15 06 2023 VUELTA DE HOJA EN LA VIDA MUNICIPAL
El Ayuntamiento de Cuenca es, ciertamente, un edificio muy singular. Lo es desde su propia disposición, en forma de triple arcada, que cierra el espacio de la Plaza Mayor, hacia la que tiene una amplia balconada cuya principal utilidad era la de servir para que los regidores y sus invitados selectos pudieran contemplar los espectáculos públicos, especialmente corridas de vaquillas, importante servicio lúdico que sigue teniendo vigencia en nuestros días. Otra peculiaridad del inmueble es su anárquica distribución interior, resultado de una insuficiencia inicial de espacios que se ha querido compensar con sucesivas y desordenadas ampliaciones, primero comprando las casas inmediatas, luego extendiéndose hacia la calle del Colmillo y finalmente repartiendo servicios por toda la ciudad, de manera que este es un Ayuntamiento disperso desde un punto de vista funcional.
Uno de los más sorprendentes detalles de
este peculiar edificio es que la placa que da noticia de su construcción no se
encuentra en la planta baja, en una fachada a la vista de todo el mundo, como
es usual en los edificios públicos, sino en una posición altísima, a la que
solo pueden llegar quienes tengan buena vista o se ayuden de unos prismáticos o
un teleobjetivo. Allá, en lo más alto, cerca de la cumbrera, un óvalo lo dice: “Reinando
la Majestad del señor don Carlos III (Q.D.G.) siendo su Intendente general don
Agustín Núñez del Nero, año de 1762”. Debajo de esa placa hay otra, de texto
más sencillo y fácilmente legible: “Restaurada en 1881” y más abajo una más,
aún más escueta: “Casas Consistoriales. Año 1960”.
Como suele decir el tópico, Carlos III
fue el más activo alcalde de España, porque durante su reinado se regó el país
de construcciones de todo tipo, especialmente edificios municipales, de manera
que aquella época resultó muy fructífera para arquitectos y albañiles en
general, además de empezar a mostrar preocupaciones por asuntos que hasta
entonces habían estado lejos de la política gubernativa, como la limpieza de
las calles y el orden público. Que yo sepa, nunca vino a Cuenca, a diferencia
de lo que era usual en otros reinados y de esa manera se perdió el contemplar y
conocer una ciudad tan singular como ésta.
De siempre se ha dicho (y escrito) que
el autor del proyecto de este edificio fue el arquitecto valenciano Jaime Bort,
presentado en 1734, pero las investigaciones de Pedro Miguel Ibáñez han
permitido establecer que realmente la construcción fue dirigida por Lorenzo
Santamaría, entonces con un reconocido prestigio como maestro de obras, que
modificó parcialmente el proyecto original, que contemplaba un edificio en
ángulo recto, con dos bloques diferenciados, el orientado hacia la Plaza y otro
en perpendicular para acoger las diversas dependencias municipales. En ambos
casos, el problema técnico y estético planteado era un asunto realmente
delicado: cómo cerrar con armonía un espacio tan irregular como es la Plaza
Mayor que, además, tiene el suelo en pendiente. El resultado está a la vista y
de él lo menos que se puede decir es que resulta ciertamente original, lejos de
la imagen que cualquiera puede tener de lo que es un Ayuntamiento, de los que
hay cientos de ejemplares en toda España (y en Europa, por supuesto), edificios
amplios, monumentales, con aspecto señorial.
El de Cuenca es tan peculiar que no
tiene ni un sencillo salón en el que se puedan celebrar actos públicos a los
que se espera acuda un elevado número de personas y eso explica que la más
solemne ceremonia de la vida municipal, la constitución de un nuevo
Ayuntamiento, deba hacerse en un lugar fuera del propio edificio, como ocurrirá
este sábado en la formación del nuevo consistorio, que se llevará a cabo en la
antigua iglesia del convento de la Merced, o como se hizo en años anteriores,
en la iglesia de San Miguel, que al menos, como es de propiedad municipal, se
podría considerar como una prolongación de la propia sede.
Más allá de estas puntualizaciones
insignificantes sobre el lugar elegido para que se celebre la ceremonia, nos
encontramos sin duda ante una importantísima ocasión, de esas que sirven para animar
las esperanzas de la ciudadanía desde el convencimiento de que con ese acto
protocolario se eliminan de un plumazo todos los desmanes cometidos en los
últimos cuatro años y se abre una nueva perspectiva, ilusionante y renovadora,
que sin duda traerá a la ciudad un horizonte que ayudará a mejorar las
impresiones pesimistas. Los seres humanos, a pesar de todo, tenemos una cierta
tendencia al optimismo, una sutil confianza en que las cosas van a mejorar y
esa impresión se anima precisamente con la llegada de nuevas corporaciones que
este sábado asumirán el control político y administrativo en todos los
Ayuntamientos del país. Algunos de los concejales que llegan al de la capital
ya saben de qué va la cosa y conocen por tanto lo que se debería hacer para cambiar
los desajustes experimentados; otros, los nuevos, seguramente no tienen ni idea
de cómo funciona la maquinaria burocrática interna, cada vez más torpe y
entorpecedora, pero quizá tengan algunas ideas novedosas para cambiar su ritmo.
Si lo hacen, lo agradeceremos todos los que esperamos eficacia y soluciones.
Comienza un nuevo periodo cuatrienal.
Borrón y cuenta nueva, como suele decirse. El panorama es confuso pero la
historia demuestra que la humanidad siempre ha encontrado los mecanismos adecuados
para salir adelante. No va a ser menos el caso de la ciudad de Cuenca.
Comentarios
Publicar un comentario