27 04 2023 CUMPLE CIEN AÑOS LA PRIMERA GUÍA DE CUENCA
Ha cubierto ya el año su primer trimestre y avanza por el segundo, hubo Feria del Libro y también Día del Libro y no debería seguir pasando mucho más tiempo sin que se haga mención de un hecho verdaderamente singular, de gran importancia incluso, podría decirse, aunque en la turbamulta electoralista en que estamos inmersos estas cuestiones que tienen que ver con la cultura quedan totalmente difuminadas. Pero ocurre que en este 2023 en que estamos se cumple, se está cumpliendo, el centenario de la aparición de la primera Guía de Cuenca, una efeméride a la que no faltan curiosidades, como el dato, ciertamente llamativo, de que figura editada por el Museo Municipal de Arte, institución entonces en proyecto teórico y que cien años después sigue en el mismo espacio sideral por el que se mueven las utopías, esperando que el Ayuntamiento de Cuenca encuentre un momento para llevar a la práctica semejante proyecto.
Hasta
entonces, el nombre de esta ciudad nuestra, y de algunos de sus pueblos más
destacados por monumentos o bellezas naturales, habían aparecido con mayor o
menor detalle en algunos libros escritos por los viajeros románticos, ingleses
y franceses sobre todo, que en el siglo XIX se atrevieron a penetrar por
caminos que califican, sin excepción, como espantosos y alojándose en mesones y
posadas de la más ínfima calidad. Pero esos libros no eran, desde luego, Guías
turísticas en el sentido que tendrían más adelante. Entre esos textos es
preciso señalar algunos títulos especialmente destacados, como “El pelegrino
curioso y grandezas de España”, de Bartolomé de Villalba y Estañá, en el que
hay un buen apartado dedicado a las tierras conquenses; escrito en 1577 no se
publicó hasta 1886 por Gayangos. Entre esas dos fechas está la de 1787, en que
el académico de Bellas Arte Antonio Ponz publica su bien conocido “Viage de
España”, cuyo tomo tercero está dedicado íntegramente a la provincia de Cuenca,
con un amplísimo espacio para la capital, pero lo que interesa a este viajero
es, sobre todo, lo que tiene ver con el arte y la arquitectura, aunque no
pierde la ocasión de colocar algún puntazo también sobre otras cuestiones más
prosaicas. Y aún nos queda por citar un trabajo más, el tomo dedicado a
Guadalajara y Cuenca en la serie “España. Sus monumentos y artes. Su naturaleza
e historia”, editado en Barcelona en los años 1885 y 1886, tomando como base un
texto anterior de José María Quadrado ampliado por Vicente de la Fuente y que,
como se puede deducir del título, prioriza las cuestiones relacionadas con el
arte y los paisajes.
Ninguno de esos libros encaja en la definición de lo
que es una Guía turística, cuya estructura narrativa debe ser básicamente
informativa y descriptiva, con una carga literaria suficiente, pero no abusiva.
El escritor de una Guía de Viajes debe ofrecer datos, sugerencias, pistas,
consejos útiles, para ayudar y no condicionar al viajero a que vaya cubriendo
su propia curiosidad acerca del lugar que está visitando. El turismo como
fenómeno social se desarrolla en España en las primeras décadas del siglo XX y
tiene unos puntos de atracción bien conocidos y entre ellos, desde luego, no
estaba la perdida y aislada ciudad de Cuenca, en la que, sin embargo, algunos
ilusos empezaban a alimentar un sueño relacionado con la posibilidad de que
hasta aquí llegara algo de ese movimiento que ya corría alegremente por las
tierras de Europa. Es francamente curioso señalar que la Guía de 1923 surge
cuando en la ciudad de Cuenca no existe absolutamente ninguna infraestructura
turística oficial, porque hasta estos momentos, ni Ayuntamiento ni Diputación
han movido un solo dedo en tal sentido. Lo mueven, y hay que valorar de manera
decidida esta iniciativa, Rodolfo Llopis, profesor de Geografía de la Escuela
Normal de Magisterio y Juan Giménez de Aguilar, catedrático de Historia Natural
en el Instituto. Cuentan con la colaboración de un texto de Pío Baroja y otro
de Odón de Buen, con fotos de Zomeño y el Conde de la Ventosa, un exlibris de
Marco Pérez y una portada diseñada por Pérez Compans. El libro tiene 238
páginas, se acabó de imprimir el 15 de julio en los Talleres Tipográficos de
Ruiz de Lara y salió a la venta al precio de 5 pesetas.
Para hacer el viaje, los redactores de
la Guía recomiendan desde Madrid el tren correo que sale de Atocha a las 17,30
y llega a Cuenca a las 23,50 o el mixto que sale de la capital a las 7,10 para
llegar a las 16. Desde Valencia se puede hacer la línea férrea hasta Utiel, de
donde parte una diligencia automóvil a las 12,30 que llega a Cuenca a las 18.
Para alojamiento, la ciudad dispone del Hotel Iberia (no el que hoy conocemos
como Edificio Iberia, que es posterior) y del Hotel Madrid. Además, hay varias
“casas de viajeros de pensión más modesta”. En el apartado de casinos y cafés,
se cuentan La Constancia, donde hay que entrar acompañado de un socio, el Café
de la Unión, el Bar Argentino y el Bar Ideal, todos ellos en la calle Mariano
Catalina, o sea, Carretería.
Los redactores de la Guía ofrecen
algunos consejos a los turistas. Por ejemplo, dicen que “puede visitarse en dos
días todo lo interesante, dedicando la mañana a conocer la Catedral, iglesias y
ciudad antigua y la tarde a los alrededores. Para visitar la Catedral es
conveniente proveerse de una recomendación para el señor obispo, pues el cabildo
tiene marcada tendencia a no mostrar las joyas y objetos artísticos del tesoro.
Las iglesias suelen estar cerradas a excepción de los días de fiesta, después
de las diez de la mañana, pero no se hace difícil verlas solicitándolo de los
párrocos o sacristanes, que suelen vivir cerca de ellas”. Para los amigos de
excursiones, recomiendan la Ciudad Encantada, Alarcón, Belmonte, Huete, Uclés,
la Sierra de Cuenca, Valeria, Fuentes (donde mencionan una necrópolis
pre-romana), Cañada del Hoyo, Carboneras de Guadazaón y Cañete.
Cien años después de su publicación, la
primera Guía de Cuenca, sigue siendo un excelente volumen que cumple a la
perfección el objetivo que debe tener cualquier libro de este carácter, útil en
lo informativo, elegante en la forma narrativa, visualmente atractivo. Aún no
se había inventado la fotografía en colorines, pero la impresión en blanco y
negro ofrece detalles de excelente calidad. Una auténtica joya del arte de
escribir e imprimir en Cuenca.
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