinientes, en demostración palpable de que semejante cosa no forma parte del catálogo de sus preocupaciones. La excepción a esa actitud llegó en una especie de momento mágico, cuando entre toda esa palabrería dominada por una sola palabra, amnistía, la vicepresidenta Yolanda Díaz encontró un resquicio y, creo que con bastante convicción, dijo: "La cultura es la expresión más viva de nuestra plurinacionalidad. Y la materia prima de nuestra identidad”. Seguramente la vicepresidenta estaba anunciando ya que aspiraba a que en el reparto de carteras ministeriales le tocara a uno de los suyos el ministerio de Cultura y no se ha equivocado. Ernest Urtasun es el elegido, sin que hasta ahora se le haya conocido ninguna actividad destacada en este campo, del que le han desgajado Deportes (que pasa a Educación, y no entiendo muy bien por qué) y en cambio le dejan los Toros, a un ministro que es un antitaurino militante, lo que nos puede hacer esperar una bonita campaña dialéctica entre unos y otros.

       El ministerio de Cultura, la verdad, tiene ya muy pocas competencias sobre las provincias, de manera que no se me ocurre qué puede hacer el señor Urtasun por nosotros y no porque Cuenca no tenga un amplísimo catálogo de necesidades y carencias, empezando por la siempre postergada ampliación del Museo de Cuenca o por el ya olvidado espacio definitivo para la Colección Roberto Polo, cuya provisionalidad en la iglesia de Santa Cruz se va prolongando un año tras otro o las inversiones necesarias para seguir adecuando la catedral o tantas otras cosas más que podrían decirse. En esas posibles cosas pienso mientras recuerdo que tal día como hoy, 23 de noviembre, del año 1965, se inauguraba la Casa de Cultura por el entonces ministro de Educación Nacional, Manuel Lora Tamayo. El elemento central y básico de la nueva instalación era la flamante biblioteca, como corresponde a cualquier acción cultural digna de tal objetivo y que hasta entonces había estado en la ciudad en una situación de franca penuria. En la inauguración del centro se dio paso a una exposición sobre “La Orden de Santiago y Cuenca”. A partir de ese día y de la mano de su director, Fidel Cardete, la ciudad se sumergió en una sorprendente dinámica cultural en número y calidad tal que probablemente no ha existido otra similar en el resto del tiempo. No voy a cometer aquí la simpleza (por otro lado errónea o injusta) de considerar que aquello fue mejor y más intenso que lo que ahora tenemos a nuestra disposición. Tal cosa sería aceptar que cualquier tiempo pasado fue mejor y nunca he creído en semejante aserto ni creo que sea correcto considerarlo así. Las circunstancias eran otras y las posibilidades también y en ese panorama probablemente hay que considerar también la existencia de una generación hambrienta de saber, de conocer, de participar. Sólo así se puede explicar que prácticamente todos los días hubiera un recurso disponible (música, cine, teatro, exposición, conferencia) con asistencia de un público numeroso y entregado, que seguía con profundo interés lo que se ponía a su alcance.

       Y unas palabras, aunque sean breves, para señalar la importancia y valor estético del magnífico edificio que entonces pasó a formar parte del patrimonio arquitectónico de esta ciudad. La obra original y sugerente de Miguel Fisac merece un reconocimiento y yo creo que nunca se ha valorado del todo o, al menos, no tanto como se merece.

       Me gustaría que el flamante ministro de Cultura, Ernest Urtasun, viniera algún día a Cuenca a inaugurar algo. No se qué, pero algo. Esas cosas siempre se agradecen.

 

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