16 03 2023 CUMPLE SIGLOS LA IDEA GENIAL DEL CANÓNIGO POZO
La ciudad de Cuenca es generosa en proporcionar una
abundante colección de imágenes, de las que hacen las delicias visuales y
fotográficas a los visitantes (y a los naturales también, no hay que
ocultarlo). Ya dijo el sabio Gustavo Torner, inteligente y buen observador,
como pocos, que esta es una de las más bellas ciudad-paisaje del mundo y no
hace falta añadir más a una afirmación tan cierta y rotunda. Entre el
repertorio de lugares magníficos que se pueden encontrar a la vista de todos
hay uno ciertamente espectacular, el del antiguo convento de San Pablo,
levantado sobre un potente farallón rocoso desde el que ofrece una imagen tan
extraordinaria como sorprendente. Aún hoy nos podemos preguntar, admirados,
cómo fue posible construir semejante edificio en tan atrevida disposición,
combinando de forma audaz la arquitectura con la naturaleza. De ello hace ahora
cinco siglos.
Fue el 23 de abril del año 1523 cuando el
canónigo Juan del Pozo presentó a sus compañeros de la catedral la petición de
que se le autorizara a construir un edificio que pensaba destinar a convento
utilizando una huerta que producía un beneficio de 284 maravedíes a favor del
cabildo, pidiendo la renuncia a tales ingresos con el fin de facilitar el
proyecto, a lo que todos estuvieron de acuerdo y así otorgaron el oportuno
permiso que puso en marcha tan peculiar iniciativa. Como no es este el sitio,
ni mucho menos, en que pararnos en detalles sobre la que debió ser portentosa
obra de construcción, dejo todo ese proceso a la libre imaginación de mis
lectores, seguro de que cualquiera podrá recrear el intenso, casi increíble
trajín, de llevar materiales a un lugar absolutamente inaccesible, levantar
andamios sobre las rocas, construir muros que llegan hasta el borde mismo del
abismo, trazar paredes, bóvedas y cubiertas en condiciones de extrema
dificultad y, en definitiva, dar forma a tan extraordinaria edificación, capaz
de haber resistido cinco siglos, con todos los avatares que han ido llegando
con el paso de los tiempos.
Del canónigo Juan del Pozo (su casa es la primera de la calle
de San Pedro, a la derecha) nos han llegado algunas impresiones transmitidas
por sus contemporáneos y que nos dan la idea de un sujeto tan culto y audaz
como imaginativo, porque no solo impulsó el convento de San Pablo para sede de
una comunidad de dominicos, sino que también propició la llegada de los
jesuitas que montaron su propio colegio en la misma calle de San Pedro, siendo
así el primer centro de enseñanza primaria existente en la ciudad, mucho antes
de que se inventara el concepto de enseñanza pública y naturalmente no es
posible olvidar la no menos fantástica empresa de construir el puente de San
Pablo de piedra.
En cuanto al convento, que es el tema
que aquí interesa hoy, fue proyectado por los hermanos Juan y Pedro de Albiz,
que además dirigieron la construcción, que aún no estaba terminada cuando murió
el canónigo, en 1559. Su efigie la podemos contemplar en la cabecera del
templo, donde felizmente ha sido respetada. En una lápida de negra pizarra se
puede leer: "Aquí está sepultado el insigne del Pozo y Pino, primer
fundador de esta casa y monasterio; pide y ruega por reverencia de Ntro. Señor
Dios le supliquen y hagan misericordia de su ánima". Su plan
inicial se cumplió a rajatabla y del convento se ocuparon los dominicos,
entonces una orden en auge en nuestra provincia, con sedes en Carboneras de
Guadazaón, Huete y Villaescusa de Haro, además de la capital, mientras que la
rama femenina estuvo asentada en Huete y Uclés. Todo ello se vino abajo, como
es bien sabido, en el proceso desamortizador del siglo XIX, que puso fin a la
presencia de los dominicos en su convento de Cuenca, con lo que también
desapareció la muy prestigiosa bodega que había en sus cuevas. Antes ya había
sido preciso hacer obras de restauración de los daños producidos en el edificio
durante las guerras de Sucesión y de la Independencia, poca cosa, si bien se
mira, para lo que vendría después y no solo por cuestiones bélicas, que las
hubo, sino por el abandono de un adecuado mantenimiento de la instalación. Tras
los dominicos estuvieron algún tiempo los redentoristas y finalmente los
paúles, llegados en 1922 y que permanecieron, con no pocas dificultades durante
la contienda civil hasta que en 1973 la comunidad decidió salir de Cuenca de
manera definitiva. Comenzó entonces un periodo ciertamente agónico, al que
asistimos con un creciente sentimiento de impotencia al ver cómo el hermoso
inmueble se iba desmoronando día a día, sin que ninguna de las ideas, algunas
utópicas, pudieran consolidarse con la fuerza necesaria para salvar su
existencia. Hasta que por fin una de ellas pudo cristalizar y debo decir con
cierto asombro por parte de muchos incrédulos, que veían poco menos que
imposible que tal cosa pudiera salir adelante. Pues salió y ahí la tenemos. Dos
personas lo hicieron posible: el ministro y diputado por Cuenca Virgilio
Zapatero y el obispo José Guerra Campos, en las antípodas ideológicas ambos pero
con coincidencia total en el terreno práctico y por eso hicieron posible el
acuerdo de transformar el ruinoso convento en un parador nacional a cargo del
Estado (en aquella época feliz era posible que la izquierda y la derecha se
pusieran de acuerdo en favor del bien común). Eso fue en el año 1992; luego, en
2005, la iglesia fue adaptada para convertirse en un espacio museístico
dedicado a Gustavo Torner. En el fondo, en la lejanía de cinco siglos atrás, el
canónigo Juan del Pozo puede sentir la íntima satisfacción de saber que aquella
fabulosa obra sigue existiendo para sorpresa de propios y extraños porque es
una de las más bellas imágenes que se puede captar en esta sorprendente ciudad.
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