13 04 2023 RECUPERAR EL TIEMPO PERDIDO
Sobre los fastos gloriosos y económicos de la reciente Semana Santa de Cuenca se han escrito tantas páginas con centenares de comentarios que no merece la pena decir nada más, salvo que fuese algo muy original y no es el caso. Me dedicaré a otro aspecto que resulta por lo menos tan interesante como el primero, la Semana de Música Religiosa, que como el ave fénix renaciendo de sus cenizas parece haber encontrado la fórmula correcta para salir del marasmo de vulgaridad en que ha estado inmersa durante los últimos años y eso se produce en el momento, ciertamente importante, de celebrar su edición número 61 que bien puede ser la del arranque de un nuevo camino en el que recuperar el tiempo perdido.
La Semana, como todos los festivales que
existen, es un ente de naturaleza colectiva, regido por un patronato que ha
tenido una grave responsabilidad en lo sucedido por no haber acertado a adoptar
las soluciones adecuadas en los momentos de crisis y por ello se ha podido
arrastrar esta etapa, larga etapa, de indecisiones y confusiones, marcada por
los criterios cambiantes y absurdos en algunas ocasiones de los tres directores
artísticos que asumieron de manera sucesiva la preparación técnica de los programas.
Especialmente llamativo fue lo sucedido con el último, Daniel Broncano, que
además de no tener muy clara la diferencia entre la música barroca y el heavy
metal se despidió a la francesa, de la noche a la mañana, con un “¡ahí te
quedas!” y eso después de haber realizado algunas declaraciones delirantes.
Al llegar a este punto, quiero recordar,
para quienes lo saben y quizá lo han olvidado, o informar, a lectores de nuevas
generaciones y por tanto ignorantes de algunos hechos del pasado, que yo fui
durante catorce años el primer director del Teatro-Auditorio de Cuenca y de
ellos, en cinco asumí la Gerencia de la Semana de Música Religiosa, de manera
que por lo común no suelo escribir de estos temas para que nadie pueda pensar
que estoy personalmente implicado o interesado y así yo tampoco me dejo llevar
por la nostalgia o por el cómodo cualquier tiempo pasado fue mejor, afirmación
completamente incierta, como la realidad se encarga de descubrir cada día.
Rompo hoy esa norma que me aplico de manera constante porque creo que la
ocasión merece la pena y no es otra que atisbar una punta de esperanza de que
la Semana puede encontrarse en situación óptima para, renovándose con nuevos
criterios, enlazar con los momentos brillantes del pasado.
Lo tiene en sus manos el nuevo director
artístico, Andoni Sierra, que ha realizado un trabajo sobresaliente en lo que
es su principal competencia: estructurar un programa equilibrado, variado, rico
en contenidos atrayentes y en propuestas originales, con una excelente
selección de grupos especializados y de grandes formaciones orquestales, de
manera que el resultado final merece una alta valoración y así lo han
reconocido quienes se dedican a la crítica musical. El punto negro, y es algo
que me sorprende especialmente, se ha encontrado en los conciertos en el
Teatro-Auditorio, ninguno amparado en el siempre deseado “no hay localidades”.
La elección de orquestas y obras debería haber atraído a multitud de melómanos,
sobre todo después de la sequía que venimos padeciendo en Cuenca en los últimos
años en cuanto a la presencia de grandes formaciones orquestales. Esta era una
oportunidad de oro, con nombres como Dvorak, Penderecki o Haydn y, sin embargo,
no ha sido debidamente aprovechada. Es un asunto que debe hacernos reflexionar.
Probablemente el motivo o la causa se
encuentren en la difusión de la Semana. El festival ha tenido siempre una
grandísima aceptación exterior, fuera de Cuenca, de donde nos llegaban
excursiones enteras de aficionados que con meses de antelación, incluso antes
de conocerse el programa, ya estaban pidiendo información y reservando hoteles.
A simple vista, sin estudios ni encuestas, me ha parecido que este año el
público mayoritario era local y menor el forastero; si mi apreciación es
correcta, la Semana tiene por delante una seria tarea de promoción para
recuperar los niveles anteriores, incluyendo a los críticos musicales más
prestigiosos del país, que también tenían aquí cita obligada. No estoy en
condiciones de decir cual ha sido el reflejo informativo en los medios de
difusión nacional, pero me temo que muy escaso o quizá nulo. Es también asunto
a considerar, me parece.
Matices y sutilezas aparte, lo
importante es que este año 61 puede ser marcado como el primero de una nueva y
esperanzadora etapa que permita a la Semana de Música Religiosa de Cuenca
recuperar el nivel de prestigio y seriedad que tuvo, adaptándose a nuevas
tendencias pero sin olvidar lo fundamental, lo que se recoge en el título del
festival.
Un último matiz. En el programa de
mano, en la página dedicada al staff organizativo, se ha perdido una línea, la
primera, esa que durante años decía: Presidencia de honor, S.M. la Reina.
Cuando eso se escribió, la reina era doña Sofía de Grecia, que ejerció su papel
con la elegancia que siempre ha tenido y, además, vino a Cuenca en varias
ocasiones para asistir a conciertos. Convendría que el Patronato hiciera
saber a la reina actual, doña Letizia, que le corresponde la presidencia de
honor de esta institución y, de paso, invitarla a que venga alguna vez a un
concierto. Seguro que ese sencillo detalle también ayuda a revitalizar la
Semana.
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