23 06 2022 PENOSA SITUACIÓN DEL ABANDONADO ARCHIVO MUNICIPAL

 


Desde que el 16 de febrero de 1190 entró en el Ayuntamiento de Cuenca la cédula real, firmada por Alfonso VIII, donando a la ciudad el control y dominio de varias aldeas próximas, el Archivo Municipal, al que se entregó la conservación y custodia de tan precioso documento, ha sido durante siglos una pieza esencial en el esquema organizativo de la administración de esta ciudad. Impresiona encontrar, a lo largo del tiempo transcurrido, cómo las sucesivas corporaciones han tratado con exquisito respeto tan delicado estamento y con qué rigor se llevaba a cabo la ceremonia de abrir sus puertas y anaqueles cada vez que era preciso consultar alguno de los papeles. Entre ellos se encuentra, como pieza especialmente valiosa, la ilustración que acompaña estas palabras y que corresponde a una hoja del Fuero de Cuenca, sin duda un ejemplar simbólico tanto del propio Archivo como de la Historia de Cuenca.

            En ese devenir histórico hay un episodio que a mime parece especialmente conmovedor y que pone de relieve la importancia que el Ayuntamiento de Cuenca dio siempre (hasta ahora) al Archivo Municipal. Estaba ya en pleno apogeo la invasión francesa y la ciudad había sufrido varias invasiones que se traducían en días de pillaje, incendios y crímenes cuando en el horizonte se perfiló una nueva, encabezada por el general Lucotte, que a las actuaciones habituales unió una más, diferente: asaltaron el Archivo Municipal donde produjeron considerables destrozos, desparramando y pisoteando documentos (y gracias que no les pegaron fuego). Era el 17 de junio de 1810; cuando la corporación se pudo volver a reunir, el día 22, se ordenó de inmediato al arquitecto Mateo López que arreglara todos los desperfectos pero se adoptó una decisión verdaderamente trascendente. Por si en el futuro volvía a producirse algo semejante y convencidos de la importancia que correspondía al Archivo, los regidores de entonces decidieron ponerlo a salvo. Los documentos fueron cuidadosamente empaquetados en 24 grandes cajones de madera y a lomos de una recua de caballerías fueron enviados a un oculto paraje de Bascuñana de San Pedro, donde quedaron bien escondidos. Emociona imaginar esta escena.  Allí, en ese pequeño lugar situado entre la Sierra y la Alcarria, permanecieron escondidos los cajones con los documentos, hasta que se alejó el peligro de la guerra. El 30 de octubre de 1813 el Archivo fue recuperado y recibido con todos los honores en el seno del Ayuntamiento.

            Contrasta la preocupación y el interés de los regidores del siglo XIX con lo que sucede en nuestros tiempos. Durante las últimas décadas, el Archivo ha ido creciendo de manera desmesurada, a medida que la creciente complicación de la vida administrativa va generando papeles, expedientes y legajos hasta llegar el momento de que el local señalado resultó insuficiente y fue preciso buscar alojamientos complementarios a la vez que se ponía de manifiesto la necesidad imperiosa de encontrar una solución definitiva. Con la tranquila parsimonia que es consustancial al funcionamiento de la dinámica municipal, al fin se encontró el camino adecuado y el 4 de septiembre de 1998 se aprobó el proyecto técnico de rehabilitación de la Casa del Corregidor para sede del Archivo Municipal y Museo de la Ciudad, con un presupuesto de 214 millones de pesetas. Siempre al ritmo pausado que ya conocemos, las obras fueron alternando momentos de actividad con otros de parón, hasta que el 11 de junio de 2014 fueron asumidas por el Consorcio de la Ciudad de Cuenca, en un acuerdo en que se hace constar nuevamente, de manera expresa, que el destino de las obras es el Archivo Municipal y el Museo de la Ciudad, con una adenda para incorporar en el presupuesto el 1% cultural aportado por el ministerio de Fomento.

            Iba más o menos todo sobre ruedas cuando llega por fin el momento de que terminen las obras y es entonces cuando en un ejercicio digno de un atrevido saltimbanqui o funambulista desaparece el objetivo final de la restauración, y en un abrir y cerrar de ojos se evaporan el Archivo Municipal y el Museo de la Ciudad y en su lugar el edificio recuperado se transforma en sede del propio Consorcio, en un acto que ofrece muchas oscuridades administrativas y económicas porque el dinero aprobado por las instituciones tenía un destino finalista y no otro improvisado. Alguien debería pedir explicaciones.

            Lo importante de esta desventurada historia es que el Archivo Municipal vuelve a quedarse en la infamante situación en que se encuentra desde hace al menos medio siglo y que contrasta, desde luego, con la cuidadosa preocupación que mostraron los regidores del tiempo napoleónico. En su reunión de este mes, la Real Academia Conquense de Artes y Letras aprobó una moción, rigurosa y severa, para exponer con claridad lo que está sucediendo, pero no parece que el Ayuntamiento se haya conmovido en absoluto. No hay tampoco ninguna reacción ciudadana ni los colectivos culturales muestran la menor preocupación por un asunto que debe parecerles cosa de poca monta. Yo comprendo que hay graves asuntos que sí interesan al pueblo, como el reconocimiento del Grupo Turbas en el seno de la Junta de Cofradías o la redacción de una nueva Ordenanza reguladora de la fiesta de San Mateo, cosas ambas verdaderamente trascendentes y no esa minucia de poner en condiciones adecuadas el Archivo Municipal. Tampoco tengo noticia de que algún concejal, del grupo que sea, haya presentado moción, interpelación o pregunta sobre la situación en que se encuentra el Archivo. Está claro que no les interesa.

            Al lamentable episodio sucedido con la Casa del Corregidor, sin que se haya ofrecido ninguna otra alternativa, hay que unir la forma verdaderamente penosa en que se gestiona la actual dependencia que se utiliza como Archivo. Los fondos almacenados fueron cuidadosamente ordenados en el último siglo por personas tan cualificadas como Timoteo Iglesias Mantecón, Cándido Pérez Gasión, Elena Lázaro Corral y Miguel Jiménez Monteserín, quien se jubiló en 2016, dejando vacante el puesto de Archivero Municipal que sigue sin estar cubierto por un profesional digno de recibir ese título, como si una entidad de tal importancia pudiera estar en manos de cualquiera. Es verdaderamente triste (y preocupante, desde luego), que el Ayuntamiento de Cuenca no sea consciente del enorme tesoro (incluso en términos económicos) que posee y que esté maltratando un acervo documental que se ha venido conservando, contra viento, marea e invasiones, desde los tiempos de Alfonso VIII.

 

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