10 02 2022 PLACAS PARA ILUSTRAR LAS CALLES DE LA CIUDAD
Corre por algunos medios una propuesta para situar placas señalizadoras e informativas en las casas donde vivieron o trabajaron artistas vinculados a Cuenca. Nada tengo que oponer o criticar sobre tal iniciativa, sólo algunos matices encaminados a intentar mejorar y completar la propuesta con la que, en principio, estoy tan de acuerdo que yo mismo, en alguna ocasión anterior, he comentado la insuficiencia que ofrece esta ciudad en ese aspecto, bien diferente del que se puede encontrar en otras ciudades, orgullosas de proclamar a los cuatro vientos los nombres y las circunstancias de personas ilustres que en ellas residieron. Como los ejemplos son múltiples y seguramente están en la memoria de cualquier viajero, me parece innecesario mencionar casos concretos. Vayamos a lo nuestro, que es lo que aquí interesa.
Mi
primera objeción tiene un fundamento claro. Los promotores de la idea lo hacen
desde un planteamiento que podríamos llamar gremial y por ello incluyen sólo a
artistas y además contemporáneos. Para mi gusto, ese repertorio debería
ampliarse a todo tipo de personas que hayan destacado en algún aspecto de la
creatividad, como pueden ser escritores, músicos o científicos, incluyendo
artesanos y desde luego no solo de épocas recientes, sino remontándonos a
cualquier otra del pasado, siempre que sea posible localizar el lugar concreto
en que vivieron o trabajaron. Personajes como Esteban Jamete, Francisco
Becerril o el pintor Martín Gómez (y, por supuesto, otros) merecen tener una
placa de identificación. En cuanto a la lista inicialmente propuesta habría que
hacer algunas observaciones, en unos casos por insistencia y en otros por
ausencia. Por ejemplo, el nombre de Florencio Garrido debería ir necesariamente
acompañado del de su mujer, Carmen Álvarez, mientras que parece redundante
citar a Julián Grau Santos y a sus padres, Emilio Grau Sala y Ángeles Santos,
cuando estos últimos no tuvieron especial vinculación con Cuenca y con solo la
mención del primero sería más que suficiente para incluir a toda la familia.
Pero
más allá de la casuística concreta, que se puede prestar a variadas
observaciones personales, según los gustos y criterios de cada cuál, lo que sí
parece necesario ya, a estas alturas, es acometer en profundidad y con
objetivos claros un planteamiento encaminado a modificar la obsoleta estructura
de la señalización urbana implantada en nuestras calles. Y ello empezaría por
el conjunto, tal como yo lo veo. Es incomprensible que después de tantos años
no se haya caído todavía en la cuenta de situar, a la entrada de la ciudad, por
cualquiera de las carreteras de acceso, un cartelón en el que se relacionen las
otras ciudades con las que Cuenca está hermanada, como es uso y costumbre en
otros muchos lugares. Eso tiene (tendría) una doble utilidad, de cortesía hacia
esos lugares, de los que, una vez formalizada la ceremonia de hermanamiento
nadie se acuerda y de información hacia quienes vengan de visita.
Pasando
al meollo del tema llegamos al asunto concreto de las placas que deberían (o
podrían) informar a los viandantes de las circunstancias históricas de cada
edificio. Algunas hay. La más antigua, la dedicada a Lucas Aguirre en la calle
Alfonso VIII, donde hay otra sobre José Luis Coll, mientras que Fernando Zóbel
la tiene en la calle Pilares. El texto más barroco es el que escribió Carlos de
la Rica para Antonio Enríquez, en la calle del Retiro. Había otra, dedicada a
Marcel Demeulenaere, el ingeniero belga inventor de la fotocopiadora y
residente en una casa de la calle del Colmillo, que el Ayuntamiento derribó
para hacer la ampliación del edificio municipal y luego “se olvidó” de reponer
la placa. Y alguna más, pero pocas.
El
asunto merece la pena, porque ennoblece e ilustra a la ciudad, pero no debe
quedar al albur de improvisaciones espontáneas, como viene ocurriendo
últimamente con los nombres de las calles. Debe hacerse un estudio serio,
riguroso y llegar a una solución bien pensada. En el caso, claro, de que
semejante cuestión interese a quienes tienen la potestad de decidir. Si no,
estas son palabras que se llevará el viento.
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