30 03 2023 LA GRAN SEMANA ESPERADA DURANTE TODO EL AÑO
Hay ocasiones, fechas o citas, de las que es imposible sustraerse, por más que alguien quiera presumir de que “a mí eso no me importa”. Esta es una afirmación que se puede aplicar, por ejemplo, al Día del Padre o de la Madre, a este puente festivo o al otro, a las manifestaciones públicas callejeras por el motivo más insólito, incluso baladí, a las elecciones o a otras muchas cosas. Incluso hay gente -yo conozco algún caso- dispuesta a mostrarse indiferente por los fastos de la Navidad, los Reyes Magos o el sutil vuelo de Papá Noel, pero de lo que no hay manera de librarse es de la Semana Santa, ocasión en la que caemos todos, incluyendo los más acérrimos profetas del agnosticismo en material religiosa.
Y es que, más allá de esa dimensión que
tiene que ver con los principios de la fe y las creencias, esta semana que
tenemos ya a la vuelta de la esquina (mañana es viernes de Dolores) se ha
convertido en los últimos años en una celebración festiva de incalculable
potencia y por tanto lo que ocurre en estos días, lo que va a ocurrir, desborda
con mucho los criterios esquemáticos que pudieron estar en vigor hace unos
años, cuando este fenómeno tenía unas características muy diferentes a las que
ahora conocemos, como bien se encargan de recordarnos los amigos de traer al
primer plano vivencias de otras épocas. Eso, que es un hecho general, alcanza
unas características muy concretas en el lugar en que estamos, la ciudad de
Cuenca que, por méritos propios (y como resultado de un respetable trabajo
colectivo, conviene decirlo) se encuentra situada en una posición de mérito
para que esta singular celebración religioso-festiva ocupe un primerísimo lugar
entre las que merecen ser destacadas y reconocidas.
Es claro que en este asunto confluyen
factores muy variados. El principal, parece innecesario señalarlo, es el rito
procesional que toma forma en las peculiares calles de una ciudad que, como han
escrito voces muy autorizadas, parece diseñada para que por ellas discurran
incansables desfiles integrados por una serie de imágenes entre las que figuran
algunas de muy notable calidad artística y otras que, sin tener ese valor, sí
aparecen dotadas de una innegable capacidad expresiva para suscitar emociones
íntimas en quienes las contemplan. Parece que la organización procesional está
ya completa y no creo que en algunas mentes esté en gestación alguna idea
encaminada a incorporar nuevas imágenes, cosa que, a mi juicio, sería un error
considerable. Todo tiene un límite y el crecimiento de la Semana Santa de
Cuenca debería haber llegado a su fin para dejarlo tal y como ahora se
encuentra.
Esta es una celebración que tiene una
dimensión interna, la que gira en torno a la actividad de las hermandades y
cofradías, cada una de ellas con sus peculiaridades y vivencias que se
mantienen a diferentes niveles de participación a lo largo de todo el año. Y
hay otra dimensión que es la que afecta al conjunto de la ciudadanía, en la que
todos, queramos o no, quedamos implicados y esa es, naturalmente, la que tiene
que ver con el espectáculo, la escenificación callejera, la representación
colectiva y debidamente estructurada de lo que fue un hecho histórico concreto,
en un lugar y un espacio determinados, y que por una larga serie de
circunstancias enlazadas se traslada al tiempo presente para retomar una forma
inventada, con matices en cada uno de los sitios en que se lleva a cabo. Es en
ese territorio en el que la ciudad de Cuenca ha ido desarrollando
cuidadosamente una labor que merece un reconocimiento amplio del conjunto de la
ciudadanía, porque superando dificultades, dudas y algunos problemas que ya
parecen olvidados, se ha alcanzado un nivel de seriedad organizativa que es muy
de agradecer. Y en eso juega también un papel muy importante la Semana de
Música Religiosa, que algunos quieren interpretar como diferente a la Semana
Santa cuando, a mi juicio, su razón fundamental de ser es que coincidan y estén
juntas, como la cara y la cruz de una moneda y así se pudo demostrar en aquel
breve espacio temporal en que para los conciertos se buscaron otras fechas,
experiencia que, como todas las que no funcionan, duró apenas un suspiro.
Eso explica, a mi entender, que nos
encontremos en vísperas de una nueva (y esperada) invasión turística, ese
factor que se ha convertido ya en un eje fundamental de la actividad cotidiana
de Cuenca. Es algo que importa, y mucho, a quienes viven de esa actividad, pero
como intento decir a lo largo de estas líneas, se trata de una circunstancia en
la que todos nos vemos implicados, aunque no seamos empresarios o trabajadores
de ese sector. No se puede poner puertas al campo ni dar la espalda a la
realidad. El turismo existe y lo único que falta es que se estructure
adecuadamente para que no nos desborde y arrase. Con lo que podemos cruzar los
dedos, esperar que los elementos de la naturaleza no molesten más de lo
necesario y que el tráfico no agote la paciencia de nadie.
Si hay algo en estos días que yo
lamento es la dificultad para poder ir a conocer otros ritos procesionales en
varios lugares de la provincia que los tienen y con mucho valor, pero quien
pueda hacerlo, aseguro que es una experiencia muy recomendable.
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