12 01 2023 UNA IMAGEN GRÁFICA DE HACE UN SIGLO

 

Hace unas semanas pronuncié una conferencia que tenía como eje central trazar una panorámica sobre los pasos iniciales que dio la ciudad de Cuenca, hace ahora justamente un siglo, durante la década de los felices años veinte, para diseñar el que habría de ser el futuro y ello a partir de la urbanización de las huertas que hasta esos momentos ocupaban el espacio comprendido entre el río Huécar y Carretería, proceso evolutivo que se organizó a partir del parque, entonces llamado de Canalejas y hoy de San Julián. En ese recorrido, que tiene mucho de nostálgico a la vez que de histórico e informativo, ofrecí un breve repaso por algunos edificios emblemáticos de la época que, por fortuna, siguen existiendo (alguno adulterado) y que nos ofrecen el reflejo de un tiempo muy concreto, en el que estaban en juego valores arquitectónicos y estéticos que, si se hubieran mantenido unos años más, ofrecerían hoy una visión urbanística del centro moderno de Cuenca bien diferente de la que hoy tenemos.

      Ahora, repasando el contenido de mis palabras de aquel día y también las fotografías que entonces proyecté en la pantalla, caigo en la cuenta de que me olvidé un edificio que merece alguna palabra de recuerdo y también la zona en la que se encuentra, hoy aparentemente sin muchos valores que apreciar. Para no ser totalmente injustos, conviene decir algo del sitio, la calle y el edificio en cuestión.

       El antiguo camino de San Antonio estuvo dedicado a almacenes y cocheras vinculadas al transporte en dirección a Valencia y la Mancha y luego al ferrocarril, al llegar éste a Cuenca a finales del siglo XIX, pero a partir de los años 20 del siglo XX empezó a cambiar ese carácter para recibir construcciones residenciales, que hoy dominan por completo la fisonomía de la calle, interrumpida a su mitad por el paso a nivel inmediato a la estación. El nombre de la calle, Diego Jiménez, fue señalado por acuerdo municipal del 11-07-1904 decidiendo el título para el sector que ya había sido urbanizado y que posteriormente se fue ampliando a medida que continuaba ese proceso. El tal Diego Jiménez, conviene decirlo aquí para ilustrar a algunos ignorantes y a otros que son solo olvidadizos, corresponde al de uno de los personajes que acompañó a Alfonso VIII en la conquista de Cuenca.

        Cuando se puso tal nombre, la calle apenas si estaba insinuada en su comienzo, mientras se comenzaba a construir la primera edificación de tal nombre, ganando sitio a aquellos almacenes y cocheras que he señalado antes. Y así, en la acera de la derecha, haciendo esquina con Hurtado de Mendoza, se levantó un excelente edificio decimonónico que andando el tiempo siguió la suerte habitual de esta arquitectura, o sea, la piqueta y con ella se fue el recuerdo de la delegación de Hacienda, que aquí se situó cuando el inmueble se construyó, en 1914, luego fue sede de la Jefatura Provincial del Movimiento, que estuvo en ese lugar tras la guerra civil y más tarde la inspección de Educación, mientras en la planta baja se situaba el restaurante Alaska, de feliz recuerdo, pues fue uno de los locales más populares de la época por la generosidad y variedad de sus aperitivos y la calidad de su cocina, muy apetecida para la celebración de reuniones sociales. Derribado el inmueble y sustituido por otro que, como casi todos los modernos, no tiene personalidad alguna, donde estuvo el Alaska se ubicó una oficina bancaria y luego han sucedido otros establecimientos comerciales, como se puede comprobar con un solo vistazo. Y ese es precisamente el edificio al que me refería al comienzo de este artículo y al que corresponde la imagen que lo ilustra, fotografía original de Cesar Huerta, personaje digno de que en algún momento se le preste atención, eso que suele ser difícil de conseguir en una ciudad tan olvidadiza. Abogado brillante, promotor de periódicos y revistas, alcalde de Cuenca en un breve espacio de tiempo, pionero en el ejercicio de la fotografía periodística, con la que fue testigo de su época, César Huerta Stern estuvo dotado de un encomiable espíritu crítico que trasladó a sus muchos artículos en la prensa.

En esa misma acera, pero hacia el centro de la calle, estuvo el cine Royal, abierto antes de la guerra civil y en la de la izquierda hubo otro cine posterior, el Alegría, en el bajo de un edificio igualmente derribado, alusiones que son muy expresivas para señalar hasta qué punto se ha modificado la edificación en esta zona. En el lugar en que estaba el Cine Royal se situó, al término de la guerra civil, un Hogar de las Falanges Juveniles de Franco, transformado en 1973 en el Hogar Juvenil “Sancho Dávila”. Luego el edificio se derribó también y ahora está la Casa de la Juventud. Y para completar el repertorio de recuerdos, mencionemos el taller de las Angustias, dedicado a la fabricación de muebles, sin olvidar la empresa de autobuses Ábalos. Más allá, el paso a nivel marcaba una barrera bien expresiva entre lo que era la ciudad y el campo; para los chicos de la época, recuerda Pedro Saugar, traspasar ese límite constituía toda una aventura, que tenía como premio internarse en la Casa Blanca, elegante y señorial. De todo ello solo queda el recuerdo y esta preciosa fotografía.

 

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