28 09 2023 LARGA Y PERTINAZ LUCHA A FAVOR DE LA HIGIENE Y LA LIMPIEZA

 


La ciudad está sucia. Esta es una afirmación que se viene repitiendo desde siempre y que probablemente nunca encontrará una respuesta satisfactoria, porque habrá una diferencia entre los mejores deseos y la realidad de cada momento. La autoridad municipal hace un esfuerzo constante por mejorar las prestaciones dirigidas a este fin pero pensamos que aún se podría hacer más y mejor. En el otro lado de la balanza están los ciudadanos de a pie, no siempre cuidadosos en el respeto que se debe aplicar en materia tan delicada. Basta ver con qué alegría desenvuelta cualquiera lanza al suelo lo que le sobra en las manos, sin molestarse en utilizar la papelera más próxima, por no mencionar lo que ocurre con los fumadores, que obligados a no hacerlo en el interior utilizan la vía pública no solo para arrojar el humo sino también las colillas, o el caso no menos llamativo de los cientos de chicles adosados a las aceras.

       La lucha por dotar al espacio urbano de unas condiciones razonables de limpieza, higiene y belleza tiene una historia relativamente reciente, vinculada a la formación y desarrollo del régimen liberal a partir de mediados del siglo XIX. Hasta esos momentos estaba en vigor el conocido aviso de “agua va” con el que se permitía lanzar a la vía pública cualquier cosa sobrante que hubiera en el interior del domicilio de cada cual, incluyendo los restos fecales que generamos de manera permanente los seres humanos (y también los animales). Es en cierto modo conmovedor leer cómo los responsables municipales se esfuerzan por dictar instrucciones a la ciudadanía para intentar corregir los constantes desmanes que se producían, apelando siempre al “ornato público”, esto es, a la conveniencia de transformar una ciudad sucia y maloliente en un ámbito de belleza y limpieza. Los ejemplos son incontables y se multiplican a partir de 1860, coincidiendo además con la sucesión de obras para implantar alcantarillas en las calles. Es lo que se acuerda, por ejemplo, para facilitar la salida de las aguas e inmundicias del matadero llevándolas a desaguar al Huécar y también reclaman una los vecinos de Zapaterías que quieren cumplir las órdenes recibidas “para no tirar aguas por las ventanas ni verter y apilar toda clase de basuras”. En otro lugar, la calle Nueva, entonces formándose en la parte baja de la población, cerca de Carretería, un vecino denuncia a otros que arrojan a un solar intermedio “toda clase de emanaciones y suciedades que perjudican a la salud pública”, pero ahí mismo, en la que ya iba siendo la principal calle de la ciudad, corrían libremente no solo las aguas naturales sino también las sucias procedentes de las viviendas inmediatas, lo que provoca quejas airadas, como las de un vecino que denuncia “a las diferentes personas que por un abuso, cuyo origen procede de tiempo inmemorial, aprovechando las tinieblas de la noche y en horas extraordinarias, arrojan las aguas de todas clases e inmundicias (...) y de otros muchos que en distintas horas van a hacer sus precisas necesidades", lo que nos permite imaginar un espectáculo callejero y colectivo ciertamente inenarrable.

       Y un episodio más sobre la pertinaz pelea para conseguir implantar en la ciudad medidas higiénicas y saludables, cuando fue preciso oficiar a varios vecinos de  la calle de San Pedro para prohibirles "que viertan aguas sucias e inmundicias", que iban arrastrando y acumulándose hasta la catedral y que cesen de utilizar las vertientes y excusados por la parte que da frente a la torre de la catedral para evitar la corriente que llega hasta la entrada de la calle y el mal aspecto que ofrece, circunstancia que igualmente podemos imaginar e incluso oler. Lo que nos lleva a otro asunto que aquí solo dejo insinuado: la pelea para ir eliminando los conocidos zaquizamis situados en la parte exterior de las fachadas y en los que los ciudadanos hacían públicamente sus necesidades.

     Pero si hay un tema que empezaba ya a ser preocupante y que se irá desarrollando durante los próximos años hasta su definitiva desaparición es el del mantenimiento de incontables granjas de cerdos en el interior de la población, conviviendo con las personas e incluso llevándose a cabo las matanzas en la vía pública, asunto que dio lugar a numerosos incidentes; por ejemplo, el de un ciudadano que un día a las siete de la tarde estaba matando un cerdo en la calle Palafox, lo que provocó la intervención de un concejal que le impuso una multa porque esa operación solo podía realizarse desde la una de la noche hasta las siete de la mañana. En su defensa, el matarife alegó que "en esta ciudad ha sido constante la costumbre de matar los cerdos llegada esta época, a cualquiera hora del día o la noche”, a lo que el concejal denunciante replicó que eran numerosos los vecinos que se quejaban de ese espectáculo "dando lugar a interceptar el paso, ocurriendo también el haberse espantado las caballerías, repropiándose por la olor a sangre que tanto les impone, con grave perjuicio de los conductores y de las personas que en ellos iban, el olor de la cerda abrasada, la repugnancia que estos actos llevan consigo, el poco decoro que al tránsito por las calles en que la referida operación se efectuaba, la suciedad de las mismas, la lumbre y el espectáculo tan poco digno de una capital de provincia".

    Aunque, por lo que se puede deducir, el colmo del escándalo había ocurrido un 8 de diciembre, en que al salir autoridades y fieles de la catedral, donde se habían celebrado cultos en honor de la Inmaculada, “vieron con dolor que se hallaba alrededor de una hoguera almorzando y bebiendo vino insolentemente sentado, un cortador profiriendo expresiones que si no obscenas, al menos malsonantes, con lo que lograba atraer sobre sí las miradas de indignación por tales hechos poco gratos a la vista, repugnantes al olfato y perjudiciales a las señoras y a todos aquellos cuyo sistema nervioso se exacerba al chillido de los cerdos al entrarles el cuchillo y que tan mal se aviene a las costumbres de toda población culta y civilizada".

       Pues ese era, entonces y ahora, el objetivo: conseguir una ciudad culta, civilizada y limpia. Ya no se arrojan excrementos a la vía pública ni se matan cerdos por las calles a cualquier hora del día y de la noche, pero aún existen otros comportamientos no siempre cívicos que conviene corregir en busca de la situación utópica en que todo sea perfecto. [La foto es de Reyes Martínez]

 

 

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