01 12 2022 LA INOCENCIA DE UNA CALLE INDEFENSA

 

       Esta es una calle inocente, como casi todas, o al menos yo no conozco ninguna que lleve en sí misma algo parecido a la maldad. En esta escalinata, desde luego, sólo hay placidez, belleza, encanto. No se mete con nadie, no hace daño a nadie, no molesta, se acomoda perfectamente al ambiente equilibrado del casco antiguo de Cuenca, permite que por ella suban o bajen los paseantes e incluso se presta, con total amabilidad, a que los turistas, casi todos, hagan un alto en ella para conseguir una fotografía. Debe haber ya repartidas por el mundo miles de escenas en que alguien, generalmente una pareja, se ha detenido en este lugar y o bien ha pedido que le hagan la foto (yo ya llevo varias) o han preferido la técnica del selfie.

       Estos días últimos la Escalinata de la Madre de Dios ha sido, muy a su pesar, momentánea protagonista de una fea escena, felizmente corregida con prontitud, pero que ha servido para que apreciemos cuánta es la indefensión de estos lugares ante las felonías que se les pueda ocurrir a algún mentecato (podría usar palabras más gruesas, pero no quiero) que pase por allí en cualquier momento y actúe convencido de que un arrebato de barbarie es una buena idea, digna de aplicarla de inmediato. Ya se que la multiplicación de grafitis callejeros, la mayor parte de ellos hijos de la incultura y la fealdad, es un problema ampliamente extendido y no solo en Cuenca, aunque el conocimiento que tengo de muchas ciudades españolas me lleva a pensar que aquí la fiebre de manejar el spray es más acentuada que en otros lugares. Incluso se puede llegar a comprender que tales sujetos desahoguen sus inquinas interiores pintarrajeando sin ton ni son tapias situadas en descampados del extrarradio; la cosa ya es más dudosa cuando las afectadas son las paredes de edificios normales y, desde luego, alcanzan la categoría de despropósitos si el objeto de la pintada es un lugar de mérito artístico que, por su propia naturaleza, debería suscitar algo parecido al respeto colectivo cuando no la valoración social y personal que provoca, sin mucho esfuerzo, la presencia de un objeto bello y delicado.

       Aunque estoy dotado de una amplia capacidad de comprensión hacia los desajustes de la naturaleza humana, reconozco que en estos casos me siento sorprendido, desconcertado. Esas personas, pienso, viven en la ciudad, la quieren, seguro que ante los extraños presumen de la belleza de sus calles, comparten el orgullo de vivir en un lugar ampliamente reconocido en todo el mundo. ¿Por qué, en un momento determinado, sienten el impulso de emborronar esa belleza y se lanzan contra un punto determinado para ensuciar, sin gusto ni delicadeza, lo que tienen al alcance de la mano? Además, es un mérito inútil, del que no pueden presumir ni recibirán aplausos. Sólo les queda la íntima satisfacción personal de haber hecho daño, actuando con nocturnidad, alevosía y cobardía, ocultándose precipitadamente de las miradas de los demás para refugiarse en un rincón perdido en el que ocultar la hazaña innombrable.

     A pesar de encontrarse en el corazón del casco antiguo, la Escalinata de la Madre de Dios es de creación moderna, resultado de la remodelación efectuada en los años 50 del siglo XX en lo que era apenas un callejón con corrales, que se utilizaba para depósito de broza y basuras, con un pasadizo elevado que servía para comunicar las iglesias de San Andrés y San Felipe con el convento anexo a esta última. De aquella importantísima actuación municipal se obtuvo el resultado de esta escalinata exclusivamente peatonal que viene a ser uno de los rincones más hermosos de la parte histórica de Cuenca. En ella no hay viviendas, solo elementos visualmente decorativos.

      Al frente, un potente escudo del obispo de Coria-Cáceres, Pedro García de Galarza, nacido en el pueblo conquense de Bonilla; a la izquierda, en la fachada de San Andrés, una hermosa reja clásica de forja tradicional conquense; y a la derecha, en un audaz esquinazo, una delicada escultura de Fausto Culebras que reproduce, precisamente, la imagen de la Virgen María. El nombre de esta calle en escalinata se decidió por el Ayuntamiento en sesión del 13 de febrero de 1956, en un acuerdo en el que se dice expresamente ignorar cual pudo ser su título anterior y es lógico, porque realmente ahí no había nada parecido a una calle. Esta la inventaron en aquella época feliz en que gentes preocupadas y con acentuado sentido común llevaron a cabo la portentosa hazaña de recuperar un ámbito plagado de ruinas para darle forma de ciudad y así la decadente y triste Cuenca de la posguerra empezó a transformarse en el amable espacio urbano que hoy conocemos. No se entiende bien por qué manos alevosas, que podrían dedicarse a tareas de más altos vuelos, se aplican a emborronar este rincón, tan delicadamente inocente.

 

 

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