05 10 2023 RENACE DE LAS SOMBRAS EL GRAN HOTEL IBERIA
Entra el Edificio Iberia en una nueva etapa de su azarosa historia en la que ha podido demostrar, como ocurre en bastantes ocasiones, que una construcción arquitectónica realizada con una finalidad determinada puede adaptarse, si hace falta, a otras bien diferentes del objetivo inicial y este es un buen ejemplo, como hay otros también en nuestra propia ciudad en la que podemos encontrar un antiguo convento adaptado para ser Centro de Arte, otro convento transformado en Parador Nacional de Turismo, una iglesia dedicada a sala de conciertos y un alfar tradicional abierto ahora como centro cultural, por citar solo unos cuantos casos y hay más. El Edificio Iberia es desde ahora el centro administrativo de la Junta de Comunidades en Cuenca y esa es, por supuesto una utilidad tan digna y satisfactoria como cualquier otra, porque lo importante es que estos edificios vacíos durante años tengan alguna utilidad; no hay nada más triste que verlos desocupados, sin destino fijo y entregados al inevitable deterioro que se produce siempre cuando un inmueble está vacío y sin cuidados.
El primer
gran hotel, el auténtico primer hotel de Cuenca fue un proyecto de desmedida
ambición para una ciudad que en los años 20 del siglo XX estaba descubriendo
que existía algo llamado Turismo, que podría ser un importante factor de
desarrollo económico. En 1917, Enrique O’Kelly había encontrado las pinturas
rupestres de Villar del Humo mientras un esforzado grupo de pioneros difundía
por todos los medios posibles la existencia de la Ciudad Encantada (será
declarada Sitio Natural en 1929) y en la Diputación Provincial, el presidente
Jorge Torner sentaba las bases de un departamento encargado de impulsar este
nuevo concepto económico. En 1923, ahora hace exactamente cien años, veía la
luz la primera Guía de Cuenca, ejemplar trabajo desarrollado por Rodolfo Llopis
con la colaboración de Juan Giménez de Aguilar y Odón de Buen y un texto
prestado por Pío Baroja. En ese ambiente de euforia ante las posibilidades que
ofrecía un sector totalmente desconocido surge el proyecto, tan disparatado
como utópico, de construir un gran hotel en el centro de la ciudad.
La misma Guía que acabo de citar nos
informa que en esos momentos hay en la ciudad dos instalaciones hoteleras: el
hotel Iberia, en Carretería y el hotel Madrid, en la Ventilla, donde se puede
encontrar alojamiento abonando una pensión mínima de 10 pts. diarias. Además,
se nos dice, hay “varias casas de viajeros de pensión más modesta”. En ese ambiente, un grupo de ciudadanos
decide reunir sus fuerzas (por otra parte, limitadas, por no decir escasas) para
llevar adelante la construcción de un auténtico hotel de lujo, siguiendo el
modelo de otros ya existentes en diversas partes de España. El
proyecto fue encargado a un arquitecto ya prestigioso, Luis Sainz de los
Terreros y García de Bárcenas (Santander, 1876 / Madrid, 1936), autor de obras prestigiosas
en diversas ciudades. Los folletos informativos de la época y los anuncios
publicitarios exponían al público las numerosas novedades que aportaba la
instalación, como un amplio salón de lectura, timbre en todas las habitaciones,
baño completo con agua caliente, cuarto oscuro (para el revelado de fotografías
que pudieran hacer los viajeros), cafetería y terraza exterior, restaurante con
un suntuoso repertorio de platos, coches para la recogida y traslado a la
estación, etc. Con estas perspectivas, el Gran Hotel se inauguró el 13 de abril
de 1927.
Podemos imaginar, sin especiales
problemas, que el edificio causó un enorme impacto visual y social en una
ciudad carente hasta entonces de cualquier otro parecido. Construido en estilo
neorrenacentista, estructurado mediante una planta rectangular en esquina, con
fachadas a dos calles, siendo la mayor a Cardenal Gil de Albornoz con otro
sector más pequeño al Parque de San Julián, el proyecto inicial comprendía una
construcción el doble de la que finalmente se ejecutó (el edificio debería
llegar hasta Carretería), lo que proclama la ambición que animaba a sus
promotores, si bien la realidad vino a desmontar semejante sueño, para dejarlo
en lo que ahora vemos. Pero el sueño se quebró pronto, en cuanto la realidad
vino a demostrar que a Cuenca seguían llegando muy pocos viajeros con
suficientes recursos económicos, forzando la retirada de varios socios, que
dejaron solo a Santos C. Moya, quien rebautizó el local con su propio nombre y
al morir el propietario en un accidente, pasó a otras manos que le dieron el
que habría de ser su título definitivo, Hotel Iberia.
Después de la guerra civil, situación poco
propicia para la actividad turística, el edificio pasó a ser propiedad del
Banco Hispano-Americano que situó en la planta baja sus oficinas, mientras
arrendaba el resto del inmueble al ministerio de Agricultura para sede del
Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA). Al desaparecer ambas entidades, el inmueble
permaneció vacío y sin uso durante varios años. En 1985 lo compró la
Junta de Comunidades por 150 millones de pesetas, con la intención de ubicar la
delegación provincial, sin que este proyecto se desarrollara entonces, sino que
en 2001 se acordó el traspaso a Caja Castilla-La Mancha para instalar la sede
central de la entidad, pero en realidad lo que hizo fue rehabilitarlo para acondicionar una sala de exposiciones en la planta
baja y oficinas en las superiores. La desgraciada aventura de CCM, de cuyas
calamidades más vale no acordarse, dio al traste con todo hasta que en 2016 la
Junta de Comunidades inició el procedimiento para la reversión del inmueble que
ahora cumple al fin el propósito primero y cierra un ciclo.
La noticia, sin duda positiva, es que la
ciudad recupera un edificio emblemático, un auténtico símbolo urbanístico y
arquitectónico, pieza esencial de la modernidad que se quería implantar hace un
siglo y, desde luego, una construcción bellísima, de líneas elegantes y
prestancia visual indiscutible que bien se merece, ahora que la rehabilitación
ha concluido, ser incluido en el Catálogo de Bienes de Interés Cultural. Tan
pronto abra sus puertas podremos disfrutar del hermoso espectáculo de pasear
por sus dependencias interiores y mientras vemos pasillos y despachos imaginar
cómo fueron las habitaciones, los baños, el restaurante de aquel maravilloso
Gran Hotel, luego Hotel Moya, finalmente Hotel Iberia, que quiso prestar un
toque de selecta elegancia a la modesta ciudad provinciana de los años 20 y que
ahora, como cualquier Ave Fénix, renace para volver a abrir sus puertas.
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