30 06 2022 EL MUNDO ENTERO AL ALCANCE DE LOS VIAJEROS

 


Hace unos días, paseando por la Plaza Mayor, al pasar junto a un camarero que conozco, le hice un comentario intrascendente: “Vaya, parece que van bien las cosas este año”, le dije más o menos. Él me contestó de inmediato: “No creas, este verano va a ser peor que el pasado”. Me sonreí, naturalmente, porque esa es una respuesta que corresponde a la naturaleza íntima y colectiva de los conquenses, siempre dispuestos a ver el vaso medio vacío y nunca medio lleno. Por aquí, el comentario más optimista que se puede obtener es: “Vaya, no va muy mal”. Nunca jamás dirán: “Esto va bien” y por supuesto, términos como “excelente”, “magnífico” o similares no forman parte de nuestro vocabulario.

En la situación que he tomado como punto de partida para este comentario el espectáculo que ofrecía la Plaza Mayor de Cuenca era realmente impresionante. Absolutamente todas las mesas de las terrazas estaban ocupadas, con docenas de personas consumiendo a destajo, dos grupos de turistas con sus correspondientes guías pululaban de acá para allá, el tren turístico pasaba en esos momentos ocupado hasta los topes. Y esto a media mañana, en un día laborable. Es, sencillamente, un reflejo de lo que está pasando en todo el país y al parecer también en buena parte del mundo. Quizá la única variación con lo que conocíamos antes de la pandemia es la ausencia de chinos y japoneses, aunque me parece que también alguno va apareciendo.

España vuelve a convertirse en uno de los destinos favoritos en todo el mundo, con una recuperación de ocupación hotelera que ya sobrepasa en más de cien por cien los datos de hace un par de años (y eso, mal que pese a algunos recalcitrantes negacionistas, incluye también a Cuenca). La afluencia de visitantes y su impacto en el tranquilo ambiente de la ciudad provinciana no gusta a todos y es verdad que se trata de un fenómeno que, en ocasiones, ofrece una influencia poco agradable, pero no es menos cierto que, a falta de otros impulsos económicos difíciles de llegar hasta aquí, el sector turístico puede ser, si no lo es ya, el motor de la economía de esta ciudad y eso requiere unos planteamientos y unos cuidados que conviene aplicar debidamente, para que no haya distorsiones en el desarrollo del proceso.

Con la recuperación del ánimo viajero, el espacio geográfico inmediato o próximo a la capital se dispone igualmente a participar en la fiesta. Lo que tantas veces se ha dicho sobre la importancia y el valor del paisaje natural que nos rodea cobra todo su sentido en estas circunstancias y más aún cuando el verano ya está llamando a nuestras puertas. El amplio territorio de la Serranía, con sus matices concretos en cada zona, está hecho para el disfrute ordenado por parte de los seres humanos. Sería deseable que a estas alturas todo estuviera debidamente preparado, con los servicios hoteleros en las debidas condiciones, el parque natural correctamente atendido y bien señalizado, los centros de información abiertos y con el necesario personal preparado para proporcionar ayuda a los viajeros. En fin, todo lo que se engloba en el término “infraestructuras” o sea, el conjunto de medidas razonables y prácticas encaminadas a obtener un bien general.

Tantas palabras encomiásticas se han escrito ya sobre las maravillas naturales que ofrece nuestra provincia que sería reiterativo insistir en conceptos manidos y trillados. Creo que están disponibles en el ánimo de todos, sin necesidad de repetirlos de manera continua. Sí es deseable que el uso que se de a estos bienes sea razonable y nunca dañino. Hay seres humanos muy cuidadosos pero también existen los contrarios, que deben ser aconsejados y ayudados para que engrosen alegremente el grupo de los primeros, lo que requiere, necesariamente, la adecuada dotación de medios, por ejemplo en el terreno de la limpieza, que suele ser uno de los grandes males que acongojan a estos parajes. Por no hablar de la prudencia imprescindible en cuestiones vinculadas al fuego, esa especie de castigo bíblico que en ocasiones descarga sobre espacios arbóreos produciendo los daños terribles que vemos cuando eso ocurre.

En el contexto de un uso lúdico razonable del verano, el reciente anuncio de la Diputación sobre el programa de actividades culturales a desarrollar en los lugares que cuentan con edificios de interés patrimonial es, desde luego, un hecho positivo. Está bien que el verano se llene de paisaje, de morteruelo y otras lindezas gastronómicas, de aire libre y baños en los ríos, pero también de cultura, que buena falta nos hace.

 

 

 

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