29 12 2022 UN MAR DE DUDAS PARA EL NUEVO AÑO

 


      Como es natural, la práctica totalidad de los seres humanos, salvo las consabidas excepciones que siempre tiene que haber, se dedica estos días a repartir felicitaciones a diestro y siniestro, además de aventurar los mejores deseos posibles para el año que está a punto de empezar. Quienes ya tenemos algunos años de edad y experiencias conocemos sobradamente ese ritual que se repite constantemente, con muy escasas variaciones. En ese repertorio no faltan los intentos de hacer predicciones, intentar averiguar lo que nos espera. En tiempos antiguos, agoreros, adivinos, augures, videntes, profetas o nigromantes, que el idioma es muy generoso a la hora de establecer sinónimos, disponían de una nutrida clientela a la que prestaban servicio (o tomaban el pelo, que lo mismo da) con tal de satisfacer los deseos de los crédulos o incautos empeñados en saber por adelantado lo que podría ocurrir, en vez de esperar tranquilamente a que cada cosa llegara por sus pasos contados.

      Esa tendencia no solo sigue vigente, sino que ha ampliado sus perspectivas, con gran contento del público. Lo más socorrido tiene que ver con las predicciones meteorológicas, que han alcanzado un predicamento francamente muy notable, como comprobamos diariamente con esos centenares de mensajes que nos llegan desde todos los altavoces imaginables. Junto con ellos, están las encuestas políticas, empeñadas en predecir cada semana qué es lo que vamos a hacer con nuestros votos cuando llegue la hora electoral (a la puerta de la esquina, ya) y eso por no hablar de las previsiones que hacen los expertos economistas empeñados en adivinar también cómo va a evolucionar el mercado de trabajo, el IPC, el PIB o lo que haga falta, como si esas agoreras predicciones pudieran realmente influir en los hechos reales, que llegarán, como la lluvia, las heladas o la tempestad, cuando quieran los cántaros celestiales que, por lo común, suelen descargar cuando les parece bien, pillando desprevenido a todo el mundo.

       A pesar de que de esas palabras mías se puede interpretar que soy algo escéptico en materia de adivinaciones, la realidad es que yo también invierto tiempo y energías en preguntarme hacia dónde va o puede ir en los próximos meses nuestro destino colectivo. Lo hago, desde luego, sin tener ninguna confianza en que seré capaz de predecir alguno de los movimientos que nos esperan, pues nada de lo que está en trance de ejecución tiene ante sí perspectivas suficientemente claras como para permitir adivinar qué pasos se van a dar o de qué manera llegarán soluciones a las enormes dudas que están planteadas. Probablemente hay un convencimiento (quizá un sentimiento) generalizado de que esta provincia y esta ciudad de manera específica, se encuentran en un momento muy delicado, muy problemático, inmersas ambas (la capital más, pienso) en lo que se suele denominar un mar de dudas, sin horizontes definidos y con un abanico muy amplio de cuestiones pendientes para las que no se advierte un desenlace claro.

       Muchas de esas dudas se empezarán a despejar en cuanto el calendario de la vuelta y empiecen a caer las hojas del nuevo año que ese sí tiene una perspectiva muy concreta, a fecha fija, la de las elecciones locales y autonómicas en mayo, en un día inamovible y hacia el que se van a orientar miradas, esfuerzos, gestos y palabras. Ya venía sucediendo desde hace tiempo, porque este país tiene una preocupación electoral permanente, pero ahora el proceso entra en la recta final y se acelerará, sabiendo todos que una vez se supere este trance empezará de inmediato el siguiente, el de ámbito nacional, hacia el que iremos sabiendo precisamente qué ha pasado en el otro, cuando las predicciones o previsiones se hayan convertido en números fijos, sin discusión, poniendo fin a esas dudas que ahora forman el panorama inmediato, según yo lo veo y me parece que no voy muy desencaminado.

      A final de año llegamos todos emocionalmente cansados, con ganas de dejar atrás lo vivido hasta ahora y con la infantil presunción de que al cambiar la fecha entraremos realmente en un periodo nuevo, diferente, del que nos gustaría desaparecieran las sombras que envuelven a la criatura que se va, para ofrecernos un horizonte más despejado y abierto. ¿Acabarán las obras del nuevo hospital antes de las elecciones? Y si acaban, ¿estará lista la conexión para llegar a él, aparcamiento incluido? Frente a toda lógica y razón, ¿se pondrá en marcha el sistema mecánico de acceso al casco histórico de Cuenca o pensarán que es mejor dejar las cosas como están? ¿Alguien tendrá una idea feliz para ofrecer alguna alternativa al inútil Bosque de Acero? ¿La hermosa escultura de El Hombre de la Sierra, de Marco Pérez, volverá al Parque de San Julián poniéndose fin a la fechoría que la tiene secuestrada? Y el propio parque, el más antiguo y céntrico de la ciudad, víctima continuada de un atropello tras otro, ¿encontrará respeto y sosiego para poder cumplir tranquilamente su finalidad principal, la que se le marcó hace ahora justamente un siglo? Así podríamos seguir desgranando preguntas (por ahora, sin respuestas) hasta formar un rosario que cada cual puede engrosar según sus propios gustos y criterios. Con ese ánimo nos disponemos a comer las uvas, beber la inevitable copa de cava, repartir besos y abrazos y, sobre todo, un generoso rimero de buenos deseos envueltos en aromas de felicidad. Que así sea en el misterioso 2023 que está a punto de empezar su andadura.

 

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