05 01 2023 MANOS PRODIGIOSAS DE ADRIÁN NAVARRO
Al acabar de escribir este artículo deberé resolver una duda, en cuya resolución iré pensando mientras dejo que mi mente se entretenga en deshojar la margarita sobre qué foto escoger. Barajo dos opciones, si elegir una de ahora mismo, que tomé el otro día durante la exposición o inclinarme por una antigua, de hace varios años, la última vez que estuve en el taller de Adrián Navarro viéndolo trabajar en el torno. Entre ambas opciones hay una misma experiencia, la de las palabras del alfarero, ceramista o artista, hablando de su trabajo, contando sus experiencias, intentando transmitir por medio de las palabras el contenido de ese riquísimo mundo interior que él ha procurado reflejar a través de las formas, los colores y los trazos dibujados. Si de algo estoy seguro es de que esta persona, a la que conozco desde hace tanto tiempo que he perdido la cuenta, es un artista total, uno de esos seres que vive de forma casi exclusiva para su trabajo y que ese trabajo se ha convertido en algo más que el mecanismo cotidiano con el que encontrar el medio económico para subsistir, pero esa necesidad quedó atrás para dejar paso a lo que yo creo ahora le importa más que ninguna otra cosa, la creatividad, el arte, por decirlo con palabras asequibles, de las que se entienden fácilmente.
La
exposición que desde hace unas semanas y hasta que enero llegue a su final está
disponible en la Casa Zavala es una oportunidad ciertamente muy valiosa para
llevar a cabo una especie de paseo a través de ese mundo etéreo, intemporal,
que Adrián ha ido forjando con una paciencia infinita, a la vez metódica, a lo
largo de los años, desde que en 1958 obtuvo el primer premio en un concurso al
que aspiraba cuando todavía era un joven aprendiz de alfarero, con los estudios
recién terminados en la siempre prestigiosa Escuela de Manises y con el taller
apenas instalado en la ciudad que voluntariamente eligió para residir y
trabajar, aquí implantado desde su lugar de nacimiento, en el corazón de La
Mancha conquense. Algo sí tuvo claro desde el comienzo: habían pasado los
tiempos del cacharro utilitario y en su lugar tomaba carta de naturaleza la
cerámica decorativa, la destinada a servir de adorno complementario en los espacios
nobles de las viviendas, alejándose de su habitual recinto histórico, la
cocina. Asumir ese criterio estético nos ayuda a comprender el carácter y la
obra de Adrián Navarro y a ello puede ayudar sobremanera el recorrido por esta
exposición que viene a ser como un amplio muestrario de lo que el artista ha
pretendido a lo largo de su vida.
Porque quizá lo que más puede sorprender
al espectador, sobre todo al que no esté bien advertido de lo que ha sido hasta
ahora el trabajo del ceramista es la enorme variedad de formas y estilos que
puede ofrecer un material aparentemente tan sencillo, pero que elaborado con
imaginación y combinado con otros elementos puede dar lugar a un universo en el
que el soporte básico, el barro, se transforma merced a las nuevas técnicas,
muchas de ellas inventadas por él mismo, que le permiten desarrollar con las
manos lo que tiene origen en su imaginación. Uno puede imaginarse a Adrián en
el torno, tomando la materia original, apenas una masa informe y a partir de
ahí, animado apenas por una idea previa, comenzar a desarrollar lo que puede
ser finalmente un estilizado jarrón, una oblonga ánfora, un hermoso plato
circular o quizá una placa destinada a acoger escenas mitológicas. Dice el
artista que cuando está en casa viendo la TV entretiene las manos haciendo
dibujos en un cuaderno que es una forma como otra cualquiera de decir que su
mente no se detiene sino que está en constante ebullición para configurar ese
mundo plagado de intenciones que luego pasarán a tomar forma material y
definitiva, en una apasionante combinación de culturas porque teniendo su
origen en el mundo clásico greco-latino, pasando por las inspiración ibérica
llega finalmente a introducirse en los vericuetos de la abstracción, tan ligada
al espíritu de esta ciudad.
En las amplias salas de la Casa Zavala se
puede pasear tranquilamente, entreteniendo los pasos alrededor de las peanas en
que lucen de manera esplendorosa estas piezas cuya riquísima variedad de tonos,
formas, colores y texturas dan fe de la existencia de una mentalidad de
inagotables matices mientras en las paredes cuelgan cuadros y placas que dan
lugar a una escenografía de amplitud temática. Y es así como, al llegar al
momento de escribir las líneas finales de este artículo, deshojo la margarita y
me inclino por elegir una imagen de Adrián en su taller en El Terminillo, a dos
pasos del Júcar que por aquí camina escondido entre huertas y vegetación, el
mismo lugar que eligió a su llegada a Cuenca y donde sigue encontrando el
cobijo permanente que le permite desarrollar con las manos su inagotable mundo
interior.
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