19 01 2023 ESPERANDO LA NIEVE PROPIA DEL TIEMPO
Voy a empezar hoy haciendo una pequeña declaración personal que puede ayudar a entender mejor lo que viene a continuación. Yo nací en unas tierras cálidas y sedientas, sometidas a peculiares oscilaciones meteorológicas entre las que no figuraba para nada la nieve, de modo que llegué a la edad adulta sin haber conocido ese curioso y bellísimo fenómeno natural, lo que quiere decir que en mi infancia estuvo ausente esa experiencia que tanto gusta a los niños. Ese considerable fallo educativo quedó compensado precisamente en mi primer invierno en Cuenca, un día que sigo teniendo grabado en la memoria, a pesar del dilatado tiempo transcurrido desde entonces. Era ya diciembre, el primer día de la semana de Navidad cuando nos dijeron que la parte alta estaba nevada (por abajo apenas si había unos tímidos e insignificantes copos) por lo que allá nos fuimos unos cuantos amigos, los demás ya expertos conocedores de lo que nos esperaba, pero encantados todos por estar presentes en el momento en que yo pudiera experimentar el primer contacto, visual y táctico, con la ansiada nieve. No entraré en más detalles literarios (ni de otro tipo), salvo decir que fue un momento extraordinario, mágico, inolvidable.
Desde entonces, la llegada periódica
de las nevadas me ha proporcionado un amplio repertorio de vivencias muy
variadas, la mayoría positivas y algunas ciertamente emocionantes, pero todas
formando parte de ese cúmulo de sensaciones placenteras que han ido cobrando
mayor valor a medida que disminuye la frecuencia y la intensidad de su
presencia, hasta llegar al punto, como hemos podido conocer en los últimos
años, en que hay inviernos sin nevadas, o tan escasas y reducidas a pequeños
reductos en lugares aislados de nuestra provincia que se nos pasa el tiempo
apropiado sin que lleguemos a conocerla. Y eso me parece un proceso contra
natura, porque un invierno sin nevada, aunque sea corta, de dos o tres días, ni
es invierno ni es nada. Quienes tienen memoria suficiente saben que la nieve,
antes, prolongaba su presencia durante semanas, hasta cubrir en la práctica
todo el invierno e incluso había pueblos de acceso complicado que quedaban
aislados porque entonces aún no se habían inventado las máquinas quitanieves ni
otros artilugios. Quiero recordar que aquello se aceptaba con total normalidad,
como cosa propia de la naturaleza. Claro que tampoco existía la batería de
hombres y mujeres del tiempo que nos asaltan machaconamente a través de todos
los medios audiovisuales para amenazarnos por adelantado con todas las
calamidades imaginables porque a su relato aparentemente científico incorporan
las más amargas perspectivas, envueltas en mapas con colorines, líneas que van
y vienen, suben y bajan, recreaciones tempestuosas y, lo que es peor, imágenes
reales encaminadas a advertirnos que vivimos inmersos en un desastre de alcance
universal.
Con todo ello, estas predicciones
catastrofistas parecen anunciarnos la llegada de algo extraordinario, incluso
sobrenatural, de modo que perdemos la perspectiva de cómo son o deben ser las
cosas. El tiempo ha enloquecido de tal manera en los últimos años que olvidamos
cuestiones elementales, muy simples: en invierno debe hacer frío y nevar,
aunque sea un poco. Ya se que es cosa molesta y que tampoco conviene abusar,
porque las carreteras se ponen muy peligrosas y las calles se transforman en
asquerosos e incómodos barrizales, y eso para una civilización que vive
dependiente del coche, es asunto muy molesto pero un poco de invierno en
invierno no debería ser algo excepcional, sino natural. Parece que no lo es y
eso nos lleva directamente a hacer una alusión, genérica, sin entrar en matices
ni detalles, a ese castigo cósmico que conocemos como cambio climático, de cuya
existencia algunos aún expresan dudas por más que hay signos suficientes sobre
su evidencia. Existe el cambio climático, ya lo creo, y por culpa de esa
alteración nos estamos quedando sin nevadas, entre otras cosas
Los augures meteorológicos aseguran
que ahora viene en serio y que estos días centrales de la semana nos van a
sumergir en una situación dominada por el frío, que ya lo tenemos aquí, con
toda evidencia, y con la presencia, más o menos abundante, de la nieve, que
tanto necesita la naturaleza y, sobre todo, los ríos. Antes de terminar el
artículo me asomo a una de las ventanas de mi casa con la esperanza de poner
llegar al punto final con la certeza de que las predicciones se están
cumpliendo, pero no hay tal. Desde esa ventana debería contemplarse un paisaje
como el de la fotografía que acompaña a estas palabras y que corresponde,
obviamente, a otro tiempo pasado. Hoy, ahora, el aspecto del barrio de los
Tiradores es el mismo habitual, tan atractivo como siempre, con su desordenada
acumulación de viviendas que le dan ese aspecto encantador. Pero sobre sus
tejados no hay ni sombra de nieve. Empieza el día y el cielo está oscuro,
totalmente nublado. ¿Llegará la nieve a lo largo de esta jornada?
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