17 11 2022 EL DÍA QUE LA UNIVERSIDAD LLEGÓ A CUENCA



       Los actuales responsables de la Universidad en Cuenca, encabezados por el vicerrector César Sánchez, han tenido la buena idea de recordar que ahora se cumplen cincuenta años de la implantación en la ciudad del Colegio Universitario “Cardenal Gil de Albornoz”, con el que, de una forma seguramente tímida pero con una enorme carga de ilusiones y expectativas, empezaba a tomar forma un sueño viejísimo, sobre el que se habían escrito toneladas de artículos y pronunciados discursos capaces de crear expectativas que nunca antes se había conseguido consolidar. Siempre, una y otra vez, se hablaba de descongestionar las universidades madrileñas y hasta se crearon (sobre el papel, claro, sin llegar nunca a las páginas del BOE) algunos entes que distribuían centros académicos superiores en las provincias que rodean a ese insaciable monstruo que es la capital del reino. Así fueron pasando los años, entre gestiones y promesas, hasta que personas inteligentes encontraron la fórmula de pasar a la realidad.

      Puede ser conveniente recordar aquí que hubo unos precedentes con los que el espíritu universitario comenzaba a llegar a Cuenca. Fue el primero de todos el Seminario de Estudios Sociales, adscrito a la Escuela Social de Madrid y la Escuela de Enfermeras “Salus Infirmorum”, que promovió la Diputación; en realidad, eran centros de carácter privado aunque de financiación pública, pero que otorgaban títulos avalados por la Universidad Autónoma, en un  caso y por la Complutense, en otro. De hecho, el primero de los citados se transformó luego en la Escuela de Graduados Sociales, ahora Facultad, mientras que el segundo desapareció, al crearse la otra Escuela de Enfermería, la que hoy existe.

       Pero vayamos a lo que es el tema central que aquí interesa. Una fecha de auténtica trascendencia para el conjunto de la Provincia, singularmente de la capital, fue la entrada en funcionamiento del Colegio Universitario “Cardenal Gil de Albornoz”, con el que se solventaba al fin un antiquísimo sueño alimentado a lo largo de las generaciones: contar en suelo conquense con un centro de estudios universitarios. El 30 de octubre de 1972 se llevó a cabo la apertura del primer curso, para las enseñanzas de Derecho y de Filosofía y Letras, con doble especialidad, Geografía e Historia por un lado, Filología Hispánica por el otro, iniciándose así un camino que, con fluctuaciones, alcanza hasta el presente. Vivía el régimen de Franco sus últimas etapas mientras la sociedad española estaba inmersa en un rapidísimo proceso de cambio en todos los órdenes de la vida, del que ni siquiera el estamento oficial y político podía sustraerse. Señalaré aquí, con la brevedad que este artículo requiere, dos de esos pasos previos que sirven para sustentar el origen del Colegio Universitario. Por un lado, había entrado en vigor recientemente (1969) la nueva Ley General de Educación, seguramente la más provechosa a la vez que productiva y duradera jamás implantada en nuestro país; de otra, la puesta en marcha del III Plan de Desarrollo, que entre sus principios afrontaba un nuevo enfoque de la Educación y aportaba la novedosa idea, ciertamente insólita, incluso hoy, de considerarla una inversión y no un gasto consumista.

   La fórmula aplicada fue la de un Colegio Universitario que, si bien autorizado y tutelado por el Estado, era una iniciativa de carácter privado o, si se quiere matizar el concepto, institucional, corriendo a cargo de la propia Provincia el sostenimiento de la instalación, incluyendo el coste del profesorado. En el proceso de constitución, fueron la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de la capital las entidades que asumieron de manera prioritaria la iniciativa, contando desde luego con el apoyo, en mayor o menor medida, de otras como la Caja Provincial de Ahorros, los Sindicatos, la Cámara Oficial de Comercio e Industria, la Unión Territorial de Cooperativas (con una valiosa aportación económica), varios Ayuntamientos de la provincia, etc. Pasaré por alto el laborioso proceso de gestación del Colegio Universitario (del que hay abundantes pruebas en las páginas de la prensa local de entonces) para llegar directamente al momento inaugural, en presencia no solo de las autoridades provinciales, como es natural, sino del rector de la Universidad Autónoma de Madrid, Julio Rodríguez Martínez (luego ministro de Educación), a la que el nuevo centro quedaba adscrito. En la presidencia figuraba ya, e hizo uso de la palabra, el director del Colegio, Pablo Fuenteseca, catedrático de Derecho Romano, y quien habría de pronunciar la emocionante y realmente trascendente primera lección magistral, el catedrático Miguel Dolç, decano de la Facultad de Filosofía y Letras y uno de los primeros latinistas españoles, quien eligió como tema de su discurso “El humanista: un estilo humano”, abriendo un camino muy productivo, porque el profesor Dolç tuvo una continuada presencia posterior en Cuenca durante muchos años.

      De esa manera y en esas circunstancias empezó su andadura el Colegio Universitario “Cardenal Gil de Albornoz”, contando desde el primer momento con el soporte físico prestado por el antiguo y nunca utilizado Hospital provincial, en la calle Colón, en el que quedaron inicialmente ubicadas las aulas y oficinas del nuevo centro superior conquense, tras la adaptación interior que fue preciso realizar. Lo demás, lo que sigue a ese día inaugural, forma parte de la historia, que conducirá finalmente a la implantación de la Universidad de Castilla-La Mancha, que llegó no sin que se produjera más de un lamento, porque realmente todo el mundo recordaba la forma ejemplar y generosa con que la Universidad Autónoma de Madrid había protegido y amparado al joven Colegio Universitario de Cuenca. Así fueron las cosas, hace ahora cincuenta años, y así las recordamos quienes entonces ya nos dedicábamos a hacer la crónica informativa de esta ciudad.

       De la colección fotográfica que conservo de aquel acto inaugural he elegido esta, en la que se ve al inicial grupo de profesores, entre los que se pueden identificar algunas caras muy conocidas.

 

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