25 05 2023 UNAS CURIOSAS ELECCIONES PREDEMOCRÁTICAS

 


Doy por supuesto que todo el mundo sabe que dentro de cuatro días tenemos una cita con las urnas. Algunas personas decidirán pasar olímpicamente de ese compromiso y dedicar la jornada a hacer otras cosas de mayor o menor provecho. Otras personas (me cuento entre ellas) afrontaremos el peliagudo problema de elegir una opción, quizá unas personas determinadas, y seleccionar la correspondiente papeleta y ello a pesar de que en esta ocasión el panorama es tan confuso que resulta difícil orientar el voto en un sentido o en otro, pero finalmente ahí interviene la conciencia y, quizá, el sentido común.

      La forma en que se encuentran estructurados los procesos electorales es bien conocida, pero aquí y ahora no quiero hablar de lo que nos espera el domingo (y días siguientes) sino de cómo, de qué manera, empezó a aplicarse entre nosotros, en Cuenca, algo parecido a unas elecciones democráticas (o, como digo en el título) predemocráticas. Es un hecho al que, me parece, no se le ha concedido suficiente atención ni se ha valorado debidamente su significado. Por supuesto, las generaciones jóvenes estarán totalmente ignorantes de lo que pasó, de manera que a ellas les dedico este comentario.

        Puede ser curioso señalar que una de las primeras medidas adoptadas por el gobierno heredero del franquismo fue introducir un mecanismo electoral, ciertamente improvisado (la Ley de Bases de Régimen Local, que había entrado en vigor precisamente el día anterior a la muerte de Franco, el 19 de noviembre de 1975) para sustituir a los presidentes de Diputaciones, hasta entonces designados por voluntad directa del poder por otros elegidos en el seno de la propia corporación, si bien con el matiz, ciertamente llamativo, de que para acceder al cargo podía presentarse cualquier persona que cumpliera determinadas condiciones, lo que explica que en el caso de Cuenca concurrieran dos pero, sin embargo, no era requisito imprescindible que tuvieran el carácter de ser diputados provinciales y ninguno de los dos lo era.

        La convocatoria de este primer proceso electoral español se produce apenas un mes después de la muerte de Franco, muy lejos todavía de que se promovieran los de carácter nacional y más lejos aún de que comenzara el debate que habría de conducir a la promulgación de la primera Constitución democrática, la de 1978. Es este un pequeño, aunque curioso matiz, que no parece haber llamado la atención de los analistas políticos: por qué el gobierno decidió implantar la democracia directamente por la cúspide de las Diputaciones provinciales, y no por otros niveles de la estructura administrativa.

       Un Real Decreto regulaba estas peculiares elecciones, que se celebraron en el Palacio provincial el 18 de enero de 1976, día en el que fueron convocados los 12 diputados provinciales que en esos momentos formaban la corporación, compareciendo once de ellos. La presidencia de la mesa electoral la ocupó el titular de la Audiencia provincial, Rafael Caballero Bonald. Que se pudiera elegir entre dos candidatos era una situación inédita, pues, en efecto, dos fueron las personas que aspiraron a ocupar la presidencia de la Diputación: quien ya lo era hasta ese momento, Alfonso Muñoz Durán y quien aspiraba a serlo, Constantino Palomino de Lucas. Ambos eran, profesionalmente, funcionarios del Estado, en puestos de alta responsabilidad: jefe provincial del IRYDA, del ministerio de Agricultura, el primero; gerente del PPO, del ministerio de Trabajo, el segundo, además de ser subjefe provincial del Movimiento.

       La elección estuvo adornada de todos los ingredientes propios de una buena intriga política, a lo que se añadió una dosis de suspense. Se daba por supuesto, en aplicación de la inercia heredada del pasado más reciente, que la elección tendría un claro resultado a favor de quien ocupaba la presidencia de la corporación, entre otros motivos porque se sabía contaba con la preferencia manifiesta del gobernador civil y a este hecho se le atribuía un carácter determinante, mientras que la presencia de un candidato alternativo merecía poco menos que la valoración de una pequeña broma, por aquello de darle interés y variedad al procedimiento. La votación se inició a las diez y media de la mañana y ofreció inicialmente el resultado que podía esperarse: siete votos para Muñoz Durán y cuatro para Palomino de Lucas. Como la reglamentación electoral exigía mayoría de dos tercios en primera votación y ésta no se había alcanzado, era preciso votar en segunda vuelta, donde bastaría la mayoría simple, mientras los asistentes al acto daban por seguro que se repetiría el resultado anterior, con la consiguiente elección de quien ya había obtenido mayor número de votos. Ante el estupor general, la urna ofreció un balance radicalmente distinto: seis votos a favor de Palomino de Lucas, cinco para Muñoz Durán. De una forma sorprendente e inexplicable, dos diputados cambiaron el sentido de su voto y con él dieron un vuelco espectacular a la composición política de la Diputación provincial, en forma no conocida hasta ese momento en siglo y medio de historia.

       Días más tarde llegó el momento de la toma de posesión del nuevo presidente. Se pronunciaron discursos de enorme calado, que en el espacio de este artículo no hay suficiente para reproducir, pero que deberían leerse cuidadosamente. Señalaré aquí solamente, una curiosa peculiaridad. Hacía solo cuatro meses de la muerte de Franco y en esas palabras, en dos ocasiones, se escribe ya el término “democrático”. El rey había ocupado su puesto a partir de una supuesta continuidad con el régimen anterior. Aún no se había aprobado la Ley de Reforma Política, no había llegado Adolfo Suárez al gobierno, estaba muy lejos la Constitución y faltaba mucho camino por recorrer hasta alcanzar una auténtica democracia, pero es obvio que a nivel de calle todo el mundo sabía que ya habíamos entrado en ese tiempo nuevo, aunque solo desde la alegría del momento se puede considerar que aquel singular acto electoral pudiera ser calificado como verdaderamente democrático. Pero los que estaban -estábamos- allí sabíamos ya, sin lugar a dudas, que la Democracia estaba llegando, aunque fuera de una forma tan sorprendente como aquella elección del presidente de la Diputación de Cuenca. (En la foto de Pinós, el aspecto del salón de actos, lleno de un público expectante por lo que estaba sucediendo).

 

 

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